Mauricio Macri tenía una teoría. Decía que no le importaba ganar la provincia de Buenos Aires, que le alcanzaba con tener un candidato que le permita sacar 20% en ese, el principal distrito del país, lo suficiente para alcanzar un número que promediara con otras victorias y le diera posibilidad de entrar en la segunda vuelta. Después, el antikirchnerismo haría su trabajo y él podría llegar a la Presidencia. Si un gobernador de otro signo político ganaba el principal distrito del país, no era su problema. Él tendría cómo tratar con él cuando habitara la Casa Rosada. Había un ejemplo previo, el del presidente Fernando De la Rúa, que ganó la presidencial, pero no Graciela Fernández Meijide, su candidata a gobernadora. En su lugar, triunfó el peronista Carlos Ruckauf.
No es que no le interesara ganar en la Provincia, pero lo consideraba prácticamente imposible de acuerdo al modelo de construcción política que había elegido. Su figura podía traccionar, pero nunca lo suficiente para penetrar en el conurbano profundo, ese no-lugar dominado por las reglas de una marginalidad difícilmente comprensible.
Era un tiempo distinto, cuando solo apostaba a candidatos propios y creía que tenía la chance de ganar en la provincia de Santa Fe además de Capital, y hacer un buen papel en Córdoba y Mendoza, y no mucho más. Había que ser amarillo para formar parte del mundo PRO. Pero hubo un "click" en la estrategia del macrismo y empezó a imponerse el pragmatismo político.
Fueron de a poco, como le corresponde al primer partido argentino diseñado con lógica de ingeniero, no de abogado o militar. Les fue bien en Marcos Juárez, donde ganaron respaldando a un candidato de tradición radical y con respaldo de la UCR cordobesa. Luego bajaron su propio candidato en Mendoza para respaldar al de la UCR, Alberto Cornejo, y dieron un salto cualitativo cuando llevaron a su redil al peronista Carlos Reutemann. Inmediatamente después se impusieron al deseo de Ernesto Sanz de organizar unas PASO que incluyan a Sergio Massa y lo ayudaron a que gane en la convención radical.
Se lanzaron de lleno a la negociación política tradicional, una herramienta que no estaba en el ADN del PRO, pero que fue ganando volumen al calor del crecimiento en las encuestas, con el que fueron perdiendo cierta timidez. Siempre a su estilo, que le escapa a la informalidad de los peronistas, acostumbrados a llegar tarde a las reuniones y con diez personas aunque se haya acordado que era una reunión de tres. Pero como las cosas están resultándole más fáciles de lo que estaba en sus planes, el jefe de Gobierno de la Ciudad empieza a escuchar otras alternativas.
Cuando Macri arrancó su estrategia nacional, la candidata a gobernadora que eligió, María Eugenia Vidal, tenía 5 por ciento de intención de voto. Hoy tiene 15 por ciento y un conocimiento del 60 por ciento, poco para encarar una campaña exitosa que tiene que empezar en apenas tres meses, pero mucho más de lo que tienen Julián Domínguez (37 conocimiento, 3 intención de voto) o Patricio Mussi (36 conocimiento, 3 intención de voto), los dos candidatos a gobernador de la provincia que parecen los preferidos de Cristina por estos últimos días.
Vidal está bien posicionada frente a los candidatos del Frente Renovador (FR), como Francisco De Narváez, que tiene 98 por ciento de conocimiento pero apenas 10 por ciento de intención de voto. Aunque tiene bastante menos de lo que miden otros candidatos del FpV, como Martín Insaurralde (95 conocimiento y 18 intención de voto) o Diego Bossio (63 conocimiento y 17 intención de voto).
Por eso Macri empezó a escuchar otras alternativas, como permitir que algún candidato de origen peronista compita en las PASO de la provincia de Buenos Aires, para que se sume al intendente de San Isidro, Gustavo Posse, que ya dejó el FR. Podría ser Felipe Solá, un ex gobernador con 95 por ciento de conocimiento y poca intención de voto, 5 por ciento, aunque cuenta en su haber con una buena relación con Elisa Carrió, la temida líder de la Coalición Cívica y primera impulsora de la alianza con Macri. De todos modos, consultado por Infobae, el ex gobernador dijo: "Nadie me ofreció nada". En relación a la candidatura de Massa a presidente, consideró que "no hay peor batalla que la no se da".
En el FR reconocen un amesetamiento de Massa, pero ven un camino. Están convencidos de que si Cristina insiste en despreciarlo a Daniel Scioli, el ex intendente de Tigre tiene la chance de atraer al peronismo al punto de sacar mayor porcentaje de votos que el FpV. "Si la Presidenta es la primer candidata a diputada nacional, y no le da nada al sciolismo, tenemos la chance de que Scioli rompa con el oficialismo o, aún cuando no lo haga, de que los votantes peronistas más tradicionales no lo sigan y se vengan con nosotros", dicen.
Esta hipótesis de peronización de la campaña del FR –que hasta ahora quiso ir "por el camino del medio", entre la continuidad y el cambio– tiene sus riesgos, porque depende enteramente de lo que hará otro, en este caso Cristina Kirchner. Pero tiene la ventaja de que nadie puede oponerse a que la Presidente lidere la lista de diputados nacionales del oficialismo ni, mucho menos, que tenga la vocación de conducir al peronismo fuera del poder. Para los massistas, ese escenario hipotético que imaginan traccionaría al oficialismo para abajo (aseguran que tienen un sondeo donde la Presidente tiene apenas 25 por ciento de intención de voto en la Provincia) y le daría la posibilidad a Massa de pelear por la conducción del peronismo desde fuera del poder, en caso de que Macri se impusiera en las elecciones presidenciales.
Piensan, incluso, que en caso de que Macri gane la elección, en el peronismo se abrirá una disputa por su control, y creen que tienen la chance de ganarla. Dicen: "Es obvio que Cristina Kirchner no será la jefa del peronismo en la derrota, sino la jefa de su facción en la derrota, que es una minoría dentro del peronismo. Si Massa sacara un porcentaje mayor que el candidato del FpV en las elecciones, en el caso de que el candidato fuera Florencio Randazzo o alguien de La Cámpora, podría disputar el liderazgo del peronismo y pensar en una candidatura presidencial para más adelante. Tiene la edad para hacerlo".
Es verdad que son todas especulaciones. Aún faltan tres meses para el 20 de junio, fecha de presentación de las listas nacionales, cuando empezarán a develarse parte de estos misterios. Y cuatro meses y medio, el 9 de agosto, para votar en las PASO y siete meses para la primera vuelta electoral, que será el 25 de octubre.
Hasta que el tiempo continúe su incesante avance, unos datos merecen reflexión. Se trata de la evolución de la intención de voto en la provincia de Buenos Aires, por partido político. En tanto el FpV tenía en agosto de 2014 el 38,6 por ciento, en febrero de 2015 siguió en una cifra similar, 39,7. El FR, que en agosto de 2014 tenía 22,7 por ciento de intención de voto, hoy tiene 14,4. En cambio el PRO, que en agosto de 2014 tenía 9,4 por ciento de intención de voto, hoy tiene 29.5. No sólo creció en estos seis meses, sino que triplicó su perfomance. Son datos contundentes, que impresionan todavía más si se tiene en cuenta que la última medición fue realizada antes del pase de Reutemann y de la convención radical de Gualeguaychú.
El sueño de que un Macri presidente gane también la gobernación bonaerense se acerca un poco más. El 11 de abril habrá otra convención radical, la de provincia de Buenos Aires. Si Ricardo Alfonsín cae de nuevo derrotado y se impone Federico Storani, tal vez la UCR sea la herramienta que termine de construir esa victoria. Siempre y cuando el acuerdo PRO/UCR/CC sea tratado con delicadeza y no se provoquen fisuras.
Si no, Macri tendrá que apelar a alguna salida creativa, que le permita evitar que un gobernador peronista opositor le carcoma el Conurbano, como ya lo hicieron con De la Rúa algunas huestes en el pasado reciente, en ese fatídico 2001 que nadie quiere repetir.