Por la mañana Jorge Capitanich informa que para el Gobierno los sindicatos que convocan a la huelga están financiados y bancados por los fondos buitre. Por la tarde legisladores oficialistas sugieren que aquellos senadores y diputados que no voten la ley sobre cambio de domicilio de pago serán ascendidos a la categoría de tremendos buitres. Y por la noche, en la cena de camaradería, la Presidenta arenga a las Fuerzas Armadas y les comunica que hay nuevas luchas por la independencia; obviamente, contra los buitres que quieren sojuzgarnos. Al país no sólo se lo defiende con un fusil en el frente de batalla, "también cuando somos agredidos económicamente", dice la comandante en jefe, aunque no adelanta instrucciones para las horas extras de defensa nacional que los uniformados deberán agendarse.
El buitrismo se expandió a los sindicatos que protestan -no sólo peronistas, véase qué notable, pues el diagnóstico oficial también incluye a una izquierda que no le quiere pagar ni a los buitres ni a nadie- y domina a esa escoria engarzada de opositores y medios críticos a la que muchos argentinos desinformados todavía creían controlada por Magnetto. Hubo cambio de firma: ahora la regentean los buitres.
Con su apellido tan a tono, Capitanich desarruga sobre la mesa de operaciones de la Casa Rosada el plano imaginario de la nueva contienda. En las colinas donde flamea la bandera de la patria se concentran el Gobierno, el kirchnerismo, los muchachos cristinistas y, a partir de la cena de camaradería del lunes 25 de agosto, las Fuerzas Armadas. Para no ser corrompidos y para no meterse con los asuntos internos, los militares tienen prohibido inmiscuirse en la lucha contra el narcotráfico, pero ninguna ley les impide en forma específica dar batalla a jueces neoyorquinos y fondos de inversión enemigos.
Del lado buitre marchan unidos sindicalistas moyanistas con sindicalistas izquierdistas, todos los partidos políticos menos los que forman el Frente para la Victoria, sus legisladores, los medios críticos y un sujeto de envergadura impar: el mundo. El mundo desesperado por quitarnos Vaca Muerta debido a que Medio Oriente "se complejizó" (discurso de camaradería). "La defensa de la Nación es una sola cosa y frente a ella nadie puede bajar la cabeza y aceptar la imposición injusta, indigna y antinacional que pueda venir desde el extranjero" (mismo discurso; no de Galtieri, sino de Cristina Kirchner).
El Gobierno habla con retazos. En algún punto se parece a esas personas enfáticas que no completan ninguna oración y que con un decir estridente, algo sinuoso, que mezcla insinuaciones temerarias, bravatas folklóricas y absurdos caricaturescos impregna el ambiente de tinieblas y de agitación sin hilvanar ninguna idea concreta.
Entre Cristina Kirchner y Jorge Capitanich, disertantes metódicos, hay incluso matices en los que ya nadie repara, sea porque se piensa que la contradicción es un juego de la libretista o, lo más probable, porque el palabrerío oficial adquirió la evanescencia de la bruma matinal, esa que las horas se ocupan de disipar.
La Presidenta se refiere a la división de los argentinos como algo que ella jamás buscaría. En cambio, Capitanich, cuando menea la cartografía buitrista, da por seguro que hay Montescos y Capuletos, claro que los hay, y lo celebra: saber quién está de cada lado, explica, les permitirá a los argentinos tomar "mejores decisiones".
Por fin el jefe de Gabinete consigue sorprender, no ya con la alegría que le genera el hecho de que una enorme porción del sistema político argentino haya sido capturada por los buitres, sino por la finitud de su memoria. Dice esto: "La Argentina tiene una clara división, nunca ha tenido tan clara división".
¿Nunca? Aun si el departamento de estadísticas históricas que consulta Capitanich en el Indec o quién sabe dónde no acreditase como divisiones de los argentinos el conflicto binario del campo potenciado por los Kirchner en 2008 ni los largos años en los que el universo se distribuyó según se estuviera "con Clarín" o "contra Clarín", cualquier argentino escolarizado sabe que la idea de partir la sociedad en patria y antipatria es muy vieja. Arranca con Rosas. Tiene unos 180 años. Es extraño que el jefe de Gabinete no tenga presente lo que sucedió en el siglo XIX con unitarios y federales. Ni los treinta años del siglo XX durante los cuales la partición peronismo-antiperonismo tiñó toda la vida argentina.
El fogonero de la primera antinomia organizada desde el poder no inventó a los unitarios, pero él los clasificó como salvajes, les atribuyó la conspiración permanente y los consideró execrables. El enemigo de Rosas estaba integrado, casualmente, por todos sus críticos y por el mundo, que según la visión dominante sólo servía para pretender nuestras riquezas.
"Patria o buitres", la idea fuerza que hoy anima al Gobierno, sin embargo, es una remake de "Braden o Perón", eslogan que hace poco cumplió 68 años. Sobre aquel simplismo, el peronismo plantó el segundo gran diseño antinómico, que en 1955 sería invertido por los antiperonistas y que en los setenta desembocaría en una guerra civil larvada.
Hacia 1974/75, Isabel Perón y José López Rega decían combatir a los apátridas asociados de afuera y de adentro. El enemigo aborrecible de entonces era "la sinarquía internacional", sujeto de contornos difusos que se destacó en el despliegue escenográfico de los dramáticos ensayos del terrorismo de Estado. También Videla quiso sembrar -y en alguna medida lo logró- un encuadre binario, cuando la dictadura sentenciaba que cualquier observación a la llamada lucha contra la subversión significaba trabajar para el lado enemigo. No había lugar para sutilezas ni explicaciones; el poder, que funcionaba en blanco y negro manu militari, se arrogaba la determinación del reparto.
Y después vino Galtieri, antecedente más citado, quien ya no copió el formato de la guerra, sino que hizo una. Con su rusticidad y su verba compadrita, aprovechó mientras pudo la volatilidad de una opinión pública compelida a ajustar cuentas escolares pendientes. La parte de la sociedad que cantó "el que no salta es un inglés" se sintió hechizada por un dictador, duele recordarlo, que había desempolvado la insistente idea del enemigo destructor y carroñero.
No es que los módulos de estas anteriores temporadas binarias hayan sido equivalentes unos a otros. Está claro que en su imposición hubo niveles de violencia incomparables. Lo llamativo es la recurrencia del método y, aparte del rendimiento temporario, su alto costo histórico. Quizás Capitanich lo sepa, y por eso prefiere decir que dividir en buitres y antibuitres es algo nuevo, que se le ocurrió al kirchnerismo.