Un individuo cuya principal característica fácilmente reconocible es la desfachatez, el discurso altivo y arrogante, la fanfarronería de no usar corbata.
Las similitudes entre el titular de Finanzas griego, Yanis Varoufakis, y el de Economía local, Axel Kicillof, son varias. Varoufakis se permite incluso saludar a la elegante Cristina (Lagarde) llevando ostensiblemente la camisa por fuera del pantalón, algo que a Axel, bastante más bajito, probablemente no lo favorecería.
La Argentina fue pionera no en arreglar deudas como se pretende hacer creer, ya que después de casi 12 años de kirchnerismo buena parte sigue en default. Néstor Kirchner logró que el desaliño en el vestir y hasta la dejadez absoluta en el calzado fueran confundidos con actitudes revolucionarias de un político profesional inexplicablemente millonario.
Varoufakis, sin embargo, pareció tomar también enseñanzas del radical Raúl Baglini, autor del célebre teorema según el cual los políticos se vuelven cada vez menos revolucionarios a medida que se acercan al poder.
Varoufakis ya está en el poder y, lejos de dinamitar la presencia de Grecia en el euro y tirar por la ventana todos los programas de ajuste, como prometió en campaña, negoció una prórroga del salvataje financiero que mantiene a su país con respirador artificial.
Alemania arrió un par de banderas, pero el verborrágico griego también. ¿Como Menem en 1989 tras ganar la elección? Puede ser, pero en la notoria calva del griego no se verían bien las patillas.
Kicillof, en cambio, sigue dinamitándolo todo. No ahorra insultos hacia el juez Thomas Griesa, respaldado por la Corte de su país. Su segundo, Álvarez Agis, tampoco guarda agravios. Es el funcionario que por sus modos y talante el nada sutil Guillermo Moreno llegó a confundir con un guardaspaldas del ahora ministro. "No sabe nada de economía, será el «culata»", decía el entonces secretario de Comercio, alias "Napia", alias "Patota".
La diferencia entre Varoufakis y Kicillof es que el griego tiene que quedarse o aspira a ello. Acaba de llegar al gobierno. La explosión de la economía se lo llevaría a él de vuelta a sus clases, con suerte. Las instituciones educativas que pagan bien a sus docentes suelen no gustar de los que fracasan estrepitosamente en cargos públicos.
Kicillof se irá, como tarde, el 10 de diciembre próximo. Jorge Todesca acaba de mostrar cómo, con los números de hoy, el próximo gobierno deberá enfrentar vencimientos por $ 36.333 millones en letras del Banco Central. Será en los primeros dos meses. "El año pasado la asistencia al Tesoro con emisión ascendió a $ 161.508 millones; es decir, el 14% del gasto" del gobierno nacional, calculó Todesca en el último informe de su consultora Finsoport.
"Para esterilizar esta avalancha monetaria, el BCRA realizó una emisión de Lebac que llevó el stock de estos títulos de $ 115.458 millones hace un año a $ 303.116 millones en la actualidad", explicó. Todavía falta llegar a diciembre y no hay signos de que la política cambie. Déficit fiscal, emisión descontrolada y atraso cambiario.
De paso, pocos días después de que asuma el nuevo presidente el Banco Central podría reclamarle los US$ 10.000 millones que le "tomó prestado" el Tesoro en 2005 para pagarle al Fondo Monetario Internacional sin reclamar quitas. Es el costo de la supuesta "soberanía" ganada por Néstor Kirchner, que, como dice Joaquín Morales Solá, a los funcionarios del organismo "los corrió a billetazos".
Ahora, dos tercios del activo del Banco Central son préstamos al gobierno nacional, según el Ieral de la Fundación Mediterránea. Esos "activos" en el balance sirven en tanto y en cuanto el deudor pague. Si no, son papel pintado y el banco está quebrado. La hora de la verdad llegará si el kirchnerismo devenido en cristinismo cumple con la Constitución y ya no está en el gobierno el 11 de diciembre próximo.
A eso parece apostar Kicillof. Varoufakis, en cambio, parece comprender que, de a poco, los términos del intercambio, el "viento de cola" podría favorecer a Grecia con dólar caro y petróleo barato. Exactamente lo contrario de lo que necesita la Argentina, que tal vez sufra la "tormenta perfecta" que Kicillof está acercando todo lo que puede.