Si uno que esté representado por los valores que inspiran Javier Mascherano y Alejandro Sabella u otro en el qué Julio Grondona y Amado Boudou sean quienes nos muestren lo que somos.
A Mascherano todavía le dura la vergüenza porque siente que es una enormidad, una desmesura y una exageración que lo hayan comparado una y otra vez con José de San Martín, Ernesto Che Guevara, El papa Francisco y hasta el mismísimo Dios.
Se ha mostrado agradecido con la gente, en general, y con los que creyeron en él, en particular. Les ha explicado a la mayoría de los periodistas que pretenden entrevistarlo ahora que no quiere alimentar una imagen ideal a la que no va a poder responder. Todavía está más triste por no haber logrado el campeonato mundial que feliz por la nueva dimensión que ha tomado su figura.
En realidad, no se la cree. En el fondo sabe que no es más que exitismo. Lo mismo le pasa a Sabella. Casi todas las conferencias de prensa del Mundial se iniciaban con una pregunta empalagosa de un periodista de una radio de San Luis. Sin embargo él ponía cara de circunstancia, a mitad de camino entre la incomodidad y el respeto mínimo.
Sabella, desde que asumió la dirección técnica del seleccionado, nunca dijo algo parecido a la tenés adentro o ahora les tapamos la boca a todos, como se vanaglorió la presidenta en el predio de AFA. Siempre fue mesurado y humilde. Nunca quiso competir con ningún periodista ni ningún dirigente para ver quien la tiene más larga.
Se bancó fuertes presiones deportivas y extradeportivas. Se aguantó, hasta el último minuto, la presencia autoritaria y prepotente de Julio Grondona, quien, como siempre, pretendió influir más allá de lo que le corresponde, y terminó escondiéndose para que no lo putearan, en el momento de entregar las medallas por el segundo puesto, que ni Leonel Messi ni ninguno de los otros jugadores tenían ganas de recibir.
Sabella fue mucho más que el técnico del equipo que jugó la final. Fue un líder mesurado y de bajo perfil, capaz de sonreír y desdramatizar la cargada del Pocho Lavezzi o de tomarse el tiempo para hablar, con todos, pero de manera individual, una vez que terminó el Mundial y volvieron a ser más o menos humanos. El Presidente de AFA hizo todo lo contrario.
Especuló, como siempre, para estar en la mejor foto. Al lado de Leo Messi, por ejemplo. O de la Presidenta, cada vez que el fútbol se mezcló con la política. La mayoría de los jugadores terminaron enojados con él, porque sus esposas y sus familias, al contrario de las esposas y las familias de los jugadores de Alemania y Holanda, por ejemplo, tuvieron que ver los partidos en lugares no muy cómodos y demasiado lejos del campo de juego. Grondona, como siempre, pretendió controlar todo y a todos.
Y ahora está involucrado en el turbio negocio de la reventa de entradas. Lo manejaron igual que maneja El Padrino los fondos del Fútbol para Todos. Como si fuera un almacén, o la ferretería de su familia, en Sarandí. Luis Segura, el número dos de la AFA, parece estar cortado por la misma tijera. Cuando le pregunté, por radio, como podía ser que una autoridad como él estuviese vendiendo las entradas con la mano, como si fuera un boletero, no supo qué contestar.
Para que se sepa, por si todavía alguno no se dio cuenta: fueron transacciones en negro, turbias, sospechadas de corrupción. Y fueron avaladas por la AFA de Grondona. Y por la FIFA de Joseph Blatter, una organización acusada de cobrar coimas para elegir a Qatar como sede del Mundial 2022. A pesar de tanta impunidad, es posible que, más tarde o más temprano, Don Julio termine pagando por los pecados que cometió.
La jueza María Servini de Cubría lo tiene en la mira. Quiere saber qué hace con los fondos del Fútbol para Todos una vez que el gobierno se los deposita en la cuenta de AFA. Pretende seguir, en detalle, la ruta del dinero G. Cruzará los datos con los testimonios de los presidentes de los clubes. Hurgará en las cuevas financieras donde ciertos dirigentes, por sugerencia de Grondona, iban a cambiar los cheques de AFA.
Es que el Dueño del negocio del fútbol argentino está flojo de papeles, lo mismo que el vicepresidente, Amado Boudou. Se lo puede comprobar si uno se mete en el expediente del caso Ciccone. Pero también se lo puede confirmar si uno hojea la causa en la que se lo acusa de haber adulterado papeles de un auto para evitar que figurase como un bien ganancial en el juicio de su divorcio.
Algunos documentos del auto son truchos. Igual que resultó apócrifa la firma de Boudou en el contrato de alquiler de Fabián Carosso Donatiello mientras su departamento de Puerto Madero lo ocupada su presunto testaferro, Alejandro Vandenbroele. Grondona y Boudou parecen hacer todo por izquierda, todo lo contrario a la manera de moverse de Mascherano y Sabella.
El dirigente y el vicepresidente son los grandes referentes de un país que se está yendo. El jugador y el técnico, en cambio, son los símbolos del país que soñamos conseguir.