Ninguno de los dos fue a la reunión cimera de ayer por las mismas razones. Cristina Kirchner está desplegando un proyecto, cada vez más ostensible, de acumulación de poder para comenzar en algún momento una negociación con los holdouts y también para conservar su liderazgo político más allá de la presidencia. El Papa tiene preocupaciones más inmediatas: preservar la paz social en su país y contribuir a que el proceso político llegue a diciembre del próximo año sin sorpresas ni arrebatos.
Los dos han dejado los viejos sentimientos para el ámbito privado. Ahora son dos jefes de Estado. Cristina habló de las cosas de su conveniencia después de almorzar con el Papa. El Pontífice prefiere siempre pronunciarse cuando el momento lo elige él, no otro. El gesto vale como gesto. Punto. Después de todo, la palabra del Papa sobre las cuestiones locales es la palabra de su Iglesia más entrañable, la argentina. Suficiente. Basta leer los últimos pronunciamientos de los obispos argentinos (inseguridad, inflación, empleo, narcotráfico) para inferir sobre las ideas del Papa.
Los dos tienen, es cierto, un punto en común o convergente. La Presidenta ha convertido su guerra contra el sistema financiero en una bandera política casi excluyente. Bergoglio es crítico, quizá con más sinceridad que ella, de los excesos del sistema financiero mundial. ¿Una novedad? No. También Juan Pablo II era crítico de ese sistema en los años ochenta, cuando la crisis de la deuda externa ahogaba a muchos países latinoamericanos.
La Presidenta es zigzagueante y sus objetivos son más terrenales. Sabe que tiene dos plazos que deberá sortear en los próximos meses. El primero tendrá como epicentro el mes de diciembre y se refiere al malestar social. Las reiteradas denuncias de Cristina sobre eventuales estallidos (promovidos por conspiraciones, dice) tienen el claro propósito de sofocar cualquier instigación política. Está, en verdad, desarmando la maquinaria de eventuales rebeldías sociales. Conoce de antemano la condición potencialmente peligrosa de ese mes. En diciembre del año pasado, en mejores condiciones económicas, hubo saqueos a supermercados.
El segundo plazo se cumplirá inmediatamente después: en enero. Influyentes sectores oficiales aseguran que el Gobierno se prepara para empezar entonces una negociación con los denostados fondos buitre. En enero ya no estará vigente la cláusula RUFO, que obliga a generalizar a todos los tenedores de bonos argentinos cualquier mejora parcial. El ministro de Economía, Axel Kicillof, estaría preparando una operación parecida a la del Club de París o a la de Repsol. Kicillof fue un negociador demasiado generoso con esos dos acreedores. ¿Repetirá la misma fórmula con los holdouts? Es probable. El Gobierno tomó nota ya de que el default parcial de la deuda significa en los hechos una peor situación económica y, por lo tanto, política. La perspectiva de una autoinmolación es contradictoria con el proyecto político fundamental del Gobierno.
Otra cosa son los caminos elegidos para llegar a ese destino. Es extraño, para llamarlo de alguna manera, que Cristina Kirchner esté a punto de convertir a George Soros en un patriota argentino. Soros es el dueño de un multimillonario fondo de inversión, capaz de jugar tan fuerte como lo hacen los fondos buitre. De hecho, en los años 90 le torció el brazo al Banco de Inglaterra y logró en un viernes negro la devaluación de la libra británica. Soros es ahora el cuarto tenedor de acciones de YPF y su fondo está lleno de bonos argentinos. ¿Cómo no va a ser solidario con el gobierno argentino? Todo eso no habla ni bien ni mal de Soros. Es un exponente del sistema financiero internacional, tal como es, no como quiere Cristina que sea.
¿Cómo les pagaría Cristina a los fondos especulativos si relevó por ley al Bank of New York como agente de pago? ¿Cambiará la ley cuando ella cambie? ¿Se animará a sufragar ese precio político? ¿En qué lugar les pagaría a los fondos buitre si ya fijó por ley nuevas sedes, Buenos Aires o París, para esos pagos? ¿Aceptarían los fondos buitre esos cambios? Depende. Aceptarían si Kicillof fuera con los dólares en efectivo, pero la escasez de dólares es precisamente el gran problema de la economía argentina (junto con la inflación). Cualquier otra solución mediante el canje de nuevos bonos, que es posible, obligaría al gobierno argentino a volver a aceptar la jurisdicción originaria de los bonos, que es Nueva York.
Para peor, la Cámara de Apelaciones de Nueva York le devolvió al juez Thomas Griesa la decisión de modificar, o no, la sentencia que incluye en sus embargos a los bonos bajo jurisdicción argentina. Esos bonos son pagados en dólares en el exterior por el Citibank. Analistas norteamericanos señalaron que esa decisión de la Cámara es más pasional que jurídica. Los jueces norteamericanos están cansados de las violentas hostilidades del gobierno argentino. Pero la decisión no es correcta. La Cámara confirmó de hecho la extraterritorialidad de la justicia norteamericana, que no existe. No puede decidir sobre bonos emitidos bajo legislación argentina.
Fuentes oficiales señalaron que toda la agitación contra los jueces, contra los fondos especulativos y contra el propio gobierno norteamericano tiene que ver con una estrategia: acumular poder para la negociación de enero. Esa estrategia incluyó una reprimenda al encargado de negocios de Washington en Buenos Aires, Kevin Sullivan, por una declaración sobre el default. Sullivan, que es el virtual embajador norteamericano, sólo repitió conceptos que ya había dicho ("Es importante que la Argentina salga del default cuanto antes") y no hizo más que reproducir viejas posiciones del Departamento de Estado. ¿Por qué ahora? Cristina decidió tensar aún más la relación con Washington y esa decisión está vinculada con su proyecto político fundamental.
Ese proyecto alude a cómo y dónde vivirá el cristinismo después de diciembre de 2015. No habrá reelección, como lo aceptan hasta los que escuchan en la intimidad a Máximo Kirchner. El cristinismo se resignó a abandonar la presidencia, pero no el poder. Imagina a una Cristina Kirchner dueña del principal liderazgo político argentino cuando ya no habite la residencia de Olivos. ¿Cómo hacerlo? No descarta una candidatura de la actual presidenta como diputada por la provincia de Buenos Aires ni la aparición de un candidato presidencial "tapado" en marzo próximo. Le importa más colocar al próximo gobernador de Buenos Aires que al próximo presidente. El poder de ella estaría en la provincia de Buenos Aires y en el Congreso. ¿Terminará siendo Florencio Randazzo el candidato a gobernador de una lista de diputados liderada por Cristina? La probeta política del cristinismo está funcionando.
Nada de esto habló con el Papa, seguramente. Tal vez, ella ni siquiera sabe que los infaltables Rodríguez Saá están a punto de destituir a un histórico amigo personal del Pontífice. Se trata del intendente de la localidad puntana de Estancia Grande, Ricardo Videla, amigo de Bergoglio desde hace cuarenta años. Videla es presionado por los Rodríguez Saá para que renuncie un año antes de cumplir su mandato. Eso es golpismo en serio. Videla presentó un recurso de amparo ante la Justicia, que en San Luis es la justicia de los Rodríguez Saá.
Pero el propio pontífice no negó nunca la habilidad del kirchnerismo para recrear los escenarios políticos. Es una destreza rara, porque tiene su propio componente autodestructivo, que consiste en la incapacidad para resolver los problemas más dramáticos de la gente común.