En línea con la agricultura que se viene, más ajustada y precisa al sitio en el que se está produciendo, la industria de los inoculantes tiene también un desafío a mediano plazo: pensar en bacterias adaptadas a determinados suelos y zonas para favorecer la potencialidad de los cultivos.
Aníbal Lodeiro, ingeniero agrónomo, investigador del Conicet y docente de Biotecnología y Biología Molecular de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata, es parte de un grupo de investigación que estudia sobre rizobios que nodulan en soja y trabajan en el ajuste de la nutrición del cultivo a través de mejorar la fijación biológica del nitrógeno que hacen las bacterias.
Asociado a esto -contó a Clarín Rural- desde hace unos años comenzaron a trabajar en el problema de la competencia para la nodulación. Lodeiro explica que “entre las bacterias fijadoras de nitrógeno que van en los inoculantes y las bacterias fijadoras que ya están en los suelos en los que se siembra soja hace muchos años, hay una competencia por ocupar los nódulos de la raíz del cultivo”. Y agrega que “esa bacteria que está en el suelo también establece una simbiosis con el cultivo y, si ocupa la mayoría de los nódulos, la fijación biológica de nitrógeno resultante dependerá de la capacidad que tengan esas bacterias que están en el suelo y no del inoculante”.
Teniendo en cuenta ésto, el grupo de Lodeiro comenzó a trabajar en dos aspectos clave de la nodulación. El primero fue cómo mejorar la capacidad de la inoculación y el segundo cómo aumentar la capacidad de fijar nitrógeno en la soja a partir de microorganismos tomados de suelos con una larga historia sojera.
Para ello, el especialista contó que recibieron muestras de suelos de lotes con una larga historia de soja de distintas zonas del país (Tucumán, Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires) y comenzaron con el aislamiento, tipificación y estudio de diferentes bacterias candidatas a ser las mejores fijadoras de nitrógeno. Era necesario que fueran capaces de tolerar las diversas características de los suelos en los que se siembra soja en el país.
“Bajo condiciones de laboratorio, completamente controladas, se desarrolló un proceso de selección científica que comenzó con cien aislamientos de cepas de interés. De esos, sólo quedaron diez cepas candidatas y, finalmente, dos fueron las mejores fijadoras, que compitieron mejor cuando fueron evaluadas con cepas de referencia y que sobrevivieron a factores como la acidez, que es frecuente en suelos con muchos años de agricultura, y el impacto del glifosato o las altas temperaturas, entre otras”, detalló Lodeiro.
El desarrollo generó el interés de la compañía Barenbrug Palaversich. Así, luego de esa investigación y mediante un acuerdo de vinculación tecnológica, estos microorganismos seleccionados por el grupo de investigación de Lodeiro fueron entregados a la empresa, contó Daniela Bruzzese, responsable del centro de investigación y producción de inoculantes de la firma.
Bruzzese comentó que probaron las cepas a campo y observaron respuestas muy significativas en el número de nódulos y el rendimiento de la soja, por lo cual comenzaron a multiplicar las dos cepas a nivel industrial. Este trabajo de evaluación y multiplicación industrial se desarrollo por dos años, detalla la investigadora.
Con toda la investigación básica y aplicada, finalmente se llegó al lanzamiento de dos productos comerciales, que apuntan concretamente a dos grandes sitios de producción sojera: el norte, que incluye desde el norte de la provincia de Buenos Aires hasta el NEA y, el sur, que abarca al centro y sur de Buenos Aires y la zona de la Cuenca del Salado.
Así, comienzan a ajustarse estas tecnologías a los sitios específicos, sus requerimientos y características. Esto también es agricultura de precisión. Está claro.