Y por más empeño que ponga para encubrir lo que tiene la forma de un ajuste hecho y derecho, el viejo truco del relato ya no sirve.
Era bastante previsible que esto sucediera, porque tirar dos años con una economía cargada de desarreglos era una proeza imposible. Pero las piruetas de Axel Kicillof no dejan de llamarles la atención hasta a los economistas que pedían una salida ortodoxa: “Estos muchachos no dejan de sorprendernos cada día, y al final ahora todos somos kirchneristas”, dice uno de ellos con una buena dosis de ironía.
Después de la fuerte devaluación, el saque a las tasas de interés, del apretón monetario y la entrada en escena del aumento en las tarifas, faltaba el moño del endeudamiento. Y esa pelota comenzó a rodar.
Seguramente con datos acercados desde el propio Gobierno, este domingo el diario oficialista Página 12 informó sobre un acuerdo entre el Banco Central y el fondo de inversión Goldman Sachs por US$ 1.000 millones destinados a recomponer las reservas. Luego de tomarse varias horas, Kicillof salió a desmentir la noticia: “No se encuentra prevista ninguna emisión de deuda en moneda extranjera dentro de la planificación financiera de corto plazo del Tesoro Nacional”.
“Quizás no quisieron hacer pública la operación, aunque en el mercado ya era un secreto a voces y estaba más adelantada que otras también en danza”, dicen en el sistema financiero. No se trata rigurosamente de un crédito, sino de lo que en la jerga se conoce como Repo , una línea garantizada con activos seguros del Central similar a las que la Argentina debió recurrir, antes de ahora, cuando también mandaba la necesidad de reforzar las reservas.
Además, tampoco sería deuda del Tesoro Nacional, como afirmó Kicillof, sino del BCRA. ¿Le habría dado vía libre Juan Carlos Fábrega, el jefe de la entidad, pensando que eso forma parte de sus facultades y adelantándose a cualquier contingencia?
Sólo en lo que va del año, el Central ha perdido US$ 3.660 millones, suficientes como para entender por qué, luego de devaluar y de pegarle un saque a las tasas, Fábrega puede andar preocupado por eventuales sacudones cambiarios.
Sin tantas vueltas, más vale imaginar que fue la Presidenta quien le ordenó a Kicillof desmentir todo. Y así habría sido, pese a que cualquiera sabe que el ajuste económico viene animado por la intención de salir al mercado internacional.
“En el segundo semestre, cuando empiecen a languidecer los dólares de la super soja, deberán buscar financiamiento afuera”, afirma alguien que ocupó un cargo clave en la administración kirchnerista. Ponerle la lápida al pregón del desendeudamiento podría ser, entonces, una cuestión de tiempos.
Parte de la misma movida es el intento de cerrar un acuerdo con el Club de París, aunque no pinta tan rápido como aspira el ministro de Economía.
“Ahora, Estados Unidos tiene la mente más abierta a un arreglo, pero el problema son las condiciones que pretenden aquí”, dice un especialista al tanto de las negociaciones. Entre otras, figura dejar al margen al Fondo Monetario, que el Club de París usa habitualmente como auditor en la refinanciación de deudas, y además atar los pagos al ingreso de inversiones desde los países acreedores; si fuese posible, sin poner un dólar: suena a difícil que acepten un menú semejante.
Es una condición necesaria convencer a todos los miembros de la organización, porque los acuerdos deben ser votados por unanimidad. Y así, eso puede ir para más largo de lo que piensa Kicillof.
–¿Y cómo están las cosas con el FMI?, le preguntó Clarín al mismo especialista.
La respuesta es parecida a la de otros analistas: “En el Fondo están esperando que los llamen y, mientras tanto, aguardan ver qué números da el nuevo índice de precios durante al menos un par de meses. Tampoco tienen mucha información sobre la metodología que emplearon para recalcular el PBI”. Ya se sabe que estos datos están en la mira del organismo.
Aun cuando el escenario externo y el acceso a los mercados son variables que ella no maneja, Cristina Kirchner ha impuesto una consigna que empieza a lucir evidente: empujar hasta fines de este año sin desbarrancar y entrar a 2015 con cierto margen de maniobra.
Eso explica las medidas de ajuste ya tomadas, el próximo tarifazo para la electricidad y otras decisiones del mismo estilo que estarían cocinándose.
Todas similares al recetario clásico del FMI.
En el mismo espacio orbitaba el intento de ponerles un límite del 25% a los aumentos salariales, de modo de hacerlos jugar como un ancla contra la inflación. Era pedirles demasiado a los dirigentes sindicales, incluso a los amigos del poder, pero si los incrementos del 30% son por etapas el número final arroja menos de 30%.
Falta todavía la frutilla que reclaman todos los gremios, cualquiera sea el bando donde militen: el incremento del mínimo no imponible. La pregunta obvia es si la Presidenta aceptará resignar ingresos fiscales cuando, por otro lado, aprieta para disponer de mayores recursos y aplicarlos según convenga a sus planes.
Es evidente que el Gobierno apuró los acuerdos sindicales con la idea de quitarle oxígeno al paro general de la CGT opositora, aunque nada garantiza que la trepada de los precios vaya a ser frenada tanto como pretenden los funcionarios. Más bien, ya empieza a perfilarse un panorama poco grato: inflación alta con caída del consumo y de la actividad económica, más problemas laborales.
Está claro que Cristina Kirchner intenta acomodar sus decisiones a la lógica del pragmatismo político y a su colateral: la intención de conservar cierta cuota de poder después de 2015. Pero aunque a poco de arrancar, el año próximo estará dominado por el tiempo electoral, parece arriesgado apostar a que los desarreglos amontonados no traerán nuevos trastornos.
Empezando por las reservas o por donde cada cual quiera.