Su aparición pone en cuestión algunos prejuicios. El primero: quedó claro que no se trata de un posadolescente que se la pasa comiendo y juega todo el día a la play station, alejado de la cosa pública y de los asuntos que maneja la Presidenta de la Nación. El segundo: por las cosas que dice y la manera en que lo hace, también parece evidente que sus posturas y sus consejos influyen y mucho en las decisiones de su mamá. Y el tercero: Máximo sobrepuso a su timidez y su dificultad para hablar en público, y lo reconoció, frente a miles de militantes, y muy consciente de que durante las próximas horas sus palabras van a ser escrudiñadas de arriba hacia abajo, de frente y de perfil. Ahora podemos analizar, con detalle, el contenido de lo que dijo en el estadio de Argentinos Juniors.

Detrás del desafío a la oposición de que compita en las próximas elecciones con Cristina Fernández ¿Hay una velada intención de alimentar la esperanza de una re-reelección? ¿Acaso ignora Máximo que la Constitución se lo impide? ¿Pretende entonces impulsar una reforma de la Carta Magna para posibilitar que su madre vuelva a sucederse a sí misma?

¿O su objetivo de máxima es alinear a la tropa y fijar la idea de que Cristina Fernández es una estadista que está por encima de todo, alguien que se puede dar el lujo de elegir al candidato a presidente del Frente para la Victoria, perder las elecciones de 2015 y regresar en 2009 con el prestigio y la expectativa intactas? No creo que ni Máximo ni los cuadros de La Cámpora, como Eduardo Wado De Pedro o Andrés Larroque, sean tan ingenuos de suponer que la mera aparición pública del hijo de la Presidenta sea capaz de instalar el debate por la reelección presidenciales. Sí imagino que las palabras de Máximo apuntan a mantener al cristinismo vivo, igual que los seguidores de Carlos Menem soñaban con hacer valer entre el 25 y el 30% del voto cautivo que durante un tiempo conservó el político de La Rioja, aún bastante después de entregar el bastón presidencial.

Para eso, Cristina Fernández, La Cámpora y el resto de los incondicionales tienen algunos instrumentos aptos. Uno es el manejo de las grandes cajas del dinero del Estado. Otro es la fragmentación del peronismo. Y el tercero es una presencia territorial que no habría que subestimar. Después del discurso de Máximo Kirchner, Daniel Scioli debería terminar de confirmar la sospecha que lo atormenta: y es la de que jamás será el elegido como candidato para heredarla. Y si por algunas de esas casualidades la jefa de Estado un día se levanta y anuncia que Scioli será su nuevo delfín, el condicionamiento de la Presidenta y de La Cámpora será tan notable y evidente que podría terminar de desdibujarlo. Y ese condicionamiento podría incluir desde la conformación de las listas de postulantes a gobernadores, senadores nacionales, diputados nacionales e intendentes hasta los lineamientos gruesos de la política económica y de seguridad.

Si se trata de interpretar el subtexto de lo que dijo el sábado Máximo, también se debería concluir que La Presidenta y sus militantes perciben a Sergio Massa como un traidor, que subestiman a UNEN porque no lo sienten como una amenaza para conservar el poder y que Mauricio Macri es valorado como el líder de una derecha coherente a la que querrán volver a enfrentar, en las urnas, en octubre de 2019.

Hay que prestar atención a este último dato porque no es menor ni tampoco inocuo. No hay un pacto explícito entre la Presidenta y el jefe de gobierno de la Ciudad pero sí una alianza táctica: ambos se necesitan para lograr sus respectivos objetivos. Cristina Fernández, Máximo Kirchner y los principales cuadros de La Cámpora preferirían mil veces que Macri asumiera la presidencia, antes que Scioli o Massa. Porque suponen que si el líder del Frente Renovador o el gobernador de la Provincia se quedan con el triunfo, será muy difícil para ellos soñar con volver al poder ya que el nuevo líder se los terminará fagocitando. Al mismo tiempo, a Macri le convine que la jefa de Estado vaya desgastando a sus dos principales rivales y que de vez en cuando aparezca junto a la primera mandataria inaugurando una obra como el tramo final de la autopista Illia. Esos son puros votos, porque es percibido como un logro de gestión, interpretó uno de los estrategas de campaña del ingeniero.

Pero todo lo anterior son especulaciones, porque la construcción política solo se demuestra andando. El padre de Máximo, Néstor Kirchner, se transformó en intendente de Río Gallegos a los 37 años. Ganó por muy pocos votos y utilizó todos los instrumentos a su alcance para acumular poder hasta el día de su muerte, el 27 de octubre de 2010. Si su hijo se presenta el año que viene y gana la intendencia de Río Gallegos, lo hará con solo un año más de los que tenía su papá cuando asumió. Como ambos son tan parecidos físicamente y también en el color, el tono y las inflexiones de voz, muchos de sus compañeros sueñan con la repetición completa de la historia. Sería demasiado aventurado pronosticarlo. De hecho, las encuestas, en su ciudad, todavía no le sonríen. Pero tan irresponsable como darlo por hecho sería descartar la idea de que Máximo puede hacer política en serio, y empezar a acumular poder. Subestimar al adversario es el peor consejo para hacer política en la Argentina.