Incluso, el ex jefe de Gabinete Juan Manuel Abal Medina llegó a decir hace dos años que la Argentina era (después de Rusia) el país fuera de los EE.UU. con mayor circulación de billetes de dólar per cápita, sobre la base de incomprobables cifras estimativas, ya que no todos están declarados.
Con esos números a la vista, es una paradoja que la principal amenaza para la economía sea la escasez de dólares, agravada ahora por el nuevo default a raíz de una deuda que -al margen de sus riesgosas derivaciones judiciales, financieras y políticas- resulta inferior al 1% de aquel monto y al del total de la deuda pública reestructurada.
La pregunta es por qué aquellos 200.000 millones de dólares, que equivalen a casi la mitad del actual PBI de un año, se mantienen fuera del circuito económico formal y, en una alta proporción, al margen de cualquier forma de ahorro institucionalizado. La respuesta es que son la contracara de la desconfianza en el manejo -pasado y presente- de la economía, sobre todo cuando recrudece la inflación. En menos de cuatro décadas, la moneda argentina perdió 13 ceros y convirtió de hecho al dólar en la moneda de referencia, además de un refugio para quienes no estaban dispuestos a invertir sin altos retornos asegurados. Para más datos, la desvalorización del peso durante la gestión de Cristina Kirchner hizo que el billete de máxima denominación (100 pesos) haya pasado de equivaler a 30 dólares en 2007 a 12 en la actualidad al tipo de cambio oficial (y a apenas 7,80 al tipo de cambio paralelo).
Aunque la fuga de capitales no es un fenómeno nuevo, se intensificó durante la segunda mitad de la era K. Había sido casi inexistente en el período 2003/2007, época de superávits gemelos (fiscal y externo), tipo de cambio real alto y elevado crecimiento del PBI. Pero a medida en que esos pilares se iban desmoronando, subía la inflación (jibarizada por el Indec) y avanzaba el intervencionismo en la economía, la fuga superó los 80.000 millones de dólares hasta la aplicación del cepo cambiario, que frenó el ingreso de dólares financieros y la inversión externa, además de recrear el mercado paralelo del dólar.
Una prueba elocuente de la desconfianza en la actual política económica es el fracaso del blanqueo de dólares que, tras sucesivas prórrogas, rige hasta el 30 de septiembre, si bien el anuncio presidencial de relanzar el casi inexistente mercado de Cedin hace suponer que ese plazo no será el último. Aunque es gratuito, ni siquiera atrajo a los evasores para los que hace diez años Néstor Kirchner prometía "traje a rayas" y su esposa redime a cambio de divisas para tratar de reanimar al desfalleciente mercado inmobiliario. En más de un año sólo ingresaron 854 millones, apenas la quinta parte del blanqueo de 2009 (US$ 4000 millones), por el que había que pagar alícuotas diferenciales. Más decepcionante es el resultado de su otro instrumento, el Bono Argentino de Ahorro para el Desarrollo Energético, cuya suscripción, a pesar de reconocer una tasa de interés de 4% anual, no llega a 100 millones. Un monto insignificante frente a planes de inversión en el sector que, sólo en el caso de YPF, implican 7500 millones anuales hasta 2017.
Más allá de la dudosa estrategia oficial de politizar y judicializar internacionalmente el conflicto con los fondos buitre, el "juez municipal" Griesa y los bancos estadounidenses, el gobierno de CFK también cerró con el default la puerta a conseguir dólares prestados en los mercados a tasas medianamente civilizadas. Y tiró la llave hasta nuevo aviso, a cambio del rédito político interno que por ahora le reporta este enfrentamiento. Si los títulos argentinos no se desplomaron, es porque los mercados no abandonaron la esperanza de un default transitorio hasta comienzos de 2015 (cuando haya vencido la cláusula RUFO) o de un acuerdo entre bancos extranjeros y los holdouts que ganaron el juicio para cerrar el caso. Pero a medida que pasan los días, la cancha aparece más embarrada.
El actual default difícilmente tenga efectos explosivos, pero sí progresivos sobre la economía real y el empleo privado. Cuanto más se extienda, más se hará sentir la falta de financiamiento externo sobre el sector público y privado. Y obligará al Banco Central a endurecer -y/o encarecer- la venta de dólares, como quien debe administrar el agua de un tanque donde entra menos que la que debería salir.
Ya lo saben por experiencia las empresas que importan equipos, insumos y repuestos para la actividad productiva o comercial. Sus permisos previos de importación (DJAI) ahora están además sometidos al doble filtro de la Secretaría de Comercio Exterior y de la AFIP. Miguel Ponce, gerente general de la Cámara de Importadores (CIRA), agrega además otros datos preocupantes. Por un lado, las reservas del BCRA (algo menos de 29.000 millones de dólares) incluyen 4000 millones de importaciones ya concretadas con pago diferido. Por otro, la financiación de los vendedores se está reduciendo desde 110/90 días a sólo 30 y, en algunos casos, en especial para pymes, se exige el pago cash o por adelantado.
En el sector también crecen las dudas sobre la posibilidad de que, con el default, pueda utilizarse el swap de monedas con China para no utilizar dólares y cuyas cláusulas todavía permanecen en secreto. También preocupa que la brecha cambiaria entre el dólar oficial y el paralelo haya vuelto a ubicarse en torno de 55% porque eleva el costo de reposición. Quienes disponen de stocks, tienden a subir preventivamente los precios aunque la demanda se retraiga.
Los exportadores, a su vez, enfrentan el mayor costo de las prefinanciaciones, que se multiplicó por tres desde niveles de 7/9% anual, lo cual afecta la competitividad de muchos sectores industriales.
El deterioro del superávit comercial argentino (28% en el primer semestre) se ve agravado por el déficit energético, que creció 7% interanual y resta divisas para otras importaciones. Frente a compras externas de 14.000 millones de dólares anuales en gas y combustibles, ya era llamativo que la única campaña de ahorro de energía eléctrica del gobierno de CFK haya sido años atrás la distribución gratuita de dos lámparas de bajo consumo por vivienda. También lo es ahora, ya que ese tipo de lámparas deben importarse -no se fabrican en el país- y el precio promedio de cada una ya supera a la factura promedio de electricidad en el área metropolitana de Buenos Aires, donde los subsidios no dejan de crecer y alimentan el déficit fiscal.
Con este marco, suena a expresión de deseos la advertencia de CFK de que quien crea que guardando dólares no va a ganar, sino que va a terminar perdiendo. Al fin y al cabo, los ciclos de stop & go de la economía argentina fueron producto de la restricción externa (escasez de dólares), que ahora se agudiza con el default (más la perspectiva de abundancia de pesos para tratar de atenuar la recesión). Y todo lo que es escaso, tarde o temprano, termina por encarecerse.