En la Argentina, en esta campaña se está trillando una cosecha de soja récord: más de 55 millones de toneladas. Hay muchas expectativas puestas en una cosecha que de entrada alivió, al menos de forma temporal, la escasez de divisas y que podría volver a empujar el entramado productivo -en este momento estancado- de las provincias cuyo eje es la agroindustria, como Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos.
Pero hay un problema que preocupa a toda la cadena sojera. En la cosecha pasada, el nivel de proteína que se midió en la soja fue el más bajo del que se tiene registro y en esta campaña apenas repuntaría y se ubicaría en 37,2%, según las mediciones que acaba de publicar la Cámara Arbitral de la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR).
Es un nivel que está muy por debajo de la calidad que necesitan las plantas del complejo de molienda para procesar harinas que cumplan con los estándares que se requieren en el mercado internacional. En este primer relevamiento de la cantidad de proteína en la soja se analizaron 950 muestras y los resultados son similares a los que obtuvo el equipo de Martha Cuniberti en el INTA Marcos Juárez (en Córdoba).
En enero de este año, con los números de la cosecha pasada, un estudio de la bolsa rosarina estimó las pérdidas económicas que se generaron por este descenso en el nivel de calidad en 405 millones de dólares. Según el INTA Marcos Juárez, el nivel de proteína en el ciclo 2012/13 fue de 37,1%, el mínimo histórico desde que se lleva registro.
“Ambos estudios por separado dieron cuenta una vez más de los preocupantes niveles de calidad industrial del haba de soja, no sólo por el bajo tenor proteico sino también por la reducción en el contenido de materia grasa”, advirtió Florencia Matteo, de la Dirección de Informaciones y Estudios Económicos de la bolsa rosarina, en un artículo especializado que acaba de publicar la BCR. El indicador de material grasa, clave para la elaboración de aceite, que midió el INTA fue de 21,6% (también es la cifra más baja desde que hay registro).
En una jornada que se desarrolló en Rosario, Cuniberti explicó que en esta campaña la alta cantidad de días nublados hicieron que el cultivo no obtuviera la radiación necesaria y esto afectó especialmente el contenido de materia grasa en los “porotos” de soja. Pero este no es el único factor que está influyendo.
En el mercado semillero argentino, la mayoría de las variedades genéticas priorizan rendimiento, estabilidad y resistencia, porque es lo que busca el productor al elegir este insumo. “Esto hace que exista poco incentivo por parte de los breeders para desarrollar una variedad que priorice tenor proteico, sobre todo si se tiene en cuenta la regla de que más rendimiento implica menos proteína. En la actualidad hay sólo algunas variedades disponibles con este requerimiento”, contó Matteo.
Otro factor que pesa es la condición en la que está el suelo y la estrategia de fertilización del cultivo. Los expertos saben que el nivel de proteína depende del porcentaje de nitrógeno que hay en el lote.
El desgaste de los suelos a lo largo de las últimas décadas, sobre todo en los potreros que no se manejan con buenas prácticas agrícolas, puede haber contribuido a disminuir la calidad del grano cosechado.
“Si bien es válido pensar que se podría solucionar el problema incrementando la fertilización con nitrógeno, por el momento los ensayos concluyeron que la respuesta de la proteína sólo es parcial”, reconoció Matteo.
Los estudios que se vienen realizando confirman que también inciden factores de manejo sobre la calidad industrial del grano, como la fecha de siembra y el grupo de madurez, pero lo que más impacto parece tener son los factores climáticos y ambientales, como la temperatura, la disponibilidad hídrica y las condiciones de luminosidad y radiación solar que recibe un cultivo, y que varían cada campaña.
Lo preocupante, plantea el artículo de Matteo, es que del nivel que ostente este indicador dependen la cantidad y calidad de las manufacturas de origen agrícola producidas por el complejo oleaginoso, principal categoría de la balanza comercial nacional.
Los bajos niveles de proteína en grano originan harinas de relativa poca calidad; mientras que los bajos niveles de materia grasa causan una menor obtención de aceite a partir del proceso de extracción.
Para mejorar estos productos, la industria procesadora debe realizar esfuerzos crecientes para mantener la cantidad y el valor de las exportaciones (ver “Qué medidas se toman...” ).
El problema es que estas alternativas (por ejemplo el sobresecado) reducen la
eficiencia de las plantas de molienda, aumentan los costos y complican el manejo
del producto. Pero la pérdida de proteína supone el riesgo de perder mercados
extranjeros, en el caso de la harina, al no poder garantizar la calidad proteica
de un producto que se utiliza como insumo alimentario para engordar cerdos y
peces en China, por ejemplo. Como las causas de la pérdida de calidad son
varias, para encontrarle la vuelta a este problema será necesario un compromiso
que involucre a todos los actores de la cadena de valor de la oleaginosa.
El peso de los puertos rosarinos
En el 2013, el 63% de los granos que se exportaron se embarcaron en las terminales portuarias del Gran Rosario. En los puertos argentinos se cargaron 39,9 millones de granos el año pasado, según un informe de la Bolsa de Comercio de Rosario. De ese total, unas 25 millones de toneladas salieron por los puertos rosarinos. “Recordemos que incluye los granos de origen argentino, paraguayo y boliviano, junto con despachos de arroz y maní”, precisó Julio Calzada, jefe de los economistas de la bolsa rosarina.
En orden de importancia, siguen las terminales portuarias de Bahía Blanca, desde donde se despacharon 6,4 millones de toneladas de granos, el 16% del total. En tercer lugar se ubicaron las terminales del puerto de Quequén (se cargaron 4,7 millones de toneladas en 2013, el 12% del total), y en cuarto lugar se posicionaron los puertos de Zárate (Las Palmas y Lima), que embarcaron cerca de 1,6 millones de toneladas (4% del total).
Hay que tener en cuenta que la Argentina exporta un volumen reducido de su cosecha como grano sin procesar. En el caso de la soja, la mayor parte de la producción se embarca como harina o aceite, con mayor valor agregado.
Otro dato interesante es el volumen de soja paraguaya, que baja por la
hidrovía, y se carga en los puertos del Gran Rosario: más de 2,5 millones de
toneladas en el 2013, a lo que hay que sumar casi un millón de toneladas de
maíz.
Qué medidas se toman en las plantas
Cuando es bajo el nivel de proteína en el grano, lo primero que hacen las plantas procesadoras es descascarar el poroto, con lo que se quita un elevado porcentaje de fibra. Luego, se procede a secarlo para reducir la humedad, y si esto no es suficiente se vuelve a secar la harina mientras se la está procesando.
“Así, se incrementa el tenor proteico de la harina, pero a su vez se reduce el rendimiento total del subproducto, porque junto con la humedad se disminuye el peso, y con esto el volumen total exportado”, explica un informe de la bolsa rosarina.
Pero existen desventajas al “sobresecar” la harina. Por un lado, se presiona sobre la capacidad de procesamiento de las plantas, lo que disminuye su eficiencia e incrementa los costos operativos.
También se genera una mayor presencia de “polvillo”, porque se produce una harina más seca y fina, lo que deriva en problemas de logística y contaminación.