Cristina Kirchner conserva, según casi la unanimidad de las encuestas, considerables índices de popularidad, pero, al mismo tiempo, su estilo y sus políticas resultan seriamente derrotados.
La paradoja incluye a Salta, donde el oficialismo nacional se atribuyó un triunfo que fue sólo simbólico. Más allá de la discusión sobre la futura influencia de la Presidenta en resortes cruciales del poder, lo cierto es que parece llegar a su fin un ciclo marcado por un fuerte autoritarismo, por la confrontación política y por una economía ahogada por regulaciones y controles por parte del Estado.
La buena elección que hizo en Santa Fe, perdiendo desde ya, el oficialista Omar Perotti fue obra de Perotti y no de Cristina. Perotti fue intendente de Rafaela y es actualmente diputado nacional, pero su estilo es la contracara del cristinismo.
Hombre afable y político abierto, Perotti jamás rompió el diálogo con nadie ni se afilió al partido de la crispación permanente. Hijo de productores rurales, en la guerra con el campo, en 2008, promovió vías de diálogo con los ruralistas y propuso detener el enfrentamiento que terminó con una batalla perdida para el gobierno de Cristina Kirchner. Perotti es una víctima de lo que representa, porque en Santa Fe competían por el triunfo dos versiones distintas de la oposición, no el oficialismo. Ganó, al final, el macrista Miguel del Sel.
En Mendoza, la Presidenta perdió dos veces. Fue derrotado el oficialismo peronista, que tiene poco que ver con ella, pero también sufrió un descalabro La Cámpora, que compitió con aquel peronismo. El actual gobernador de Mendoza, Francisco Pérez, que no tiene reelección, militó en el cristinismo puro durante toda su gestión. No pudo hacer nada por su presidenta. Hasta el Ejército fue acusado en Mendoza de prestarle sus instalaciones a La Cámpora durante la campaña electoral. Tampoco sirvió de nada. El acuerdo macrista-radical se impuso ampliamente a las distintas versiones del peronismo.
Salta tampoco puede inscribirse como una victoria de Cristina Kirchner. "Yo siempre dije que soy peronista, nunca dije que soy kirchnerista", fue lo primero que aclaró el gobernador triunfante de Salta, Juan Manuel Urtubey. Urtubey es un político de estilo afable, pero es también, y sobre todo, un hombre conservador. Reinstaló la educación católica en las escuelas públicas y castigó a los diputados nacionales salteños que votaron el matrimonio igualitario. ¿Podría decirse, sin mentir, que en Salta ganó Cristina Kirchner de la mano de Urtubey? No, sin duda.
La pregunta que corresponde hacer es por qué la Presidenta tiene buenos niveles de aceptación popular cuando la sociedad (o un sector mayoritario de ella) parece cansada de su estilo y sus políticas. La explicación más común que se encuentra consiste en que esa popularidad se debe a que ella se va. Después de diciembre podrá ser legisladora nacional o del Parlamento del Mercosur (posibilidades que la gente común no asumió todavía), pero lo cierto es que no será presidenta. El adiós de una mujer viuda (que hizo de su viudez una importante herramienta electoral y publicitaria) puede sensibilizar a importantes sectores sociales.
Cierto nivel de consumo y cierta preservación del empleo podrían explicar otra parte de aquella simpatía. No puede desecharse tampoco el efecto que produce en la sociedad una indiscutible autoridad política. Otra cosa, que a veces le juega en contra, es que ella convierta la necesaria autoridad política en autoritarismo a secas.
Ninguna elección nacional está ganada ni perdida de antemano cuando los oficialismos empiezan perdiendo. Salvo en Salta, fueron derrotados los gobiernos de Santa Fe y de Mendoza. Los gobernantes de Santa Fe no son kirchneristas, sino opositores al kirchnerismo. Pero la alianza radical-socialista, que viene gobernando esa provincia desde hace ocho años, está pagando el precio de no haber sabido enfrentar un delito desbocado y el auge del narcotráfico. Es cierto que tuvo muy poco apoyo del gobierno nacional, aun cuando el narcotráfico es un delito federal, pero también lo son la impotencia del gobierno local y la complicidad de la policía santafecina con los narcos.
La economía mendocina, a su vez, padece la crisis común a las economías regionales como consecuencia de un dólar subvaluado. Ése es un problema que muy pocos políticos nacionales tienen en cuenta, y del que muy pocos economistas hablan, pero que está haciendo estragos en el interior del país. Las exportaciones se frenaron de golpe y los insumos importados son cada vez más difíciles de conseguir por el cepo al dólar.
Los primeros resultados provinciales parecen darles la razón a los encuestadores que señalan que hay una tendencia cada vez más firme de la sociedad para reclamar un cambio fundamental de las políticas nacionales. No todos los encuestadores dicen eso, pero Mauricio Macri está convencido de esa opinión mayoritaria, que terminaría beneficiándolo a él. Los resultados de Santa Fe y Mendoza lo confirmaron en esa certeza.
Macri tiene la ventaja de que su carrera presidencial depende sólo de sus aciertos o de sus errores. Al revés, Daniel Scioli, que también oscila con sus propios méritos o desméritos, está pendiente de un gobierno nacional que a veces no sabe qué hacer con él. Hace sólo dos meses, todo parecía encaminarse hacia el exilio de Scioli del kirchnerismo. La Presidenta y el gobernador se reconciliaron en las últimas semanas, pero nadie apuesta a que ésa será la última decisión de Cristina Kirchner.
A Macri lo aguarda todavía la victoria del próximo domingo en la Capital, que podrá ser con Horacio Rodríguez Larreta o con Gabriela Michetti. Con las victorias de Capital, Santa Fe y Mendoza, a Macri sólo le restará cerrar de una buena vez Córdoba. Despejados los primeros lugares de las listas (Oscar Aguad será candidato a gobernador; Ramón Mestre irá por la reelección como intendente de Córdoba, y Luis Juez buscará la reelección como senador nacional), las negociaciones se centran ahora en las listas de candidatos a diputados nacionales. Macri pide lo que, según él, le corresponde por el liderazgo del espacio; los radicales reclaman en nombre de la historia, porque ellos gobernaron Córdoba durante la mitad de los años democráticos.
Sergio Massa tiene votos en la provincia de Buenos Aires, pero es evidente que carece de una buena estructura en el interior del país. No ha sabido trabar alianzas en las provincias y terminó disputándole a Macri la foto con un radical perdido en muchos distritos. Cometió el error de ahuyentar a Carlos Reutemann de su lado (el senador fue uno de los primeros dirigentes nacionales del peronismo en apoyarlo) porque se metió en Santa Fe sin consultarlo. Massa terminó suscribiendo la candidatura en Santa Fe de Oscar "Cachi" Martínez, uno de los peores enemigos de Reutemann. Massa y Martínez perdieron de mala manera el domingo y Reutemann está ahora al lado de Macri.
Massa podría quedarse el próximo domingo sin candidato en la Capital. Guillermo Nielsen es un economista formado y, tal vez, el argentino que más sabe sobre la deuda argentina en el exterior, porque fue él quien la renegoció en 2004 y 2005, después del default. Nielsen tiene formas cordiales para hacer política, pero no cuenta con el conocimiento público como para ser candidato a jefe de gobierno. Massa recurrió desesperadamente a Nielsen cuando se enteró de que su candidato seguro para jefe de gobierno, Martín Redrado, no estaba dispuesto a acompañarlo. ¿Ingenuidad? ¿Excesiva seguridad en sí mismo?
En medio de tantas novedades electorales, Cristina se fue a Rusia, donde seguramente le preguntará a Putin cómo hizo para permanecer en el poder tanto tiempo, ya sea gobernando él mismo o a través de su disciplinado discípulo, Dmitri Medvedev. En su país, los primeros datos reales sobre el estado de la sociedad indican que esos métodos arbitrarios y mandones, entre otros, agonizan irremediablemente.