Aquel monólogo comenzaba con este diálogo imaginario:
-La culpa de todo la tiene el ministro de Economía, dijo uno.
-¡No, señor! -dijo el ministro de Economía mientras buscaba un mango debajo del zócalo-. La culpa de todo la tienen los evasores.
-¡Mentiras! -dijeron los evasores mientras cobraban el 50 por ciento en negro y el otro 50 por ciento también en negro-. La culpa de todo la tienen los que nos quieren matar con tanto impuesto.
-¡Falso! -dijeron los de la DGI mientras preparaban un nuevo impuesto al estornudo-. La culpa de todo la tiene la patria contratista; ellos se llevaron toda la guita.
-Pero, ¡por favor! -dijo un empresario de la patria contratista mientras cobraba peaje a la entrada de la escuela pública-. La culpa de todo la tienen los de la patria financiera.
-¡Calumnias! -dijo un banquero mientras depositaba a su madre a siete días-. La culpa de todo la tienen los corruptos que no tienen moral.
-¡Se equivoca! -dijo un corrupto mientras vendía a cien dólares un libro que se llamaba Haga su propio curro, pero que, en realidad, sólo contenía páginas en blanco-. La culpa de todo la tiene la burocracia que hace aumentar el gasto público.
-¡No es cierto! -dijo un empleado público mientras con una mano se rascaba el pupo y con la otra el trasero-. La culpa la tienen los políticos...
El reparto de culpas continuó por mucho tiempo más e incluyó a los terratenientes, los comunistas, la guerrilla trotskista, los fascistas, los judíos, los curas, los científicos, los padres que no educan a sus hijos, los ladrones, los policías, la Justicia, los militares, los jóvenes de pelo largo, los ancianos, los periodistas, el imperialismo, los cipayos, Magoya y Montoto. Hasta que a alguien se le ocurrió que la culpa de todo la tenía El Otro. Todos coincidieron en lo mismo. El problema estaba resuelto y no faltó hasta quien reflexionara: "¡Qué flor de guacho resultó ser El Otro!".
Como en ese relato, Cristina Kirchner atribuyó la fuerte caída en la venta de autos a que las empresas automotrices no quieren vender. Pero durante la particular celebración del Día de la Industria en Tecnópolis, la jefa del Estado fue más allá: al pedirles a los empresarios que mantengan el valor de los salarios de sus trabajadores, pareció excluir a su gobierno de cualquier responsabilidad por la inflación ya cercana al 40% anual. Como si los empresarios fueran los responsables del aumento de la emisión monetaria para financiar el creciente déficit fiscal, que causa inflación.
A esa acusación, la Presidenta sumó ayer otra contra los medios: "Analizamos las radios de la mañana y el 79% de noticias son negativas. No pueden pasar tantas cosas negativas porque la gente estaría suicidándose en masa si fuera así". Esta frase hizo recordar a otra de la primera mandataria, pronunciada dos años atrás, según la cual si tuviéramos una inflación del 25%, el país estallaría por los aires.
El discurso oficial nos transmite que el Gobierno es absolutamente ajeno a los problemas de la economía. Éstos, según su relato, derivan de actitudes angurrientas y antipatrióticas de empresarios, ante las cuales la solución kirchnerista no es otra que aumentar la dosis de intervencionismo. Un remedio que potenciará la inseguridad jurídica, el miedo a invertir y producir, y la caída de los puestos de trabajo.