Por las oficinas de Daniel Scioli pasaron en los últimos días Julián Domínguez, el titular de la Cámara de Diputados, el senador Aníbal Fernández y Roberto Lavagna.Sergio Massa compartió el ventoso sábado 12 un asado con dirigentes que habrían hecho bramar al kirchnerismo y desencajado al gobernador de Buenos Aires. Scioli intenta cercar al pejotismo para darle cimientos a su proyecto presidencial. El diputado del Frente Renovador se empeña en ampliar una construcción transversal, como en su época lo hizo Néstor Kirchner, para transmitir a la sociedad el mensaje de que un tiempo distinto al encierro político K podría inaugurarse desde el 2015.
Hay dirigentes que en ese intenso tránsito que, sobre todo, se desarrolla en el peronismo, van de un lado al otro. Lavagna es uno de ellos porque suele conversar con Scioli y con Massa.
Pero no es el único. Los contendientes peronistas lo saben bien y se recelan cotidianamente.
Ese cruce de interlocutores comunes ayudaría a revivir, cada tanto, ciertos retazos de una historia reciente: la posibilidad de que Scioli y Massa cierren un trato para el año que viene.
El pejotismo sería, en ese sentido, el más interesado para enterrar cualquier pretensión participativa de los ultra K y de La Cámpora. Aquel presunto acuerdo, sin embargo, tendría mucho de nostalgia y remitiría a las conversaciones avanzadas que el gobernador bonaerense y el ex intendente de Tigre mantuvieron el año pasado hasta horas antes del cierre de listas para las elecciones primarias.
Ese pacto consistía en que Scioli sería candidato a presidente sólo por un período. Massa pugnaría en el mismo tiempo por la gobernación de Buenos Aires. Como trampolín para la herencia en el 2019.
Ese broche hubiera detonado, tal vez, un escenario electoral diferente al que resultó en octubre. También habría debilitado, más de lo que está hoy, a Cristina Fernández. Pero mucha agua corrió bajo el puente de la política argentina. Massa ganó los comicios en Buenos Aires. Scioli compartió allí mismo la derrota con la Presidenta. ¿Cómo resucitar, entonces, aquel viejo pacto trunco entre los ahora adversarios?
Scioli resulta un optimista empedernido. No le teme a que, en un presente de visible malhumor social, su figura pueda quedar asociada al Gobierno. Cree que las marcas de la diferenciación, a su manera, se instalarían en la conciencia colectiva. Y apostaría a un tema para que esa impresión se termine de afianzar: la lucha contra la inseguridad. Aunque no pueda expresarlo, como sí se ocupa Massa, no comulga con la Reforma del Código Penal ni con las inspiraciones académicas de Raúl Zaffaroni. El juez de la Corte Suprema lo sabe: por esa razón calificó de “electoralista y mediática” su declaración de emergencia de la seguridad en Buenos Aires.
Scioli puso en buena medida su suerte política en manos de Alejandro Granados. El intendente de Ezeiza (en uso de licencia) y ministro de Seguridad parece comprender el desafío. Sabe que tiene por delante, como máximo, un año para mostrar ciertos resultados. Una tarea compleja en una tierra misteriosa y con demasiados bolsones de violencia. Antes que por las discusiones teóricas se inclinaría por la práctica: planea, de base, una saturación de vigilancia preventiva en Buenos Aires, en especial el Conurbano. Pensaría reponer las patrullas callejeras con un incentivo económico para aquellos efectivos que participen. Reclamaría además mayor actividad a los 40 mil agentes de la Policía bonaerense que portan armas, sobre un lote total de 60 mil. Aunque la pieza clave de su estrategia sería la creación de las Policías comunales en ciudades a partir de los 70 mil habitantes. El proyecto que estaba trabado en la Legislatura bonaerense, por desinterés del ultrakirchnerismo, ha comenzado a progresar. También con la colaboración massista.
Scioli no está tan embelesado como Cristina con Axel Kicillof. Pero habla con alguna frecuencia con el ministro de Economía y le suena convincente. Sobre todo cuando despliega sus hipotéticos planes del regreso de la Argentina al mercado financiero mundial. Una cosa serían las palabras y otras los hechos. Kicillof recibió un buen trato formal en Washington aunque no logró arrancarle ni una señal al FMI para que facilite el acuerdo con el Club de París. Un paso decisivo para que el Gobierno aspire a empezar a normalizar su situación internacional. Aquel organismo continúa siendo crítico de la economía argentina y señala como inadmisible, entre varias cosas, la inflación. Kicillof anunció la semana pasada una desaceleración (2,6% en marzo) que dejó dudas pero que, así y todo, redondearía un 10% de aumento en el primer trimestre de este año. Casi el mismo índice con que, según el INDEC que ahora él maneja, cerró todo el 2013. Algún sismo económico imperceptible para los argentinos habría ocurrido en apenas 90 días. Esa brecha desnudaría, como pocas cosas, las mentiras oficiales.
Kicillof explicó la desaceleración inflacionaria a partir del plan de “Precios Cuidados”. En suma, de su acierto político y el de su amigo Augusto Costa, el secretario de Comercio. La verdad podría andar por otro sendero. Existiría una desaceleración (también la admiten las consultoras privadas) pero que respondería a otras razones. El endurecimiento de la política monetaria, la pérdida del poder adquisitivo de los salarios y el pesimismo social extendido, estarían retrayendo con vigor el consumo.
Enfriamiento, que le dicen.
Si así no fuera, quizá Kicillof no hubiera irrumpido el martes en la reunión de directores del Banco Central, con la presencia de Juan Carlos Fábrega, su titular. Hubo ásperos intercambios entre el banquero y el ministro. Kicillof entendió que las medidas adoptadas habían servido para sosegar el síndrome del dólar y estabilizar –más o menos– las reservas del Central. Pero exigió un ablandamiento de la rigidez monetaria para reanimar el consumo. Fábrega daría en breve instrucciones a los bancos estatales, sobre todo al Nación, para que reactiven líneas de crédito ahora frenadas.
Scioli asegura que en Buenos Aires no se advertiría, como en otras partes, aquel enfriamiento económico. Nunca se sabe si esa percepción nace de su mirada desapasionada o de cierto voluntarismo que lo impregna. Su cálculo político despunta sencillo: con la economía anudada, siquiera precariamente, y buenos resultados en materia de inseguridad su ambición sucesoria podría verse fortalecida.
Los números que le proporcionan terminan de animarlo. La última encuesta de Poliarquía traslució que Massa le estaría llevando apenas cuatro puntos de ventaja en la intención de voto presidencial. Con una estabilización o una mejora de la realidad esa diferencia podría, según el sciolismo, estrecharse o revertirse. Sería en ese punto cuando podría reflotarse aquel pacto con Massa para el 2015.
El líder del Frente Renovador descree con convicción de todo eso. Sus encuestas, que se asemejan a censos, revelan otra cosa. Nunca ha declinado la ventaja de entre 9 y 10 puntos respecto de Scioli que habría quedado instalada en el país a partir de su victoria de octubre en Buenos Aires. El contraste entre un cuadro y el otro hallaría, sin embargo, una figura de convergencia: la de Mauricio Macri. El sciolismo explica que el acortamiento de las diferencias radicaría en potenciales votantes que el jefe porteño hurtaría al diputado renovador. El massismo admite que en el modesto salto macrista (tres o cuatro puntos respecto de las últimas mediciones) habría votos propios pero también del sciolismo. Es cierto que en ese salpicado mosaico estaría la usina del posible crecimiento de Macri.
Massa, pese a avalar la emergencia en Buenos Aires, no quitará su lupa de la inseguridad. Tampoco dejará de hacer un relevamiento constante sobre la inflación. Esas fueron las banderas principales de su despegue y de su triunfo. Posee en ambas cuestiones una capacidad de acción de la cual carece Scioli. El gobernador, por ejemplo, nunca se animaría en contra de Zaffaroni, el inspirador de la Reforma al Código Penal y numen kirchnerista. El diputado renovador no avizora ese límite.
Un juez de instrucción sobreseyó mediante el pago de una multa al apoderado del juez de la Corte en una causa iniciada en 2011 por prostitución ejercida en apartamentos a nombre del magistrado. Existiría otra punta en ese ovillo judicial: la violación de la ley de Migraciones por haberse constatado en dos de aquellos apartamentos la presencia de mujeres indocumentadas de origen boliviano y dominicano que oficiaban de prostitutas. La novedad podría tener una derivación parlamentaria: un pedido de juicio político al juez de la Corte, cuya presentación se estarían disputando Elisa Carrió y la massista Graciela Camaño. Esa solicitud no tendría destino por las mayorías que haría valer el kirchnerismo. Pero permitiría al Frente Renovador ventilar en el Congreso un conflicto que facilitaría el protagonismo a Massa o a su tropa. El ex intendente de Tigre acaba de desempolvar la actuación judicial de Zaffaroni en los años de la dictadura.
A Massa le queda más de un año para consolidar su candidatura desde un lugar sin anclaje de poder. Scioli debe recorrer el mismo tiempo cargando con una gestión complicada y desgastante. Juntos o separados, como hasta ahora, asoman como los únicos peronistas llamados a pelear con posibilidades la sucesión del 2015. Otra mala novedad para Cristina.