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Asocia esa idea sólo a la prédica opositora y a las divulgaciones noticiosas de los medios de comunicación que no le responden. Le costó aceptar que ese texto (¿lo aceptó?) no hubiera recibido una bendición del Vaticano.

A Cristina la atormentaron los recuerdos de Néstor Kirchner, que en vida consideró siempre al entonces cardenal Bergoglio como un ariete de la oposición.

Ella ha superado ese prejuicio desde que Francisco es Francisco.

Aunque algunas cercanías le habrían jugado una mala pasada en las horas de su peor humor. Carlos Zannini es un agnóstico forjado en sus tiempos de militancia maoísta. Habría vituperado a los obispos por aquella dura declaración y sembrado ponzoña sobre el papel del Papa. En su estilo rústico, Oscar Parrilli, el secretario General, hizo casi lo mismo. De esa usina pequeña salió la estrategia del Gobierno para replicar inicialmente a la Conferencia Episcopal.

Cristina tomó un recaudo antes de lanzarse en público. Consultó con Julián Domínguez, el titular de la Cámara de Diputados, sobre su diálogo con Francisco cuando presidió la delegación argentina en la ceremonia de canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II. A diferencia de Zannini, el diputado Domínguez es un católico férreo. Le repitió lo que había contado desde allá. Que Francisco le preguntó, muy interesado, sobre ella.

Sobre su estado de ánimo y su salud.

Esa preocupación del Papa es tan sincera como lo fue su decisión de abrirle las puertas a Cristina en momentos difíciles. Nadie computa como extraordinario que haya sido la primera jefa de Estado del mundo que lo saludó tras su asunción. Tampoco, la audiencia que le concedió en julio del año pasado con motivo de su salida inaugural al exterior, en Brasil. Pero el largo almuerzo en el Vaticano el pasado 17 de marzo adquirió otro significado. La Presidenta concurrió, de paso hacia una visita oficial a Francia, acuciada todavía por el rumoreo sobre la inestabilidad económica (producto de la devaluación y la caída de reservas) y la posible dispersión política peronista. El gesto del Papa a la distancia pareció sosegar el insinuado desenfreno del peronismo. Y aplacó en apariencia a la economía cuyo estado, pese a todo, continúa siendo precario e incierto.

El antecendente fue decisivo para que la Presidenta no diera un paso en falso. También sirvió para despejar los primeros fuegos. Su presencia en el Tedeum del 25 de Mayo está asegurada. Cristina atendió rápido una sugerencia de tregua tramada por el vicario del Arzobispado de Buenos Aires, Joaquin Sucunza, y el secretario de Culto, Guillermo García Olivieri. Sucunza habló con Francisco en los días en que fue divulgada la declaración de los obispos. El vicario también asistió a la cumbre en Olivos junto al titular de la Conferencia Episcopal, monseñor José Arancedo.

Aquel plan (¿lo hubo?) para cruzar la advertencia de los obispos desnudó necedad o ignorancia. La Cámpora y Estela Carlotto, la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, reprocharon a los obispos la violencia de los golpes del 55, del 76 o de la crisis del 2001. Señalaron además el silencio eclesial frente a los desaparecidos.

Los curas jamás quisieron referirse a nada de eso. Apuntaron a una situación de turbación general y de violencia que denuncia un problema de desmembramiento social mucho más profundo, no ligado con exclusividad a la política. La réplica certera a la desenfocada defensa kirchnerista quedó en boca de Jorge Oesterheld. El portavoz de la Conferencia Episcopal señaló que el documento “va más allá de la cuestión de la inseguridad.

El clima de paz y de concordia en el país compete al Gobierno nacional ”. Otros curas fueron más resbaladizos y hasta se animaron a dar clases de periodismo.

Francisco no tendría sobre el presente argentino una mirada distintaa la que expresaron los obispos. Quizás hubiera utilizado alguna palabra más sedosa para expresar lo mismo. Un dirigente que lo visitó la semana pasada pudo corroborarlo. Y comprobó no sólo su interés permanente por Cristina. Envió además saludos cordiales a dos precandidatos (uno peronista y el otro no) para el 2015.

La tensión por el mal trago del documento episcopal dejó huellas en el rostro de Cristina. Apareció crispada –destrató a una periodista deClarín – durante la conferencia de prensa que compartió con Michelle Bachelet, la mandataria de Chile. Comunicó con tonito impacientelos aumentos a la Asignación Universal por Hijo y el salario familiar. Apenas un rato antes Hugo Moyano y Luis Barrionuevo habían armado una nutrida y anacrónica protesta callejera contra la inseguridad, la inflación y la pobreza. Tópicos ante los cuales el Gobierno carece de respuestas, salvo el ocultamiento o la descalificación.

Esa carencia de herramientas representa para el Gobierno un problema mayor que el desafío de Moyano y Barrionuevo. Los jerarcas sindicales, después del éxito de la huelga general del 10 de abril, entraron en una competencia de poder con la CTA, de Pablo Micheli, y las agrupaciones de la izquierda dura. Esa izquierda progresa en el control interno de algunos gremios. Se adjudicó, con su infinidad de piquetes y movilizaciones, la repercusión de aquella jornada de paro. Los cegetistas pretendieron responderles con una movilización que excediera las reivindicaciones sindicales y sumara a la ciudadanía independiente.

A duras penas salvaron la ropa.

Peor que ellos, sin embargo, asoma el gremialismo kirchnerista. La CGT K, con el enfriamiento económico y la primera crisis laboral, corre riesgo de convertirse en sello de goma. Antonio Caló recibió dos consuelos del poder: la autorización para un paro de su gremio, el metalúrgico, por 24 horas; su incorporación como vicepresidente en la nueva conducción del PJ. Hugo Yasky, dueño de una tajada de la CTA K, temió quedar aislado y descubrió que, según su organización, la pobreza habría trepado al 18% a finales del 2013. Carlos Tomada, el ministro de Trabajo, recogió la advertencia y le confió que reclamara un incremento para la AUH. Lo tuvo un par de días más tarde y pudo aplaudir, chocho, delante de Cristina en la Rosada.

Todas esas parecen menudencias de poder frente a deudas sociales que Cristina no atenúa. Tampoco se lo propondría por ahora. Jorge Capitanich repite sobre la inseguridad lo que piensa ella: que se trata de un problema de Daniel Scioli, Mauricio Macri, José de la Sota y Antonio Bonfatti. Parece incapaz de recapacitar sobre “la enfermedad” a la que refirieron los obispos. El gobernador de Buenos Aires tiene, en ese sentido, los pies sobre la tierra. Hay estadísticas que estarían reflejando la complejidad del conflicto. Según el Ministerio de Justicia nacional, entre 2007 y 2014 se habrían destruido en el país más de 270 mil armas.

Pero cada año en actos delictivos se recogen otras 20 mil.

Las muestras de la emergencia de seguridad bonaerense trasuntarían también un fenómeno social aún indescifrable. Sólo en un registro de 100 motos en el Conurbano, con dos ocupantes por unidad, se incautaron 60 armas. Amén de otra cantidad de facas y cuchillos.

Axel Kicillof imita al jefe de Gabinete. O, como él, se limita a cumplir la directiva presidencial. El ministro asegura que el plan de Precios Cuidados es un acierto y ubicó la inflación de abril en 1,8%. Casi un punto menos que el IPC del Congreso que la oposición confecciona en base a consultoras privadas (2,78%). Desde que la tasa de inflación comenzó a ser blanqueada por imposición del INDEC la declinación se anuncia sostenida aunque la proyección anual siga elevadísima. Sólo en un cuatrimestre según el INDEC alcanzó el 12%. Para las consultoras se trataría del 16%.

Ya se advierte una brecha de cuatro puntos. La desaceleración inflacionaria obedece, más allá de los índices, a una misma razón: el fuerte enfriamiento económico. Kicillof no habla sobre eso. Menos sobre la pobreza: desde el primer semestre del 2013 no se divulgan datos sobre esa radiografía social.

Ese vacío intenta llenarlo el kirchnerismo de algún modo. Ahora parece haber tomado de rehén al Mundial de Fútbol y a la Selección. Armó una función para presentar la lista de jugadores con varios actores principales, donde uno sorprendió: el técnico Alejandro Sabella, que a los 59 años corrió el velo a su militancia peronista y su inquietud por la distribución de la riqueza.

Aquel intento de refugiarse en el Mundial problablemente sea estéril, como lo fue para la dictadura en 1978 y el alfonsinismo en 1986. Entre varios recientes fallos judiciales adversos, la decisión de la Cámara de Casación Penal de rechazar el pedido de sobreseimiento de Amado Boudou, en el escándalo Ciccone, aproximaría el horizonte de una crisis institucional. El vicepresidente está a tiro de la declaración indagatoria que pidió el fiscal Jorge Di Lello. Debe resolverla el juez Ariel Lijo, que sustancia la causa.

La situación política de Boudou se haría insostenible.

Lijo fue recibido hace días en el Vaticano por Francisco. Entró en compañía de Gustavo Vera, integrante de La Alameda. Este legislador porteño de UNEN impulsa otro aspecto –violación de la ley de migraciones– de la causa por el funcionamiento de prostíbulos en seis departamentos de propiedad del juez de la Corte Suprema, Raúl Zaffaroni.