Fuentes oficiales dijeron que no aceptarán subas salariales cercanas (ni superiores) al 28 por ciento, que es el índice real de la inflación en 2013. Economistas privados y las propias mediciones del nuevo Indec sobre los precios en enero indican que la inflación podría llegar al 35 por ciento en 2014. El Gobierno ofreció a los maestros un aumento del 22 por ciento en cuotas. Es la primera vez desde que existe el kirchnerismo que el Gobierno se niega a compensar la inflación pasada. "La inflación más dos puntos porcentuales", solía decirles Néstor Kirchner a sus ministros y a los sindicalistas. El consejo se convirtió en doctrina hasta que la realidad volteó la doctrina.
La crisis con los docentes sorprende al Gobierno en un mes, marzo, estacionalmente malo para los presidentes. Ya pasaron las Fiestas y las vacaciones, y lo que viene es el transcurso de un año largo y complicado. Es el mes en el que los presidentes empiezan a perder la alegre popularidad de los meses de noviembre y diciembre. Este año, Cristina Kirchner comenzó el declive mucho antes. Según varias encuestadoras, las mediciones de principios de febrero fueron pésimas para la Presidenta.
La simpatía social que la arropa es de alrededor del 30 por ciento. Su popularidad está (o estaba) en el umbral de lo políticamente tolerable. La mirada social sobre la política económica está en caída libre. El pesimismo de vastos sectores sociales es lo único que sobresale en esas mediciones. Faltan todavía las encuestas que se harán a principios de marzo, pero ningún encuestador estima que los números mejorarán. Podrían empeorar.
No son sólo los maestros. Ellos representan sólo la primera paritaria, que expresa una referencia, o un piso, de las próximas negociaciones salariales. Hugo Moyano ya dijo que pedirá un 30 por ciento de aumento para los gremios con salarios altos (como el suyo), con un adicional a establecer a fin de año y con la posibilidad, escrita o no, de reabrir las paritarias si la inflación no es controlada. Los camioneros no son los maestros; éstos tienen salarios mucho más bajos que los afiliados al sindicato de Moyano. Sin un amplio acuerdo social, que es lo que falta, es probable que hasta los gremios amigos terminen reclamando aumentos por encima del que proyecta el oficialismo.
El problema presidencial es que si consintiera aumentos superiores a la inflación se le caerá el plan de ajuste. La inflación volverá a crecer con fuerza y el dólar se disparará de nuevo. Tampoco ayuda que el Gobierno les esté pidiendo ingentes sacrificios a los trabajadores y a los empresarios, pero que no haga ningún esfuerzo para frenar el gasto público. De hecho, un gobierno insaciable termina llevándose los pesos que el Banco Central está aspirando del mercado.
La otra cara del conflicto es que la permanencia de la política de aumentos inferiores a la inflación sacará a los gremios a la calle. Marzo y abril serán, seguramente, meses de alta conflictividad social. A pesar de todo, por ahora están actuando las conducciones de los grandes gremios. Las comisiones internas de empresas, que responden más a izquierdas no peronistas, tienen luego posiciones más duras que los gremios.
El ajuste tiene todavía pendientes algunas medidas. Por ejemplo, los aumentos de las tarifas de los servicios públicos. Nadie sabe por qué no sucedieron aún. La Presidenta ya hizo el gasto político de anunciarlo, cuando dijo que los que compraban dólares no merecían estar subsidiados por el Estado. Preparó el escenario para que sus ministros anunciaran poco después las nuevas tarifas. Pero eso no pasó. Una versión oficial señala que la administración está esperando que se resuelvan las subas salariales para dar a conocer después los aumentos de los precios de los servicios públicos. Sería otra vuelta de tuerca sobre los salarios. Otras fuentes aseguran que el Gobierno sólo está esperando el momento ideal para dar la noticia. Nunca habrá un momento ideal para anunciar un aumento de tarifas.
El ajuste es todavía una discusión de teóricos. Salvo por la inflación, que ya ocupa casi el mismo lugar predominante que la inseguridad en la preocupación social, las consecuencias de enfriar la economía no llegaron a la sociedad. Es un proceso que siempre demora algunos meses.
Ni siquiera tuvo su efecto en la producción industrial la decisión del ministro de Economía de no autorizar la compra de dólares para los importadores. Axel Kicillof les adelantó que deberán buscar los dólares debajo del colchón si quieren importar porque que ese dinero no saldrá del Banco Central. No se trata de la importación de mermelada francesa o de zapatos brasileños. Son los insumos indispensables para que la industria argentina pueda producir.
La amenaza del ministro pone en riesgo, incluso, la joya productiva de la Presidenta: Tierra del Fuego, donde se arman las piezas importadas de productos tecnológicos. Los empresarios no gastarán sus dólares, que es lo que el ministro los presiona a hacer. Nadie hurga debajo del colchón en las actuales circunstancias. Podrían hacer dos cosas: parar la producción de las fábricas, con el consiguiente efecto de suspensiones y despidos de trabajadores, o comprar los dólares que necesitan en el mercado paralelo, que significará otra suba del dólar blue y del costo de vida.
Inflación muy alta, según las estadísticas de la propia administración. Tasas elevadísimas que hacen inviable el crédito. Los pesos que circulan van a parar al Banco Central o al Gobierno. Se terminó el festival de cuota con tarjetas de crédito. Al revés, algunos precios tienen ahora un recargo si la compra es con tarjeta de crédito, aunque sea en un solo pago. Inminente aumento de tarifas de servicios públicos. Es el manual ortodoxo de la economía. Es el mismo que la presidenta argentina vapuleó hasta en las reuniones del G-20, cuando les recomendaba a los principales países del mundo seguir el modelo argentino.
Ése es el contexto que envuelve la discusión salarial y que tiene a los maestros como la vanguardia de un conflicto perentorio. Es el resultado de haber ignorado durante demasiado tiempo los manuales y la historia de la economía. Hasta que llegó Kicillof y, tal vez, recordó una frase célebre de su admirado Keynes: "Con la economía se puede hacer cualquier cosa menos evitar las consecuencias".