El funcionario bonaerense ve a Daniel Scioli casi todos los días por cuestiones de gestión, pero como no forma parte del círculo más cercano al gobernador habla de afuera. Scioli invierte en él mismo porque es el único producto que tiene y con eso le va muy bien, explica. De esa inversión forman parte las fotos, los gestos, las palabras dichas o las insinuadas, y hasta los enojos, como el que el gobernador sobreactuó en los medios cuando lo pescaron lo más campante en un partido de fútbol de salón mientras media provincia se le inundaba.
Podemos hacer mucha propaganda con “Buenos Aires activa como nunca”, pero la verdad es que a Scioli nadie lo juzga por la gestión, dice el funcionario, que curiosamente es uno de los promotores y defensores de lo que en el gobierno bonaerense llaman gestión. Esta brecha entre lo que se dice y lo que se hace es una dicotomía de la política de todos los tiempos, y muy difundida en esta década relatada.
Scioli, a quien últimamente se lo nota confiado, más seguro, casi embalado, se llena la boca con palabras como “unidad” y “proyecto colectivo”. Son términos gratos de usar cuando la unidad y el proyecto colectivo parecen empezar a girar alrededor de uno mismo.
Algo de eso pasó en Mendoza, el lunes, para celebrar el Día de la Militancia (peronista). En torno de Scioli estuvieron el gobernador local, Francisco Pérez; el de Salta, Juan Manuel Urtubey; el de Formosa, Gildo Insfrán; el de Chubut, Martín Buzzi; el de Misiones, Maurice Closs; el de Jujuy y titular formal del PJ nacional, Eduardo Fellner; el jefe del PJ bonaerense, Fernando Espinoza, y el del porteño, Víctor Santa María; el embajador en Chile, Ginés González García; el director de la ANSes y pretendiente a la gobernación bonaerense, Diego Bossio; el funcionario de Presidencia y operador en jefe de la interna peronista, Juan Carlos Mazzón; y el precandidato presidencial auspiciado por el influyente Movimiento Evita, Jorge Taiana.
No es poco, dicho esto sin demérito para los múltiples competidores de Scioli por la candidatura mayor del oficialismo, todas bellísimas personas.
Dicho sea de paso, los otros candidatos K que corren con permiso de la Presidenta se fueron borrando uno a uno de aquel acto mendocino.
Difícil saber si, en caso de aposentarse en la Casa Rosada, esa concurrencia de Mendoza coincidiría con el perfil básico del equipo de gobierno de Scioli. Qué hará, cómo y con quiénes, son algunas de las muchas incógnitas que debería razonablemente despejar en el camino hacia la elección. Pero no es sencillo que lo haga. Cierta indefinición específica, estudiada como táctica o inevitable por su naturaleza, lo ha acompañado siempre.
Olvidate. Scioli es Menem. Va a armar un gabinete con notables y con referentes de la política. Le va a dar juego a todo el peronismo. ¿Quién lo dice? Un consultor con varias décadas de oficio y militancia, que trabajó con Menem y ahora, sosegadas aquellas pasiones, ofrece sus consejos de experto a precandidatos de diversas procedencias. Linda comparación. Si Scioli es Menem, entonces ¿que es Sergio Massa? Respuesta relámpago del consultor, que también conoce al candidato de Tigre: Massa es Kirchner. Arma equipos vistosos pero concentra las decisiones, pasa todo por él, no delega nada de poder y desconfía de casi todo el mundo.
Quizás tenga razón, y al final de cuentas cada político lleve en su carga genética la matriz del jefe con el que se formó y creció.
Scioli agrega y seduce porque no tiene fuerza propia, Massa depreda porque quiere construir fuerza propia. Ninguno de los dos concibe, un futuro lejos del poder. No habrá lugar para los dos. ¿O sí?
Scioli vende confianza y se sube a la ola del triunfo en primera vuelta. Ningún dato actual sostiene esa hipótesis. Pero la victoria sin balotaje es la última creación de la propaganda kirchnerista. Muchas otras creaciones ya les funcionaron antes, así que sería mejor no despreciar esta. Algo están logrando: demasiado opositor temblequea ante la posibilidad. El que temblequea se paraliza. Ahí está el encanto.
La otra cara de la moneda es sencilla: cualquier variante de segunda vuelta sería hoy destructiva para la aspiración de Scioli o de otro candidato oficialista.
Massa está en otra etapa de su construcción. Hace un año se comía los chicos crudos. Estaba 12 o 15 puntos arriba de cualquier otro presidenciable. Venía de ganarle a Cristina en la Provincia y de dejarla sin esperanza de re-reelección. Fue la herramienta eficaz que un sector de la sociedad eligió en 2013 para frenar a la Presidenta. Que te elijan para gobernar es otra cosa.
La obsesión de Massa es amesetarse. Palabrita de moda en la política: se refiere a entrar en una meseta, frenar la inercia que se trae. Si se frena la inercia de subida, amesetarse es malo. Si se cambia el curso de la inercia de caída, entonces amesetarse es bueno. Para Massa hoy sería bueno.
El virtual triple empate Scioli-Massa-Macri hoy es un hecho que ya no se discute en la política. ¿Quién va primero? Depende de la encuesta que se mire. Números más o menos, todos están ahí. Viene sucediendo desde hace dos o tres meses y se puede hablar de estabilidad en las encuestas.
Quizá no sea distinta a la estabilidad más general en la opinión pública. La situación económica y social está mal, tiende a empeorar, pero parece lejos del apocalipsis que muchos habían pronosticado por ignorancia, interés o simple expresión de deseos.
Hay temor por el futuro, pero no vemos desesperación por el presente, apunta un encuestador y consultor que trabaja a tiempo completo para Massa. Y remata: si la gente no siente que está mal ahora mismo, la corriente de cambio no es tan fuerte. Lo único dramático, por lo que la opinión pública reclama un cambio urgente y drástico, es la inseguridad.
Visto así, parece un escenario auspicioso para Scioli y todo el que se pretenda candidato oficialista. ¿Y entonces qué hace Massa? Este es el dilema que durante 24 horas al día, siete días a la semana, busca desentrañar el candidato de Tigre junto a su equipo.
En el fondo, la apuesta de Massa es él mismo. Sus consejeros le recomiendan hacer palanca sobre su personalidad expansiva, su empuje y juventud, su habilidad mediática. Se elige presidente y la gente vota a un candidato, más que a un partido o a un programa teórico de gobierno, es el argumento táctico que despliegan ante él.
Suena lindo. Pero ¿cómo instalar esa diferencia hipotética si la ley electoral prohibe la propaganda anticipada? ¿Cómo competir con el sostén continuo que da la difusión de la gestión que hacen Scioli o Macri? A Massa le están diciendo que tiene que forzar a sus rivales a aceptar debates televisados. Suena lindo otra vez. La pregunta es ¿cómo?
Así y todo, Massa se mantiene en la cresta de la ola y buena parte de los sondeos lo siguen dando primero.
Las fotos con dirigentes de otras fuerzas, en especial radicales del interior como el jujeño Gerardo Morales o el tucumano José Cano, ayudaron a dinamitar UNEN pero a Massa no le movieron un milímetro la intención de voto. Eso sí: le permitieron ampliar su audiencia y mantenerse visible, que es su desafío para atravesar el verano, antes de que empiece el tiempo electoral.
El negocio de Massa, como el de Macri, está en el balotaje. Según los estudios del Frente Renovador, si Massa disputa la segunda vuelta ante Scioli ganaría con el voto abrumador de los opositores al kirchnerismo. En cambio, si en esa instancia su oponente fuese Macri, volvería a ganar pero con los votos que le llegarían desde el electorado oficialista.
Esa notable plasticidad para captar votos de uno u otro lado del abismo es su virtud pero también puede ser su condena; si en lugar de los grises de un deterioro económico y social controlado domina la escena un clima de blanco y negro irreductible, por la eventual aceleración de la crisis.