Pero también se quedaron preocupados por algunas de las cosas que dijo. Mis jefes de La Cámpora me preguntaron, por ejemplo, si eso de que dejará de recibir en audiencias privadas a políticos argentinos para no inmiscuirse en el proceso electoral de 2015 incluye a Cristina. La perspectiva de que a la Presidenta se le cierren las puertas del Vaticano les resulta aterradora. Los tranquilicé. Como Francisco se muere si no habla con la señora (mejor dicho, si no la escucha, porque sus diálogos suelen ser amablemente desparejos: ella le da clases, incluso sobre temas religiosos, y él apenas si puede mechar alguna interjección), ya tiene resuelto el tema. Aprovechará todo lo que está saliendo a la luz sobre los negocios de Cristina y no la recibirá como política, sino como empresaria.
También repararon en la afirmación de que "el país tiene que llegar al final del mandato en paz". Les expliqué que se trataba simplemente de un llamado del Papa a aquietar los espíritus. Se vienen las fiestas de fin de año, en los últimos tiempos un período tan revoltoso, y se viene, sobre todo, una larga e impiadosa campaña. Pero lo que perturbaba a mis amigos no era eso, sino que haya hablado de "final del mandato". Se les pusieron los pelos de punta. ¿Quién le dijo al Papa que se termina Cristina? ¿Acaso se está sumando al coro opositor, que habla de "fin de ciclo"? Ahí se me complicó la cosa. Mi fidelidad a Francisco y mi sumisión a la señora entraron en conflicto. ¿A quién defendía, al poder celestial, garantía de futuro, o al terrenal, reaseguro del presente? Salí del apuro como pude. Dije. El Papa habló de mandato, no de ciclo. Los mandatos terminan. El ciclo histórico recién empieza. Creo que los convencí. Me enternece cuando el ardor revolucionario de estos chicos se estrella contra un discurso más o menos bien presentado.
De todos modos, no la saqué de arriba. Querían saber muchas cosas más del diálogo de Bergoglio con Elisabetta. Especialmente, aquellas que no se publicaron. Yo había jurado no filtrar nada, pero, no hay caso, ante la mínima insistencia, me doblo. La información me quema las manos, como bien lo saben los lectores de esta columna. Largué todo. Les conté que Francisco está muy preocupado por la suerte de Boudou, al que considera una víctima de la guerra que han lanzado varios jueces federales contra el Gobierno. "Boudou -dijo- es un buen muchacho, un emprendedor, un ejemplo de cuán lejos se puede llegar con perseverancia, ahorro y trabajo esforzado. Una vez le pregunté a Cristina por él y me respondió que era un tarambana, algo desprolijo y demasiado ambicioso, tanto política como económicamente. Pero lo dijo con cariño de madre. De hecho, opina más o menos lo mismo de su hijo Máximo. Ahora parece que al pobre Amado lo van a llevar a juicio oral por los papeles truchos de un auto que tenía hace muchísimos años. Y quizá después también por enriquecimiento ilícito y por lo de Ciccone. Pecados de juventud. Desde que se mudó a Puerto Madero, compró una Harley-Davidson, canta con la Mancha de Rolando, viaja por el mundo e hizo redecorar su despacho del Senado, lo veo más tranquilo, más asentado. Sería una picardía que una condena interrumpiera ese proceso de maduración. No voy a hablar de un alma contemplativa, pero su sonrisa permanente, incluso en las circunstancias más adversas, nos habla de un hombre que no ha perdido la fe y la esperanza."
Al Papa le inquietaba también la designación del ultrakirchnerista Sergio Leonardo Rodríguez al frente de la Fiscalía de Investigaciones Administrativas, el organismo que ausculta al poder. Hace cinco años que el puesto está vacante, no por desidia o cálculo político, sino porque no había nada que investigar. Y además no fue fácil encontrar a alguien dispuesto eventualmente a jugarse la vida en la lucha contra la corrupción. El temor del Papa era que este tipo, para demostrar su independencia de la Presidenta, empezara una caza de brujas, lo cual podría crear un clima de perturbación social. Francisco no puede ir por el mundo predicando la paz mientras se le incendia su propio país. Entonces decidió llamarlo. El diálogo lo alivió. Rodríguez le dijo que fue nombrado para investigar al próximo gobierno.
(Dicho sea de paso, otro organismo de contralor, la Auditoría General de la Nación, está viviendo momentos de mucha tensión. Después de durísimos informes contra la gestión kirchnerista en Aerolíneas Argentinas y en la Aduana, el jefe de la AGN, el radical Leandro Despouy, acaba de ser denunciado penalmente por el nombramiento de dos empleados. Una represalia muy merecida. De un radical se espera cualquier cosa menos que sea un eficaz investigador.)
Cuando había terminado la entrevista y estaba a punto de dejar el departamento de Santa Marta, Elisabetta, en estricto off the record, le preguntó a Francisco si estaba siguiendo el avance de la causa Lázaro Báez y la involucración de la propia Presidenta en un posible caso de lavado de dinero. Respondió como un papa: "Cuanto más leo, más rezo por ella".