El año pasado, América latina celebró el 35 aniversario del inicio de la tercera ola democratizadora en la región. Asimismo, y en un clima de bastante normalidad, se inició la segunda fase (2013-2016) de una inédita maratón electoral, que determina que en un período de tan sólo ocho años (2009-2016) se llevarán a cabo 34 comicios presidenciales, de los cuales a la fecha ya se han celebrado 26. Nunca antes la región había experimentado una agenda electoral tan intensa e importante en un lapso tan corto.
Hoy, la celebración del Día Internacional de la Democracia, cuyo tema central de este año es la participación de los jóvenes en la política, es una ocasión propicia para realizar un balance sobre la situación actual de la democracia en la región y sus perspectivas.
El tema escogido por la ONU este año es el de los retos y oportunidades que conlleva una mayor participación de los jóvenes en los procesos democráticos. Los jóvenes de entre 15 y 25 años de edad constituyen alrededor del 20% de la población mundial, y en numerosos países (incluidos varios de nuestra región) el porcentaje es incluso mayor.
Como bien señala la ONU, numerosos estudios sobre democracias consolidadas y también emergentes ponen de manifiesto la falta de confianza de los jóvenes en la política clásica, así como la disminución de su participación en elecciones, partidos políticos y organizaciones sociales tradicionales en todo el mundo.
Sin embargo, los mismos estudios evidencian un aumento de los movimientos juveniles de carácter informal a favor del cambio democrático -conectados y movilizados por vías no tradicionales, sobre todo a través de las redes sociales- cuyos efectos sobre la calidad de la democracia y la gobernabilidad aún no son totalmente claros.
Tanto en el plano global como en el ámbito latinoamericano asistimos a un cambio de época que viene acompañado de oportunidades, pero también de nuevos desafíos y amenazas para la calidad de la democracia.
La revista The Economist publicó recientemente el ensayo titulado "¿En qué ha fallado la democracia?", en el cual se señala que, si bien en nuestros días más personas que nunca antes viven en países que celebran regularmente elecciones libres y justas, el avance global de la democracia podría haber llegado a su fin, e incluso parece que algunos países van para atrás. Según la prestigiosa revista inglesa, la democracia está pasando por momentos difíciles. Donde se ha sacado a autócratas del poder, en la mayoría de los casos los oponentes han fracasado en crear regímenes democráticos viables. Incluso en las democracias establecidas, las fallas en el sistema se han hecho preocupantemente visibles y la desilusión con la política se ha generalizado. Y agrega: muchas democracias nominales han migrado hacia la autocracia, manteniendo una apariencia democrática externa a través de la celebración de elecciones, pero sin los derechos y las instituciones que la sustentan.
Por su parte, América latina es hoy radicalmente diferente a la de hace tan sólo tres décadas y media. En nuestros días, y pese a todas sus carencias y déficits, la democracia es la forma mayoritaria de gobierno que se practica en la región, si bien con altos grados de heterogeneidad. Hoy contamos con democracias más consolidadas, mayores y mejores políticas públicas en materia de protección social y economías más fuertes e integradas. Durante la última década, 60 millones de personas escaparon de la pobreza, con lo que se expandió la clase media en más del 50%. El gran desafío pasa ahora por cómo seguir avanzando y hacer sostenible este proceso en el mediano y largo plazo, en un contexto global volátil, plagado de retos e incertidumbre.
Sin embargo, América latina presenta una paradoja: es la única región del mundo que combina regímenes democráticos en la casi totalidad de los países que la integran, con amplios sectores de su población por debajo de la línea de pobreza (27,9% para 2013, según la Cepal), con la distribución del ingreso más desigual del planeta, con altos niveles de corrupción y con las tasas de homicidio más elevadas del mundo. En ninguna otra región, la democracia tiene esta inédita combinación que repercute en su calidad.
En efecto, nuestras democracias exhiben importantes déficits y síntomas de fragilidad, así como serios desafíos. Las asignaturas pendientes abarcan los problemas institucionales que afectan la gobernabilidad y el Estado de Derecho, la independencia y la relación entre los poderes del Estado, el fenómeno de los hiperpresidencialismos y de las reelecciones, la corrupción, las limitaciones a la libertad de expresión, el funcionamiento deficiente de los sistemas electorales y del sistema de partidos políticos, la falta de equidad de genero, así como graves problemas de inseguridad ciudadana, factores que generan malestar con su funcionamiento.
Lo anterior explica que si bien el 56% de los ciudadanos apoya la democracia, únicamente el 39% está satisfecho con su funcionamiento (Latinobarómetro, 2013). En el informe "El descontento del progreso", se resume muy bien el sentimiento particular que atraviesa América latina. No obstante los importantes avances logrados, los latinoamericanos están insatisfechos con la situación que rige en la actualidad y exigen cada vez más de sus democracias, de sus instituciones y de sus gobiernos. Hay una demanda creciente por mayor transparencia, mejor liderazgo y por políticas públicas que funcionen.
Como vemos, existen razones para ser moderadamente optimistas, pero no autocomplacientes.
En un contexto latinoamericano de anémico crecimiento económico (según el FMI, este año la región crecerá por debajo del 2%) e intensa maratón electoral, los gobiernos tendrán que hacer frente a las expectativas y demandas ciudadanas en condiciones de mayor austeridad. Como bien señala Augusto de la Torre, economista jefe del Banco Mundial para América Latina: "Se acabó la década dorada en la que la región creció en promedio 5 y 6% y con equidad social. Se prevé que este año crecerá cuanto más un 2%, lo que podría implicar un posible estancamiento del progreso social". Como consecuencia de todo ello, los conflictos sociales seguirán presentes (o incluso aumentarán) con reclamos que, si bien no pondrán en juego la continuidad democrática, seguramente, harán la gobernabilidad más compleja.
De ahí la importancia de estar atentos frente a la irrupción de nuevos fenómenos y tendencias que emergen en la región, entre ellas la presencia de dos modelos de democracia, uno republicano, el otro autoritario, como consecuencia de haberse roto el consenso sobre el concepto de democracia plasmado en la Carta Democrática Interamericana (CDI) en 2001.
Mi opinión: la compleja y heterogénea realidad de la democracia latinoamericana demanda un nuevo tipo de debate, no ya sobre las tradicionales regresiones autoritarias, sino acerca de los nuevos tipos de desafíos (procesos de estancamiento, amesetamiento o erosión) y de las nuevas modalidades de autoritarismos, más sofisticados y difíciles de controlar, como son las "democracias iliberales" o los "autoritarismos competitivos".
Un debate que esté centrado en la calidad de la democracia; en cómo garantizar no sólo la legitimidad de origen, sino también la legitimidad de ejercicio, y que ambas estén sometidas al Estado de Derecho (como lo prescribe el artículo 3 de la CDI); en cómo transitar de una democracia electoral a una democracia de ciudadanos y de instituciones; en cómo conciliar democracia con desarrollo económico en el marco de sociedades con mayores niveles de cohesión social, menor desigualdad y pobreza y mayor equidad de género; en cómo buscar una relación más estratégica entre el mercado y el Estado, y una más funcional entre el Estado y la sociedad; en cómo lograr que la democracia entregue respuestas eficaces a nuevos tipos de demandas provenientes de sociedades más complejas, más modernas, más urbanas y más jóvenes. Ésta es la agenda que la democracia latinoamericana necesita debatir de manera urgente e inteligente.
El autor es director Regional para América latina y el Caribe de IDEA Internacional