Los mecanismos de condensación, sustitución y desplazamiento que emplea resultan similares a los que se observan en el proceso onírico. Pero los sueños, dirá el fundador del psicoanálisis, son una cuestión privada, mientras que el chiste constituye el modo más sociable de obtener placer. Semeja un juego complaciente que, si no guarda relación con grandes intereses vitales como el sueño, tiene efectos significativos en el mundo exterior. Según Freud, el chiste supone un fenómeno de comunicación, singular y de "fascinador encanto"; el sueño, en cambio, es un disfraz íntimo del deseo.

La metáfora, como la ironía, no es propiedad exclusiva del chiste, pero, en ciertos casos, éste la utiliza de un modo insuperable. Así, un chiste oído al pasar, entre tantos que difunden los medios, puede constituirse, inadvertidamente, en una alegoría del drama de los vínculos sociales y políticos. El chiste recrea el diálogo de un hijo con su padre. El hijo pregunta: "Papá, en esta casa siempre se come pan de ayer, ¿cuándo vamos a comer pan de hoy?". El padre responde: "Mañana, hijo, mañana".

Este chiste posee los componentes clásicos del género: brevedad, juego de palabras, sorpresa, efecto a la vez lúdico y reflexivo. Pero tiene otras implicancias. Plantea la secuencia temporal completa: el pasado ("pan de ayer"); el presente ("pan de hoy"), y el futuro (lo que comeremos mañana). Además, evoca la relación paterno-filial, representándola como un vínculo de subordinación, donde el hijo interroga al padre con deseo y ansiedad y recibe como respuesta una consoladora ironía. Podría interpretarse que la relación padre-hijo admite una lectura política en la que el progenitor representa al líder y el vástago, al súbdito.

Sugiero que este chiste puede funcionar como una metáfora de lo que le ocurre a la Argentina. Equivale al "otra vez sopa" de Mafalda e ilustra, en términos psicoanalíticos, la compulsión nacional a la repetición. Las condiciones actuales de la economía y los pronósticos tienden a confluir. Y poseen un efecto de déjà-vu. La inflación creciente, la recesión, el endeudamiento, la pérdida de puestos de trabajo, el déficit fiscal, la devaluación de la moneda y el corrimiento hacia el dólar no plantean un escenario nuevo, sino una reiteración de situaciones vividas antes por el país.

Este síndrome tiene antecedentes lejanos, pero se aceleró a partir de 1975, cuando en la agonía del gobierno de Isabel Perón una macrodevaluación condujo al país a una traumática crisis. La situación, con matices, se repitió varias veces, hasta culminar en la tragedia y la devastación social de diciembre de 2001. Luego de esas experiencias, el sentido común de los argentinos incorporó a su repertorio la convicción de que a los períodos de bienestar relativo les siguen el crac y el ajuste. Así, aprendimos que la bonanza, indefectiblemente, tiene fecha de vencimiento, y la bautizamos en el lenguaje cotidiano como "veranito". Basta con escuchar las conversaciones de estos días en la calle, el trabajo o las reuniones para comprobar que la mayoría ya se prepara para el final del ciclo virtuoso. No se discute el ajuste, sino la magnitud que pueda tener. Si hubo pan de hoy, fue apenas un alivio estival. Pronto volveremos a lo nuestro: el pan de ayer.

En una versión revisionista del chiste, podría imaginarse que el kirchnerismo, si fuera nuestro padre, nos reprendería en estos términos: "En esta casa, desde que estoy a cargo, sólo se come pan de hoy. Los que hablan de pan de ayer son enemigos y conspiradores que te engañan, hijo". Sin embargo, y acaso aquí resida el problema, lo cierto es que el Gobierno dispuso de más de una década para remover los límites estructurales de la economía argentina y no lo logró, habiendo dispuesto de condiciones excepcionalmente favorables, empezando por el precio de las materias primas.

A diferencia del hijo del chiste, los que todavía apoyan a Cristina tal vez creyeron, inducidos por mejoras materiales indiscutibles y un relato omnipotente, centrado en el "nunca menos", que el pan de hoy duraría para siempre. Ahora, poco a poco, constatarán las limitaciones del modelo. Una fenomenal combinación de déficit fiscal, energético, de inversiones y de divisas hará retroceder los ingresos, el trabajo y el consumo del promedio de los argentinos. Entonces ellos, como Sísifo, deberán volver a empujar la piedra por la pendiente, sabiendo que luego, fatalmente, volverá a caer.

Siempre pan de ayer es un símbolo que debemos dejar alguna vez atrás. Constituye la metáfora de una neurosis de destino, letal para la autoestima. Ilustra la imposibilidad de alcanzar el bienestar estable y progresivo, que cuando parecía cercano se torna otra vez inalcanzable. La compulsión a repetir cancela el futuro de un individuo o de una sociedad. Y revela ausencia de liderazgo. Por eso, la respuesta del padre -"Mañana, hijo, mañana"- no es un proyecto, sino un sarcasmo, que encubre una falla de responsabilidad y de visión inexcusable.