El poder político le ha provocado a la Argentina heridas muy graves que es absolutamente necesario curar. Hemos ido pasando de la democracia y el respeto por las instituciones a un estado intermedio en el que "los que saben" (políticos, empresarios, policías, espías, algunos jueces) fueron estirando a su favor la interpretación de las leyes. Y terminamos desembocando en el abuso, la mentira, la ilegalidad y la impunidad.

La Argentina, por ese camino, se hará irrespirable para nuestros hijos. Hay que cambiar ese rumbo. Y eso requiere liderazgos democráticos, respetuosos de las diferencias y de las instituciones, que reconozcan el valor de las miradas diversas y que estén dispuestos a construir "entre todos". Es imprescindible dejar atrás las tentaciones autoritarias, la cultura autoritaria, y abrazar con fe, como misión, la cultura plural del respeto. La democracia se basa en el respeto del otro, no en la idea autoritaria de imponerse al otro.

Tenemos que reconstruir las instituciones y la confianza en las instituciones, porque son ellas las que nos permiten desarrollar nuestras vidas en paz y no tener miedo por nuestros hijos. Es una institución que los policías persigan a los ladrones; que los fiscales acusen a los que cometen delitos sin importar quiénes son los que infringen la ley o quiénes son sus padrinos; que los jueces sean jueces de la ley (es decir, de los derechos del pueblo) y no jueces del poder (es decir, de los intereses de los poderosos). Una institución es que las estadísticas sean reales; que no se oculte información a los ciudadanos; que los que critiquen puedan criticar sin temor a represalias; que los representantes democráticos de sus votantes no se sepan perseguidos y espiados por cumplir con su deber; que los fondos públicos sean públicos y no privados o políticos; que se rindan cuentas; que el valor de los salarios sea protegido, por un Banco Central independiente, de la ambición insaciable de los gobernantes inescrupulosos; que cada uno pueda ejercer su derecho constitucional de educar a sus chicos de acuerdo con sus valores o de trabajar y poder comerciar el fruto de su trabajo.

Estas instituciones nos fueron quitadas por la mala política, por los abusadores, por el "sistema que se las sabe todas". Los habitantes quedamos a la intemperie frente a los mafiosos y a los depredadores; quedamos sin protección. Por eso hay miedo y angustia. Eso es lo que hay que cambiar. Ése va a ser el cambio que tenemos la responsabilidad de provocar los que tenemos representación. No podemos rendirnos, ni retirarnos, ni dejar nuestro lugar por comodidad o por cobardía. A menos que queramos abandonar a su suerte a nuestros propios hijos.

Cuando la política ya se tocó con el crimen, se nos quiere hacer participar de un simulacro, engañando una vez más al pueblo, diciendo que se quiere reformar los servicios de inteligencia cuando lo que en realidad se quiere es aumentar el poder de los espías ilegales afines al Gobierno. Lo que busca el poder político en este contexto en el que nos toca vivir es impunidad. Hay que decirlo con todas las letras: se pretende imponer la impunidad por ley. Por eso pretenden "asegurar que aquellos datos de inteligencia que una vez almacenados no sirvan para los fines establecidos por la presente ley sean destruidos".

¿Quién dice qué sirve y qué no sirve, o servirá algún día, en función de "fines" que no se sabe cuáles son? ¿Van a destruir legalmente las informaciones que incriminen a los poderosos o a sus amigos? Denunciémoslo: impunidad.

Cuando se pretende que a las famosas escuchas telefónicas que los delincuentes oficiales nos hacen todos los días las maneje una fiscal que ha buscado la impunidad de los poderosos, poniendo fiscales amigos que no acusan a quienes deben acusar o pretendiendo sacar a los que sí lo hacen, como Campagnoli, lo que se busca es impunidad.

Muchos ingenuos o perversos quieren que simulemos que no pasa nada, que simulemos que éste es el tratamiento ordinario de una ley ordinaria. No lo es. Hay dos chiquitas con su papá muerto por cumplir con su deber de fiscal, que no saben lo que pasó. Por eso hay que marchar, ir a la calle en paz y en silencio, contra la impunidad, para que esos "vivos" que nos robaron nuestras instituciones, las instituciones constitucionales de los argentinos, y que nos quieren seguir robando la tranquilidad y el derecho a vivir y a desarrollarnos con nuestras familias de acuerdo con nuestros valores sepan que somos más, que no lo van a lograr, que vamos a hacer lo que tengamos que hacer para que el cambio, de una buena vez, sea una realidad.

La autora es presidenta del bloque Unión Pro en el Senado de la Nación