No tiene, por otra parte, un plan alternativo ni un elenco de Gobierno que sepa atenuar tal carencia. Tampoco dispone de un heredero que le convenza para ir andando esta transición. Al que más se esfuerza, Daniel Scioli, acostumbra a destratarlo. Como si eso fuera poco, los propios kirchneristas parecen empeñados en moldearle la campaña al candidato opositor que más detestan, Sergio Massa.
A veces sobrevuela la duda, por cosas que dice y hace, sobre si Jorge Capitanich no sería, en verdad, un doble agente. Insistió en Diputados que la inseguridad es sólo un tema instalado por los medios de comunicación. La semana pasada Raúl Zaffaroni hizo su aporte invalorable cuando, en medio de la barahúnda de matanzas y linchamientos, calificó al diputado del Frente Renovador de “vendepatria”. Massa ha hecho del combate contra el delito hasta ahora su bandera principal.
Nadie sabe si Scioli le habrá planteado a Capitanich la sospecha sobre su presunta doble faz. Pero al menos intenta no exhibirse inmóvil como el kirchnerismo. Mucho menos, desmalezando el camino para Massa. Lanzó ayer mismo, con una cuidada escena, una batería de medidas para la lucha contra la delincuencia. Declaró la emergencia en esa materia en Buenos Aires, que ya tuvo vigencia durante su primer mandato. Sembró además la idea, tal vez para despegarse del Gobierno, que dicha batalla habría que ofrecerla en frentes múltiples y sin tantos miramientos.
La cuestión de la inseguridad, como ha sido desde el 2007 el de la inflación, está resultando devastadora para el Gobierno.
No se trata sólo de la espiralización de la violencia y los crímenes, como acaba de blanquear la provincia de Buenos Aires. En esa geografía se produjeron en el 2013 cuatro muertos por día, lo cual significó un incremento del 28% respecto del 2010.
El 2011 y el 2012 constituyen un enigma. Existen señales peligrosas sobre un descontrol social, una amenaza de tribalización, con gente dispuesta a lapidar a ocasionales ladrones. Y hasta a presuntos ladrones. Se estarían tajeando los hilos neurales e imprescindibles del entramado colectivo que sostiene siempre cualquier estado de convivencia.
Tampoco habría de qué sorprenderse. El escándalo por los linchamientos tomó ahora plena visibilidad por la muerte de un joven de 18 años en Rosario, luego de arrebatarle la cartera a una mujer. Pero hace mucho tiempo que suceden ese tipo de episodios que se mantuvieron subterráneamente sólo porque no fueron atravesados por la fatalidad. Basta con consultar a intendentes bonaerenses, a jefes municipales y gobernadores. La herida social sería mucho más profunda de la que se observa ahora.
La desatención del kirchnerismo, en ese aspecto, sirvió de caldo de cultivo. Néstor Kirchner tuvo reflejos cuando en el 2004 multitudes callejeras reclamaron por el asesinato del hijo de Juan Carlos Blumberg. Promovió acciones inútiles en el Congreso con parches al Código Penal. Pero, al menos, transmitió preocupación. Cristina, en cambio, soslayó cada uno de los cacerolazos que tuvieron como eje de los reclamos también a la inseguridad.
Desde el relato, pretendió transformarlos simplemente en una hipotética lucha de clases. De supuestos ricos contra supuestos pobres.
Algunas estadísticas domésticas –la información oficial es inexistente– certificarían el crecimiento sostenido de fenómenos vinculados a la inseguridad y al quiebre de la noción de orden.
Veamos algunos números acopiados por el Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría, en base a publicaciones periodísticas. El año pasado marcó, por ejemplo, un récord en casos de saqueos (1.266) incluso por encima de las crisis de 1989 (676) y del 2001 (875). También el 2013 figura entre los dos registros más elevados de amotinamientos policiales (26) desde 1990 (29). Con respecto a los secuestros, después de una fuerte desaceleración en el 2006 (29) volvieron a aumentar: 38 en el 2010, 75 en el 2011 y 65 en el 2012.
El kirchnerismo estuvo por años ocultando el flagelo detrás de la equívoca metáfora de una simple sensación. Y culpa a los medios de comunicación por machacar con el tema. Zaffaroni se encargó de hacer, en ese campo, auténtica escuela. Capitanich es un alumno consecuente. El reflejo pervivió incluso estas semanas cuando tomó estado público el desmadre de los linchamientos. Podrán objetarse algunos modos que el periodismo utiliza para su divulgación.
Pero gracias a esa divulgación y al debate que generan, la sociedad se pondría a resguardo de una posible anomia, del anestesiamiento.
Valdría la pena recordar las conductas sociales durante la tragedia de los 70, sobre todo luego del golpe militar del 76.
Al Gobierno le irritó que frente al nuevo descontrol la oposición mencionara l a ausencia del Estado.
Una herejía en la construcción del discurso K. La realidad indicaría, sin embargo, que los opositores no estarían en esta ocasión errados. El kirchnerismo se asentó en esta década en el Estado sólo para transformarlo en una formidable herramienta de poder político, coacción y clientelismo. De ese precepto derramó la corrupción que aflora hoy.
Pero fracasó en los suministros elementales de seguridad, educación y justicia.
Ciertas voces que refutaron las críticas opositoras tuvieron un sonido especial. Estela Carlotto, titular de las Abuelas de Plaza de Mayo, pretendió erigirse en contendiente de Massa cuando expresó que los organismos de derechos humanos no piensan, como dijo el diputado renovador, que “el que las hace las paga”. Omitió que gracias a esa prédica de los organismos cientos de militares fueron juzgados y condenados por los crímenes durante la dictadura. La jueza Elena Highton, de la Corte Suprema, sostuvo que no habría que adjudicar los linchamientos “a la falta de Justicia”. Valdría el mismo ejemplo anterior: no se conocieron linchamientos de militares porque, aún con idas y vueltas, la Justicia actuó. El Estado estuvo, en forma excepcional, presente.
También porque imperó la voluntad política.
Cristina se perdió, mientras la inseguridad crecía, en gestos ineficaces y oportunistas. Inventó un Ministerio de Seguridad diez meses antes de poner en juego su reelección. Movilizó a la Gendarmería en Buenos Aires y otras provincias previo a las legislativas del año pasado. Hace pocas semanas resolvió devolverlos a las fronteras como respuesta al estallido del narcotráfico en el país. Ahora piensa enviar un lote de agentes a Santa Fe, donde las bandas de narcos siguen pululando.
No hay relato que pueda esconder semejante improvisación.
Ese relato empezó a ser desmoronado la semana pasada por ella misma. Entre insólitas comparaciones de los linchamientos con “La noche de los cristales rotos” de la Alemania nazi, habló de la gente que está en la periferia de la sociedad a la que le han soltado la mano. Subrayó que hay personas para las cuales la vida no vale dos pesos.
Eso se denomina marginalidad y exclusión, aunque no lo acepte.
Dos conceptos que en esta década nunca formaron parte de su lenguaje. El modelo, al parecer, no es el que ha venido describiendo.
Hace sólo un año alardeó con un 6% de pobreza.
Parte de la responsabilidad de aquel sinceramiento presidencial inconsciente, habría que adjudicarlo a Axel Kicillof. Cristina suele escuchar ahora con embelesamiento los argumentos del ministro de Economía. Alguna vez le sucedió lo mismo con Amado Boudou, convertido al poco tiempo, por el escándalo Ciccone, en una mochila insostenible. Kicillof arrimó a la realidad el último par de índices de inflación para cumplir con una de las exigencias del FMI. Pero esconde el valor de la Canasta Básica Alimentaria (CBA) que modificará de modo brusco los niveles de pobreza e indigencia.
Tampoco se habla del desempleo: Hugo Moyano afirma que ya estaría en el 18%. Roberto Lavagna, el ex ministro de Economía, arriesga un 12%. Kicillof le garantiza a la Presidenta que la inflación continuará descendiendo por obra de sus decisiones y no del enfriamiento que se advierte en la economía. A propósito, el ministro mantiene una sórdida puja con Ricardo Echegaray a quien varias veces pretendió tumbar y no pudo. ¿Por qué motivo? Porque no tiene sustituto ni en su equipo ni entre los muchachos de La Cámpora. Porque el titular de la AFIP poseería, además, un vínculo aceitado con Máximo Kirchner.
La historia no estaría cerrada: Echegaray le está anticipando a Kicillof que la recaudación de marzo vendría en baja a raíz de la fuerte caída del consumo. Del enfriamiento, sobre el cual el ministro se resiste a hablar.
Al margen de Kicillof, en el Gabinete reina una marcada orfandad. Florencio Randazzo se desvive para lograr siquiera un maquillaje en la política ferroviaria que alimente su ilusión de ingresar en la carrera sucesoria. Pero esa doble acción le habrían generado ciertos desencuentros con la Presidenta y varias zancadillas de La Cámpora. Carlos Zannini intenta establecer un corralito en el peronismo para evitar que los gobernadores hagan apuestas anticipadas para el 2015. Sobre todo, en favor de Scioli. No le molestaría que lo hicieran por Sergio Urribarri, de Entre Ríos. Aunque eso no parece suceder.
Las cosas van transcurriendo de este modo en un país lascerado y conmovido, con una sociedad que atisba a futuro un cambio, con un gobierno apagado y una Presidenta sin reacción.