Luego del 30 de julio pasado, hay una cosa que queda bien clara: la situación cambiaria del país es mucho más endeble de lo que era antes.
A partir de ese día, el dólar debería caminar hacia un rumbo de escasez creciente.
Cada día que pase, el Banco Central dependerá más y más de las divisas provenientes de los exportadores; por ello, el peso de la soja crecerá como fuente de dólares.
¿Qué puede pasar en los próximos días? La verdad es que sólo Dios lo sabe.
El litigio que se dirime en los tribunales de Nueva York parece un sainete, donde desde la visión de una de las partes, es decir el Gobierno argentino, el mediador es algo así como un socio de la otra parte, con un juez que toma partido por esta misma. La soga está enredada, y abundan los nudos.
A pesar de la incertidumbre, parece que el mercado por ahora apuesta a una pronta solución. Ello explicaría porqué las variables financieras no se han disparado.
Una mirada a la historia del Gobierno “K” nos puede dar una idea del futuro. Si las cosas no se arreglan en los próximos 10 ó 15 días, el valor del dólar quedará cada vez más sometido a una presión ascendente con una acentuada reducción en las reservas del Banco Central.
En tal caso, las autoridades podrían establecer mayores controles sobre las importaciones, un incremento en las tasas de interés, y más filosa sería la intervención en el mercado informal del dólar paralelo, asegurando así una mayor recesión. El control sobre las importaciones podría afectar la entrada de insumos necesarios para la campaña agrícola actual.
La devaluación y la inflación amenazan la economía.
Los productores, de soja y demás granos, claramente, tienen conciencia de ello. Y, hasta el momento, pese a la baja de precios a nivel internacional, no se han equivocado con su política de retención de mercadería que, además, funciona como reaseguro frente a una eventual devaluación y como medio de defensa frente al embate de la inflación.
A partir de las declaraciones ante el Ministerio de Agricultura, al día 23 del mes pasado, la exportación y la industria habría comprado cerca de 28 millones de toneladas de soja, más o menos el 50% de la producción total de la campaña.
A trazo grueso, restaría vender un volumen de aproximadamente 28 millones de toneladas. La mayor parte es propiedad de los productores agrícolas.
Curiosamente, sin que sea éste su propósito explícito, la actitud –muy lógica, por cierto- de los productores está, aunque levemente, amortiguando las bajas de los precios internacionales.
Porque la tendencia global sigue siendo a la baja. Las excelentes perspectivas de la cosecha de EE.UU. dominan el mercado mundial, con el clima a su favor.
El gráfico publicado por la BCR es muy elocuente.
Los fundamentos avalan las bajas. Por ello, los fondos especulativos caminan por un sendero visiblemente vendedor y, así, prolongan la tendencia negativa en los precios.
Afortunadamente, la demanda no cede. Se advierten indicios que revelan cómo, frente a la caída de valores, ésta se incrementa, aprovechando la oportunidad.
En esta ocasión, parece que Quien domina el universo no está de nuestro lado. Sí lo está del de los farmers norteamericanos. Al menos, por ahora.
Cada día que pasa resulta más posible que se cumpla lo estimado por el USDA, cuando calculó un rinde unitario de 30,4 quintales por hectárea, récord absoluto.
Tanto el USDA como Oil World, estiman una superficie sembrada de 34,3 millones, que permitiría lograr una producción de 103,4 millones de toneladas, frente a 89,5 millones de toneladas de soja del año previo. Veremos cómo sigue esta película.
En caso de no darse lo esperado y si las condiciones climáticas se volviesen adversas, los fondos actuarían como trampolines a favor de mejores precios.