En la oposición, la Unión Cívica Radical decidió colocarle un respirador artificial a la coalición del Frente Amplio y UNEN que la exhibe como principal protagonista. En el oficialismo, un vecindario bravo donde conviven kirchneristas y el PJ, la organización La Cámpora, que tiene a Máximo Kirchner como símbolo, pareció dejar en claro hasta qué punto pretende empedrar el camino de Daniel Scioli hacia su candidatura presidencial.
No existen casi dudas de que el radicalismo, en su asamblea del lunes, logró ganar tiempo. Un reseteo abrupto en la coalición, ahora mismo, hubiera tenido serias consecuencias políticas. Para esa floja amalgama y para el propio partido. Habría que reconocerle al senador Ernesto Sanz una dosis de sensibilidad al darse cuenta sobre el filo de lo que podía ocurrir. Un escalón más abajo se podría ubicar por el mismo motivo al jujeño Gerardo Morales. El también senador de la UCR tiene un acuerdo en su provincia con Sergio Massa para contar con su apoyo en la pelea por la gobernación. Ese trato se mantiene firme aunque esterilizó la idea de extender su proyecto para concederle al Frente Amplio y UNEN la posibilidad de una recuperación en el verano.
El freno de Sanz, más proclive a abrir el espacio al macrismo, en afinidad con Elisa Carrió, también sirvió para que su figura fuera preservada. Nadie se animó a cuestionarlo como conductor del partido. Tampoco nadie le endilgó, al menos en las deliberaciones públicas, su aproximación a Mauricio Macri. Sanz seguirá en la cima cuando en marzo la Convención Nacional defina los pasos a seguir.
El tiempo acostumbra a tener, en todos los órdenes, un valor inapreciable. ¿De qué hubiera servido un estallido inmediato de la coalición? ¿Quién hubiera estado en condiciones de conducir o sacar provecho de esa previsible diáspora? Seguro que los radicales, no. En esas condiciones, a lo mejor, hubiera funcionado con mayor naturalidad la capacidad de inhalación del macrismo o del massismo.
El tránsito de fin de año y del verano podría producir modificaciones en la escena general. La Argentina política acostumbra a mutar de manera imprevisible y con mucho vértigo. Antes de producir alguna metamorfosis traumática, el radicalismo optó por esperar la evolución de los acontecimientos. A saber: 1) Cómo llegará Cristina Fernández y su gestión a marzo, vinculada sobre todo a los problemas económicos y los escozores sociales. 2) Qué impacto podría tener un agravamiento del cuadro en el FPV y en la candidatura casi cantada de Scioli. 3) En ese caso, cómo continuaría la tendencia electoral de Macri y de Massa, que parecen compartir bolsones similares.
Esa observación, a un año de las elecciones, sonaría atinada. Aunque sería también una forma de eludir la introspección en el universo del Frente Amplio y UNEN. Los radicales conjeturan que su maniobra del lunes le permitirá conservar el peso interno que fue cuestionado por socialistas y por Pino Solanas desde que se entornaron las puertas con Macri y Massa. Es probable que eso suceda mientras perdure la tregua. Aunque subsistan varios un interrogantes: ¿qué sucederá en marzo si la realidad electoral de la alianza sigue siendo la de hoy?, ¿mantendrán los radicales la influencia para provocar algún golpe de timón? ¿Cómo absorbería Carrió, siempre una mecha de pólvora, este paréntesis?
Una de las claves estaría en la capacidad convicción que observe la coalición. Otra radicaría en la posibilidad de que sus presidenciables, el radical Julio Cobos y el socialista Hermes Binner, mejoren su puntuación actual de votos. Sobre el ex vicepresidente mendocino y ex gobernador de Santa Fe recaería parte de la suerte que corra el Frente Amplio y UNEN cuando pase el verano.
Si ese repunte no sucediera, sería dificultoso que la cohesión se mantenga ante la idea de sectores radicales –con Sanz y Morales al frente– de empujar a la coalición a una competencia más amplia. Morales confió que, casi, casi, todo debería ser revisado en esa alianza. En la asamblea de San Fernando quedaron además al desnudo resistencias rígidas. Algunas complicadas de explicar. Ricardo Alfonsín, por ejemplo, repitió sus reparos a cualquier acercamiento con Macri. La historia está fresca: el propio Alfonsín hizo en el 2011 en Buenos Aires un pacto con Francisco de Narváez. Entonces criticó a los dirigentes “que no se atreven a tomar medidas para no pagar costos”.
Los radicales y la coalición persiguen al fin, el mismo objetivo que Macri y Massa: ser los contendientes finales contra el kirchnerismo en un presunto balotaje. Está claro que en aquel segmento se descuenta hoy que el candidato del Gobierno accederá a la última partida. También que ese candidato sería Scioli. Aunque nadie atine a pronosticar en que estado político arribaría a la lucha el gobernador de Buenos Aires.
Ese interrogante inquietaría más a los opositores que al mismo Scioli. El mandatario no piensa en cómo sino, simplemente, en llegar. Aunque la Presidenta lo quiera cercar políticamente. “En el poder y con el lápiz rojo en la mano toda esa historia puede cambiar”, auguran los entusiastas del sciolismo.
Tal vez por esa razón, el gobernador ni se inmutó con los movimientos de La Cámpora en los cinco actos con que los precandidatos celebraron el día de la militancia. Fue claro que las fichas de la organización de Máximo, el hijo, se dirigieron sobre Florencio Randazzo. Al ministro del Interior y Transporte le montaron el escenario de Río Gallegos, donde fue acompañado por Eduardo De Pedro. El diputado camporista es uno de los jóvenes con más frecuente llegada a Cristina.
El ultrakirchnerismo, a través de esos gestos, intentaría equilibrar la balanza en la interna del FPV. Allí, por su popularidad de arrastre y la protección del pejotismo, prevalece claramente Scioli. El empuje camporista a Randazzo respondería a la necesidad de recortar, al menos, esa diferencia. Para que Scioli no disfrute, de ningún modo, de sensación de libertad.
Dirigentes de La Cámpora se habían mostrado semanas atrás con el gobernador. ¿Un cambio ahora repentino? Nada de eso. El juego promete ser así de zigzagueante. Una palmada y un palazo. Una especie de guerra fría pero jamás de guerra declarada. Tampoco esos dirigentes tienen otra manera de asustar al gobernador.
Sergio Uribarri, de Entre Ríos, bajó su pretensiones hasta la vicepresidencia, aunque se exhibió como presidenciable en el acto del militante que hizo en Capital. Estuvo acompañado por el Movimiento Unidos y Organizados, de la piquetera Milagro Sala. Pretendería ser visualizado como halcón. Agustín Rossi, el ministro de Defensa, le añadió al lanzamiento de su libro (“Un hombre de palabra”) un módico mitin en Temperley. Julián Domínguez, el titular de Diputados, anduvo por Baradero.
Scioli fue a Mendoza y se rodeó del pejotismo. Con un invitado llamativo: el
ex canciller Jorge Taiana, promovido a candidato por el Movimiento Evita.
Tampoco nada cambiará en esa interna, como en la UCR, hasta pasado el verano.