La Secretaría de Coordinación Estratégica del Pensamiento Nacional es el engendro de última hora de un gobierno en retirada.
Al cabo del largo período iniciado en 2003, que confirmó las dudas respecto del compromiso con nuestro sistema constitucional de quienes entonces llegaron al poder, nada de lo que entiendan por "pensamiento nacional" puede tranquilizar. De modo que elacrecentamiento de la burocracia nacional, con una secretaría de Estado para la "Coordinación Estratégica del Pensamiento Nacional", adosada al Ministerio de Cultura de la Nación, constituye un hecho no menos preocupante que otro que en su momento denunciamos: la adhesión explícita del jefe del Ejército al "proyecto nacional" en curso, que en realidad es una sumatoria de discursos, gestos y actitudes de difícil valoración, en cierto sentido, por la asombrosa tendencia a la contradicción que la caracteriza. Justo el Ejército de la Constitución, maltratado por este gobierno y las agrupaciones que le son afines como no lo fue por ningún otro fenómeno político que se recuerde, ha terminado configurándose, según su máximo representante, en aval del supuesto "proyecto nacional " de ese gobierno, y por lo tanto, de una expresión facciosa.
Horacio González, uno de los líderes de Carta Abierta, y habitual hermeneuta de decisiones delicadas del Poder Ejecutivo, ha apoyado la designación de Ricardo Forster como coordinador estratégico del "pensamiento nacional". Habrá de reconocérsele al director de la Biblioteca Nacional la apropiada observación de que la secretaría de Estado del caso no ha sido favorecida con el nombre que le asignaron. Es algo. Pero la cuestión de fondo no está en el nombre, sino en la razón de ser de una repartición pública revestida con altos títulos administrativos para hacerse cargo del "pensamiento nacional" nada menos que en circunstancias en que el único pensamiento oficial coherente con los hechos de más de dos lustros ha sido la obsesión por el control hegemónico de los resortes de la cultura popular y de la información pública.
Por natural defensa de los valores de libertad e independencia de los poderes de gobierno según lo estipula nuestra gran Constitución de 1853/60, descreemos del "pensamiento nacional" tal cual pueda ser proporcionado por quienes han tenido por mentor ideológico a un intelectual en las antípodas de aquellos principios. El extinto Ernesto Laclau confiaba en los beneficios discutibles de agitar permanentemente los conflictos políticos, sociales y culturales y en las bondades de gobernar bajo la dialéctica de amigo-enemigo, en vez de procurar el consenso, el diálogo y la pacificación nacional. ¿Qué tiene que ver eso con la tradición política argentina?
No hay república sin debate libre y es por eso que un admirador de Laclau, puesto a coordinar por resolución oficial lo concerniente a un supuesto "pensamiento nacional", es la lápida que faltaba a una secretaría de Estado que debió haber perecido antes de ver la luz. Si el director de la Biblioteca Nacional dice, como lo ha hecho, que la designación de Forster "garantiza el debate cultural", opinamos exactamente lo contrario. Basta remitir a la dedicación permanente del nuevo funcionario a vociferar contra las voces independientes de este gobierno y a respaldar los actos gubernamentales, usualmente con la saña de los programas propagandísticos del oficialismo, para comprender que si una repartición gestada para ocuparse del "pensamiento nacional" ya era extraña por definición a los valores democráticos, en sus manos puede acentuar, además, el daño que se lleva ocasionado.
El director de la Biblioteca Nacional ha procurado aliviar las tensiones suscitadas por estas novedades de fin de ciclo diciendo que no están enderezadas a imponer un "pensamiento único". ¿Cómo creerle, si el aparato propagandístico del Estado funciona en otra dirección, en lugar de actuar como servicio público plural, abierto a la difusión de todas las voces de la política, de la sociedad civil y de la cultura?
¿Cómo creer, en suma, si es que hubiera un pensamiento nacional que coordinar, que lo más conveniente para las instituciones sea librarlo a la conducción de un intelectual del posmarxismo? Lo que urge, en cambio, es librar al país de las divagaciones que han terminado derivando, si no en la rendición dialéctica, en el reconocimiento de que la única verdad es la realidad, como se ha verificado en los acuerdos con Repsol, el Fondo Monetario Internacional y los acreedores legitimados en sus demandas por el resultado de arbitrajes en el ámbito del Ciadi. Y la realidad, se sabe, suele contraponerse con la trama fantasiosa de los marxismos, los de antes y los que advienen con matices y, por cierto, de los populismos en los que medran.