Si uno ve el comportamiento de los argentinos de hoy en día, la única capacidad de innovación, inteligencia y habilidad que uno descubre es nuestra capacidad para sobrevivir el día a día. La habilidad que hemos desarrollado se limita a ver cómo sobrevivir a este tsunami estatista e intervencionista que ahoga la capacidad de innovación. Trabajar atados de manos por las regulaciones existentes. Producir sin saber si se tendrán insumos. Vender y ver como el fruto de nuestro trabajo se lo lleva ese socio carísimo que se llama estado y encima a cambio de nada es parte de nuestra vida diaria. Es más, hay un conjunto de burócratas que se consideran seres iluminados y superiores al resto de los mortales que habitamos estas tierras, que van forzando la asignación de recursos según su visión de lo que es mejor para todos según ellos.
Varios son los mecanismos que se utilizan para asignar los recursos productivos e inhibir la capacidad de innovación de la gente.
Por un lado tenemos el famoso gasto público. Este gasto público récord que lejos está de brindar los servicios para los cuales fue creado el estado, es decir, para defender la vida, la libertad y la propiedad de las personas. Este estado no ofrece esas garantías, por el contrario, las ataca cuando puede. El gasto público actual se limita a estimular el consumo en detrimento de la inversión, con lo cual dirige los recursos de la gente hacia la producción de bienes de consumo pero sin ampliar la capacidad productiva y menos la competitividad de la economía. A lo largo de todos estos años florecieron los comercios dedicados a vender bienes de consumo durable y no durable. Pero a medida que se va agotando la capacidad de financiar la fiesta de consumo vemos como mes a mes se baten récords en locales cerrados. Gente que con lo que vende, no puede pagar el alquiler del local, el sueldo y las cargas sociales de un empleado y los impuestos nacionales, provinciales y municipales. Esa persona cierra su local y tiene que ver cómo sobrevive.
La capacidad de innovación también se ve anulada por los inútiles burócratas que controlan los precios y rentabilidad de las empresas y las obligan a llenar planillas Excel que no sirven para nada. Ignorantes como son, creen que los costos determinan los precios de venta, cuando en la realidad son los precios de venta los que determinan los costos. Cuánto está dispuesto a pagar el consumidor por un producto determinado es el indicador que tiene el empresario para definir cuáles son los costos en los cuales puede incurrir (mano de obra, insumos, etc.).
Como el precio deriva del valor que la gente le otorgue a cada bien o servicio, en una economía normal es la capacidad de innovación del empresario el que permite progresar descubriendo dónde hay una demanda insatisfecha. Es decir, dónde hay que asignar los recursos productivos para producir bienes que la gente valora pero que nadie está produciendo. Este es uno de los ingredientes del progreso económico.
Cuando la gente no puede expresar sus preferencias y es reemplazada por el burócrata que decide qué hay que producir y a qué precio vender la economía no tiene innovación. No tiene iniciativa, audacia, dinamismo, solo se limita a producir lo que el burócrata caprichosamente decidió. Para manejar una empresa bajo esas condiciones no hacen falta empresarios verdaderamente innovadores, solo personas que se limiten a recibir órdenes de un incapaz que sueña con ser el Dios todo poderoso que sabe qué quiere cada consumidor.
¿Para qué pensar en nuevos productos, tecnologías y métodos de producción si un burócrata rentado puede destruirme el negocio que asumo con riesgo?
La gente no trabaja pensando en el largo plazo, solo en cómo sobrevivir el día con el peso del estado y la incertidumbre que crean los burócratas con sus ordenanzas.
El argentino vive para atender las requisitorias y nuevas regulaciones de la AFIP y del BCRA. Para llenar inútiles planillas Excel que demandan los burócratas. Para pagar impuestos, para hacer engorrosos trámites para poder exportar el fruto de su trabajo. No vive para crear, inventar, innovar, desarrollar nuevos productos, formas de producción o tecnologías de avanzada. El argentino destina gran parte de su tiempo a cumplir con las órdenes del burócrata de turno, lo que significa dejar de producir para perder el tiempo y las energías en llenar formularios y cumplir regulaciones que no generan riqueza. Es decir, no generan bienes que la gente necesite para mejorar su nivel de vida. La gente despilfarra un bien escaso y no renovable como es el tiempo en cumplir con los caprichitos y delirios de los burócratas.
Este nefasto sistema viene de hace décadas. El fascismo en Argentina no es solo político, sino también económico. Y es ese fascismo económico implementado por burócratas “iluminados” el que sigue hundiendo a la Argentina.
En Argentina no hay lugar para los innovadores y emprendedores. Solo hay lugar para los lobbistas que ganan plata siendo cortesanos del poder y para los burócratas que nos esquilman con impuestos para cobrar sus suculentos sueldos y para empresarios que, para sobrevivir, ven como pierden el control de sus empresas por la maraña de regulaciones y ordenes que emanan de personajes que nunca manejaron ni un quiosco, pero cobran fortunas por jugar al empresario con los recursos ajenos.
En síntesis, el argentino no es un innovador que crea riqueza para satisfacer las necesidades de la gente. Solo es un innovador para ver cómo sobrevive a la sistemática destrucción de la Argentina en manos de los burócratas “iluminados”.
Como decía Juan Bautista Alberdi en su Sistema Económico y Rentístico: “¿quién hace la riqueza? ¿Es la riqueza obra del gobierno? ¿Se decreta la riqueza? El gobierno tiene el poder de estorbar o ayudar a su producción, pero no es obra suya la creación de la riqueza”.
Desde hace décadas, pero ahora muy potenciado con el kirchnerismo, el estado se ha dedicado a estorbar la producción de riqueza. Por eso somos un país decadente, sin iniciativa, innovación y cada vez más pobre. Porque los burócratas iluminados estorban al que produce riqueza.
Argentina tiene un gran potencial de crecimiento, pero para eso hace falta sacarnos de encima a estos aprendices de brujos que desde sus despachos alfombrados no nos dejan trabajar e innovar.
El día que no molesten más, entonces toda la energía de los argentinos estará destinada a innovar y crear riqueza.
Fuente: Economía para Todos