Mauricio Macri y Daniel Scioli (el orden puede cambiar, según las encuestas) están cerca de cumplir un viejo sueño: competir entre ellos por la presidencia de la Nación. Hay otra coincidencia entre los dos: ninguno lo quiere a Sergio Massa, que trata de mantener con respirador artificial un triple empate que parece diluirse.
Tanto Macri como Scioli deben todavía, sin embargo, superar varios obstáculos para alcanzar una clara polarización electoral.
Macri tiene un problema que Scioli no tiene: aquél enfrentará una elección clave en su propio distrito antes de los comicios presidenciales. A su vez, Scioli necesita de la voluntad de una persona, Cristina Kirchner, para ser candidato presidencial. Jamás romperá con la Presidenta. Punto final para una historia de rumores. Macri es más independiente; requiere sólo de su suerte y de su arte. El problema de Macri no consiste en ganar la Capital. La ganará, según todas las encuestas, en un distrito en el que él mismo cuenta con más del 70 por ciento de imagen positiva. Su dilema es otro: ahora necesita ganar con Horacio Rodríguez Larreta, por quien el viernes se volcó decididamente. Descartó todos los consejos que recibió para no poner en riesgo su carrera presidencial.
Gabriela Michetti (a quien Macri sigue llamando "mi hermana") no le asegura lo que él considera primordial: la continuidad de la gestión. A las quejas de Michetti, Macri le responde que fue ella la que hizo uso y abuso de la antigua complicidad con él para competir con Rodríguez Larreta. La novedad, de todos modos, es que ambas candidaturas porteñas están empatadas para las internas de dentro de un mes. En cualquier caso, Macri ganará, pero ganará más si el vencedor fuera Rodríguez Larreta, según lo explicitó él mismo. La discordia macrista estalló en un momento inoportuno: ningún encuestador descarta un triunfo en la primera vuelta de Pro en la Capital, cosa que no ocurrió nunca.
El proyecto presidencial de Macri debe superar un conflicto más grande que esa pelea entre vecinos: el acuerdo con los radicales de Córdoba. En esa provincia, se sembró la semilla del acuerdo nacional del radicalismo con Pro y sus principales dirigentes, sobre todo Oscar Aguad, enhebraron relaciones personales e ideológicas con Macri. El problema radical es que el intendente de Córdoba, Ramón Mestre, no resigna su aspiración a ser candidato a gobernador, sitio que Macri siempre le reservó a Aguad. Todos los asesores políticos de los radicales les aconsejaron a éstos que escondieran las peleas internas porque esos revolcones les hacen daño frente al electorado independiente. Pero ni la posibilidad del poder fascina tanto a los radicales como la lucha entre radicales.
Harto de tantas disputas cordobesas, Macri nombró a un candidato propio a gobernador. Fue una presión más que una decisión: ni los radicales ni Pro podrían acceder a la gobernación de Córdoba si fueran divididos. Aun juntos tendrían por delante un serio desafío: el delasotismo gobierna esa provincia desde hace 15 años. Aguad y Luis Juez, el otro aliado de Macri, decidieron permanecer en el acuerdo con Pro bajo cualquier circunstancia. Mestre pidió una nueva encuesta para decidir qué hará. El viernes, Macri y Aguad confiaban en que el conflicto se superará en las próximas semanas.
De todos modos, el caso de Córdoba es también una señal del precio que Macri podría pagar por su acuerdo nacional con los radicales. Esperaba que Ernesto Sanz le abriera las puertas a una nueva generación de radicales, pero aparecieron los mismos de siempre. Macri no está dispuesto a presidir un eventual gobierno con los radicales pidiéndole trozos del poder del Estado. "No soy un vendedor de pizza", suele decir Macri. Tiene la formación de un empresario, para quien los equipos valen por lo que son y no por lo que representan. El jefe es uno para él, siempre, y eso lo demostró en el gobierno de la Capital, donde la disciplina política también existe. ¿Nombrará a radicales en ese potencial gobierno? Claro que sí, pero los elegirá él de acuerdo con la competencia y la identificación con cierta noción de país. Al revés de la Alianza de 1999, que fue una coalición desde el principio, esta vez se trata de una competencia interna entre varios partidos. Gobernará el que gane.
Scioli tiene clara una sola cosa: nunca se enfrentará con Cristina Kirchner. Deben descartarse, por lo tanto, las versiones sobre un supuesto deslizamiento del gobernador hacia fuera del arco cristinista para pelear la candidatura con Massa. "No voy a tirar a la basura 12 años de mi vida", responde cuando le preguntan sobre esos rumores. El riesgo más serio de Scioli es que Cristina Kirchner termine levantando la mano de Florencio Randazzo como candidato suyo en las internas abiertas de agosto. Randazzo ha crecido en las encuestas, aunque todavía no está cerca de Scioli. El 50 por ciento del kirchnerismo asegura en las encuestas que votará en esas elecciones primarias al candidato que apoye la Presidenta.
El kirchnerismo, que se diferencia y se confunde con el peronismo, retiene casi el 30 por ciento del voto del electorado nacional. Incluso, en la Capital es el segundo partido más votado, aunque muy lejos del primero, Pro. Scioli cree que él es el único que representa la permanencia y el cambio al mismo tiempo. ¿Quiere la sociedad un gobierno dialoguista y consensual? "Bien. Yo he sido dialoguista y consensual cuando nadie lo era", dice Scioli.
Cristina va y viene. Lo pone en el freezer unos días, pero luego lo saca y lo coloca en el horno también por unos días, hasta que lo devuelve al freezer. Así es la vida de Scioli, pero así fue desde el amanecer del kirchnerismo en 2003. Digan lo que digan, no hay argumento teórico contra la prueba práctica: sigue conservando casi el 30 por ciento de intención de voto presidencial. "Uno o dos puntos arriba o abajo de Mauricio", aclara siempre.
¿Y si Cristina le impusiera a Axel Kicillof como candidato a vicepresidente? Scioli tiene un mecanismo de autoayuda infalible: nunca se adelanta a los problemas, aunque éstos le llegan invariablemente. "A mí nadie me dijo nunca nada sobre eso", se ataja. Pero, en el fondo, quisiera que Macri le ofreciera la candidatura vicepresidencial a Carlos Reutemann, la adquisición política y personal más importante que hizo el líder de Pro. Scioli imagina, aunque jamás lo dice, que la fórmula kirchnerista debería tener, en tal caso, la envergadura de su oponente. Adiós a Kicillof y a los muchachos de La Cámpora. Macri no habló todavía con Reutemann, pero supone que éste preferirá renovar su banca de senador. Supone, nada más.
Macri y Scioli han llegado a una coincidencia implícita: ninguno habla nunca de Massa. Ignorarlo es condenarlo a estar fuera del campo de juego. Lo están logrando, aún en las encuestas más generosas con Massa. En estas mediciones, el ex alcalde de Tigre está estancado o en declive desde noviembre del año pasado, mientras Scioli conservó su potencial y los números de Macri se duplicaron. Massa tuvo deserciones importantes, cometió errores inexplicables (como apoyar en Santa Fe a un enemigo de Reutemann, que ahuyentó a éste del massismo) y, encima, carece del atril oficial que los otros tienen como jefes de gobiernos locales. Massa necesita una buena noticia, urgente, para reinstalar con claridad el triple empate que se le va de las manos.
Massa carece hasta de la tragedia que potencia una vida política. Los otros la tienen. Scioli perdió un brazo en un accidente. Macri fue secuestrado en 1991 por una banda de comisarios delincuentes. El drama personal los hizo famosos antes de que fueran famosos. La política también amasa la suerte con la tragedia.