La analizan negociadores del Frente Renovador, de Sergio Massa, y de Pro, de Mauricio Macri . El experimento consiste en que, para las primarias que se celebrarán en agosto del año próximo, esos candidatos participen de una misma interna integrando dos fórmulas cruzadas: Massa-Macri vs. Macri-Massa. El programa tiene, en la lapicera de sus estrategas más audaces, algunos anexos sorprendentes. Entre ellas, una distribución de territorios y mandatos que supone que la estadía de esta colonia en el poder superaría los tres lustros. Un sector de la oposición vendría a realizar, en esa mesa de arena, el sueño trunco deNéstor Kirchner.

El promotor más activo de la alianza Massa-Macri es el misionero Ramón Puerta. Ex gobernador de su provincia y fugaz presidente de la Nación durante el tembladeral de comienzos de siglo, Puerta milita al lado de Massa y es, acaso, el mejor amigo que Macri tiene en la política. Se conocen desde que eran estudiantes de Ingeniería en la UCA.

La ocurrencia de enfrentar dos binomios simétricos salió de la cabeza de Puerta. Massa la aprobó apenas la escuchó: "Puede servir para varias sociedades", calculó. La posibilidad de ese acoplamiento elimina un problema que plantean las PASO, y es que, como está prohibida la recomposición de fórmulas, deja fuera del poder a quien es derrotado.

Cuando Puerta comentó a Macri la posibilidad de asociarse con Massa, recibió una negativa. El jefe de gobierno fue instruido por Jaime Durán Barba, el gurú ecuatoriano, en la conveniencia de presentarse como un ejemplar de la "nueva política", lejos de cualquier otra agrupación. Pero el perseverante Puerta insistió con varios argumentos. Por ejemplo, que "Cristina está logrando en el país lo que el kirchnerismo consiguió en Misiones: dividir a todo el mundo para controlar el poder". También intentó disuadirlo de un entendimiento con el radicalismo, que Macri mira con más simpatía que la aproximación a Massa: "Mauricio -le dijo-, los radicales te van a entretener y, a último momento, te van a humillar. Ahí podés tener algunos amigos, como Oscar Aguad, pero en la UCR hay una segunda línea de gente con un gran resentimiento hacia los exitosos como vos. Mirá, si no, cómo lo ocultan a Alvear. ¿Sabés por qué lo hacen? Porque es el único de ellos que terminó el mandato".

Puerta conoce de qué hablan los recelos de Macri a cualquier contacto con Unen y, sobre todo, con Elisa Carrió, quien sigue siendo implacable con las complicidades del gobierno porteño con Cristóbal López y la controvertida "industria" de los juegos de azar. Pero, sobre todo, Puerta conoce el efecto que puede tener en la psicología de alguien como Macri la tesis de que todas las adversidades se deben a la envidia. De modo que se aproximó a su cometido: "Hasta diciembre no puedo considerar ningún acuerdo", musitó su antiguo compañero de estudios.

La respuesta llegó rápido a oídos de Massa, quien sonrió: "Decile que lo espero hasta el día de cierre de listas. Pero que sepa que puedo cerrar el mismo pacto con otro". Como a Macri, a Massa le gustaría capturar a algún radical -habló ya varias veces con el jujeño Gerardo Morales- y, si ese sueño fuera imposible, se resignaría a una fórmula con Carlos Reutemann, lo más parecido que da el PJ a un hijo de Yrigoyen. En especial por lo hermético y rural.

Son varios los aliados de Massa que auspician una interna con Pro. Entre ellos está el salteño Juan Carlos Romero, también cercano a Macri. Massa también tiene abogados en el entorno del jefe de gobierno: Jorge Macri, Diego Santilli, Cristian Ritondo y Humberto Schiavoni, otrora mano derecha de su comprovinciano Puerta. En cambio, esta alquimia tiene algunos objetores. A la cabeza de todos está Marcos Peña, muy gravitante en las estrategias de Macri, quien considera que cualquier alianza prematura, aunque sea sólo un ensayo, dificulta la carrera presidencial de su jefe. Tampoco Emilio Monzó, otro gerente político de Pro, simpatiza con el montaje con Massa. Las razones de Monzó son más personales: está distanciado de Massa desde hace varias reencarnaciones, después de haber compartido militancia en la Ucedé. Al lado de Monzó trabaja Marcelo DDaletto, quien se precia delante de Macri de ser quien mejor conoce las debilidades del diputado de Tigre.

En el tubo de ensayo donde se procesa el coloide Massa-Macri/Macri-Massa bullen ciertos alucinógenos. Por ejemplo: algunos de los negociadores se entusiasman con un reparto de poder que se extendería hasta 2023, con candidaturas alternadas a lo Néstor y Cristina. A la vez, el partido que perdiera la presidencia en cada turno tendría derecho a quedarse con la gobernación de la provincia de Buenos Aires. Los gabinetes y bancadas legislativas también serían compartidos. Por suerte, Massa y Macri sólo tienen interés en "resolver los problemas de la gente" y "terminar con los vicios de la vieja política". Pronto van a desbaratar esas ensoñaciones napoleónicas.

La composición Massa-Macri tiene varios incentivos. Ambos controlan un distrito muy visible, pero tienen dificultades de desarrollo territorial en el resto del país. La otra peculiaridad es que, según la mayoría de los encuestadores, los electorados de uno y otro son muy compatibles. Un encuestador lo explica de este modo: "Los votantes de Massa y Macri son los únicos que se pueden agregar sin perder demasiado en el camino". Tal vez en este detalle radique el principal obstáculo. Como comparten los votos, ambos candidatos son muy propensos a rivalizar. Lo demostró Macri el año pasado, la noche de las elecciones. En vez de felicitar a Massa, en cuyas listas habían competido los dirigentes de su partido, lo denunció por estar rodeado de kirchneristas arrepentidos. Massa devuelve las atenciones: cada vez que se registra una aproximación entre Macri y la Presidenta, desde su agrupación denuncian un contubernio.

Daniel Scioli está al tanto del peligro que significa para él la posibilidad de un acuerdo entre Massa y Macri. El sociólogo que habla de la homogeneidad de las dos clientelas trabaja en su equipo. Por eso, cada vez que puede, el gobernador elogia a Macri, en detrimento de Massa. En su momento, especuló con que un puente hacia el jefe porteño lo liberaría del cerco kirchnerista. Pero ha renunciado a cualquier autonomía. Bastante sensato: buena parte de sus votos son votos de la Presidenta.

En la peripecia de Scioli el marketing electoral es una variable secundaria. Tampoco incidirán demasiado las novedades con que aspira a sorprender, quizás un poco tarde, desde la gestión de la provincia: pidió a cada ministro dos programas llamativos para el año próximo. En la medida de lo posible, deben estar conectados con la inquietud por la inseguridad. Es el problema principal del distrito, que tal vez tenga para Scioli otra mala noticia: Sergio Berni, comentan en la Subsecretaría de Seguridad de la Nación, está considerando dejar el gabinete. Se escudaría en un pretexto familiar. Pero la verdadera razón es la falta de solidaridad del resto del equipo por motivos ideológicos. Berni es, acaso, el único aliado que le queda a Scioli en el kirchnerismo.

El gobernador recibió anteayer a James Carville, un viejo asesor de Bill Clinton, que heredó de Eduardo Duhalde. Pero los consejos de Carville suelen ser inocuos. Igual que Florencio Randazzo, Julián Domínguez, Jorge Capitanich o Agustín Rossi, Scioli depende de la suerte del Gobierno. Su jefa de campaña, por lo tanto, es Cristina Kirchner. Pero la Presidenta jamás se priva de hostigarlo. Por ejemplo: el domingo pasado, mientras ingresaba al tedeum, cubrió de elogios a Luis DElía para que la escuchara el gobernador, que estaba a un paso. A DElía acaban de asignarle un espacio en la señal de TV de Sergio Szpolski, quien acostumbra a canalizar los mensajes que elabora Alberto Massino en la Secretaría de Inteligencia para que, entre otras cosas, castigue a Scioli. Al parecer, la confraternidad del gobernador con Matías Garfunkel, socio de Szpolski, sirve de poco. Es la gran dificultad de Scioli: su jefa de campaña no lo quiere.