Su acierto estimuló que, más adelante, fuera ensayada una formulación opuesta; es decir, que la farsa, al repetirse, pueda acabar en la más profunda de las tragedias. La situación argentina actual habilita a dar un nuevo paso: descubrir que ambas féminas pueden bailar juntas, bien amarraditas, haciendo cada una lo suyo y potenciándolo gracias a las contribuciones de la partenaire.
Nuestro país -amado y lleno de recursos humanos y materiales, cargado de vibrantes historias- ha puesto en escena una megaobra vertiginosa, convulsiva y alarmante, que asocia farsa y tragedia. A los aspectos farsescos se los carga de dramatismo y a los trágicos, de risotadas. En conclusión, no sabemos dónde estamos, adónde vamos y en qué terminaremos. La farsa permite cuotas de diversión, sorpresas y entretenimiento. Pero la tragedia nos desbarranca hacia el abismo.
No es preciso conocer mucha historia para advertir que el prestigio argentino jamás vistió los actuales andrajos. Ni siquiera cuando el gobierno del GOU se resistía a declarar la guerra a los nazis en los finales de la Segunda Guerra Mundial. Pese a semejante desubicación, aún nuestro país tenía relevancia. Y bastó que diese su tardío paso, en el límite extremo del tiempo, para que fuese bien recibido y formase parte del grupo de países que armaron las Naciones Unidas. Ahora ni eso. Alcanzamos el desprecio máximo, que se expresa mediante la indiferencia. Los que dudan, que se fijen qué pasa en las relaciones humanas cuando la respuesta del otro es precisamente eso, el durísimo castigo de la indiferencia.
Haber alcanzado un sillón en el Consejo de Seguridad constituye un privilegio. Los diplomáticos argentinos que hablaron en ese podio han dejado huellas dignas. Pero la última intervención, a cargo de la Presidenta en persona, constituyó un papelón del cual no será fácil liberarse. Ella creía (o decidió creer) que estaba frente a los micrófonos de su vapuleada cadena nacional y, delante de ella, la admiraban con idolatría y miedo los asalariados de La Cámpora que aplauden cada palabra suya. Pero no fue así, por desgracia. La lista de sus desatinos ya fue objeto de numerosas análisis y no insistiré en ellos. Sin embargo, se debe señalar el más grave de todos, que fue la ofensa que clavó en los deudos de quienes fueron decapitados, crucificados, azotados y baleados por las alienadas fuerzas del islamismo extremista, al poner en duda las pruebas caudalosas que ya existen; con una frivolidad que asusta, las descartó como trucos escenográficos. ¿Farsa o tragedia? Ni Marx lo hubiera descifrado.
Hace mucho que se utiliza el recurso de echar la culpa a otro. Ya lo ejemplifica el texto bíblico con el famoso chivo expiatorio. Al inocente animal se lo cargaba con todos los pecados y despachaba al desierto, para que allí recibiese el castigo del que quedaban libres los verdaderos culpables. Muy elemental y primitivo. Muy ridículo. Pero tan eficaz que hasta ahora sigue vigente. En especial en nuestra Argentina que, para mantener las comparaciones antiguas, se parece tanto a Sodoma y Gomorra por el nivel de inmoralidad que envenena a gran parte de su liderazgo. Por eso se afirma que si el dólar no deja de encarecerse, es por culpa de los "buitres", que parecen más numerosos y reales que las moscas. Por cierto que esos buitres no integran las "decentes" bandadas de los K, cuyos bolsos llenos de euros, dicen, fueron ganados en buena ley o ni siquiera existen.
Hablando de buitres, circula por Internet una descripción que me limito a reproducir: "Adueñarse de 28 casas en Santa Cruz mediante la 1050 es de buitres. Comprar tierras fiscales a sumas ridículas por el privilegio de tener el poder por el mango es de buitres. Cambiar billetes argentinos por dos millones de dólares el día previo a la devaluación ordenada por la esposa-Presidenta es de buitres. Incrementar el patrimonio personal en la cifra alucinante de 1600% es de buitres. Haber dejado empeorar la educación, la salud, la pobreza, la delincuencia y facilitar el incremento feroz del narcotráfico es de buitres".
Según el relato, los ladrones del presente no son tales, sino víctimas del neoliberalismo que rigió en los 90, que no tenía lazos de parentesco con el peronismo en general ni los incontables funcionarios de la actual gestión "exitosa". Por eso un alumno que desea abandonar la escuela merece aplausos, porque denuncia con su actitud al mal docente que lo aplazó por negarse a estudiar. El mérito es cosa de burgueses, de liberales, de oligarcas; lo que vale, en cambio, es el desmérito, que suena a revolución. Mucha farsa, desde luego, pero envenenada de tragedia. O, dicho mejor, una tragedia que veremos con mejores luces y colores más hirientes en el futuro próximo.
Sin pensarlo demasiado, se compara la riqueza petrolífera argentina con la de Arabia. Y se las homologa sin sonrojo, pese a que se trata de yacimientos que requieren diferentes montos de inversión. Esas inversiones no vendrán ni "ebrias ni dormidas" mientras siga rigiendo la actual inseguridad jurídica. Mientras, pagamos a Qatar y Bolivia por un gas que podríamos producir por una mínima fracción de lo que desembolsamos con nuestra gestión nacional y popular. La culpa de esta situación no la tienen, ni por asomo, quienes manejan el Estado. Deben de ser Obama, Merkel, los terroristas.
El Estado ya ni se sabe qué es. Por lo pronto, hay una cabeza homologable a Luis XIV, porque, sin decirlo, es Ella. El Estado es Cristina Fernández de Kirchner. Hace lo que se le ocurre, no rinde cuentas de nada y apenas consulta con quienes le dicen sólo aquello que le acaricia el narcisismo.
Ante esta situación, la farsa-tragedia impone que muchos argentinos sigan delirando con la ideología de aumentar el poder de ese Estado voraz, ineficiente y destructor (buitre prediluviano) que sólo sirve para enriquecer a quienes logran atarse a sus mástiles, velas e incluso bodegas.
Para no ser menos que el Papa, la Presidenta denunció que es objeto de amenazas por parte del jihadismo, farsa apenas avalada por confusas ideas de dos comisarios argentinos que -se supone- servirían para hacer creer que aún se la tiene en cuenta.
La farsa-tragedia no se acaba ahí. Fue gastada una cantidad impresionante de dinero para un suplemento sobre la Argentina en el irrelevante USAToday, que sólo lee gente aburrida, para imponer una imagen triunfal en la opinión pública de los Estados Unidos. Pero, a la vez, Ella insultó a sus autoridades y "mandó callar" al encargado de negocios de ese país. ¿Para qué el gasto?
Joaquín Morales Solá precisó que ni los odiados Alemania y Estados Unidos fueron los primeros en vocear el default argentino, sino -¡nada menos!- el gobierno de China. El señor Juan Carlos Fábrega tuvo que escuchar en Pekín a un alto funcionario que le escupió sin anestesia: "Ustedes están en default, no cambiemos la realidad". A esto se añade otro dato de fuerte asociación trágico-farsesca. Cuando el joven (y mentalmente viejo) Axel Kicillof terminó uno de sus discursos inspirados en ideas más fósiles que las de un museo, otro funcionario chino le comentó a un diplomático europeo con risa en los labios y angustia en el corazón: "Hacía mucho que en Pekín no escuchábamos un discurso tan maoísta". Otra vez: farsa y tragedia. De las grandes.