La semana pasada parecía que todas las variables de la macroeconomía estaban dislocadas y que en cualquier momento podía suceder algo muy serio. El dólar blue y el oficial subían con prisa y sin pausa, y los precios, en especial los de los alimentos , aumentaban a razón de entre el 10 y el 20 por ciento. Es decir: la devaluación perpetrada por el superministro Axel Kicillof parecía estar empezando a hacer estragos y la atmósfera social, además, parecía indicar que sólo se trataba del principio y que enseguida llegaría algo peor. Mucho peor. Algo parecido a la hiperinflación de 1989 o la tremenda crisis económica y social de diciembre de 2001.
Elisa Carrió, como de costumbre, pronosticaba un futuro inmediato de terror. La vi el lunes 3 de febrero en el programa de Joaquín Morales Solá y, sinceramente, la diputada de UNEN me quitó el sueño. Si un extranjero que no conoce la Argentina la hubiera escuchado por primera vez, se habría convencido de que no iba a faltar mucho para que se viniera todo abajo. No es que no se puedan compartir sus denuncias contra los hechos de corrupción cometidos por los funcionarios de este gobierno. O su defensa irrestricta sobre el trabajo del fiscal José María Campagnoli. O aceptar como interesante la posibilidad de hacer alianza con Mauricio Macri para ganarle al peronismo. Pero Carrió esa noche planteó teorías horribles. Y además contradictorias. Una fue la existencia de un pacto en marcha, dentro del Partido Justicialista, para que la Presidenta no vaya a la cárcel cuando su gobierno termine. La otra, un supuesto intento de golpe, también por parte del peronismo, para apurar el final de la propia jefa del Estado. No fueron declaraciones felices. Ni oportunas. Luis Barrionuevo había estado, también la semana pasada, agitando el fantasma de la despedida anticipada. Y Jorge Yoma, desde la pura estridencia, y con escasa representatividad, convocaba, también al peronismo, a ponerle un límite a la Presidenta. "Digámosle hasta acá. Que haga lo que tiene que hacer o que se vaya", había sentenciado.
Los principales lenguaraces del Gobierno aprovecharon entonces para lanzar todo tipo de teorías conspirativas. Construcciones imaginarias de señores malos agazapados y acelerando la caída. Imaginaron a supermercadistas perversos remarcando precios sólo por el gusto de ver a Cristina fuera de juego. Falsas acusaciones contra los medios de comunicación, a los que acusaron de generar la sensación de desgobierno y falta de control. Es decir: el oficialismo tirando de la cuerda en sentido contrario, como buscando el argumento o la excusa que los exima de la responsabilidad de su mala praxis y las delirantes decisiones que vienen tomando desde la instalación del cepo cambiario. ¿Cuál de las dos Argentinas es la real? Esta semana, ninguna de las dos. Ni la que está por caer al precipicio antes de que empiecen las clases ni la Disneylandia que nos muestran Cristina Kirchner desde su cuenta de Twitter o Capitanich en sus conferencias de prensa.
Las subas de las tasas de interés en pesos y la presión a los bancos para privados y oficiales para que liquiden parte de sus dólares bajó la tensión en el mercado cambiario. El ex presidente del Banco Central Mario Blejer dijo que ambas medidas apuntaban en buena dirección. Y dio a entender que estaban sirviendo para anclar las expectativas sobre el precio del dólar blue y estabilizar la brecha sobre el dólar oficial. La fortísima devaluación todavía no se trasladó, de manera integral y masiva, a todos los precios. Pero los aumentos que ya tuvieron algunos de ellos son una de las razones por las que la mayoría está consumiendo cada vez menos.
El otro gran fantasma que se cierne sobre la economía real son las paritarias. El incremento salarial obtenido "a punta de pistola" por la policía de Córdoba primero y las de casi todos los distritos después era un antecedente explosivo. El 61% de aumento que pidió la Unión de Docentes Argentinos, un sindicato perteneciente a la CGT oficialista de Antonio Caló, enrarecía todavía más el panorama sombrío de Carrió, Barrionuevo y Yoma. Por eso la Presidenta debería agradecer a Scioli, a su ministra de Hacienda, Silvina Batakis, y a los ministros de Economía provinciales que se reunieron el lunes la estratégica movida de plantear un virtual techo a las paritarias del 25%. Incluso Néstor Grindetti, el ministro representante por la ciudad de Buenos Aires, fue todavía más "amarrete" y explicó: "Como nosotros no tenemos ayuda de la Nación, vamos a estar dos o tres puntitos más abajo, entre el 22 y el 23 por ciento". La Presidenta debería reconocerles semejante acto de responsabilidad. Y después rezar para que algunos gremios del sector privado se acomoden a esta nueva realidad.
Los analistas económicos y políticos no se ponen de acuerdo todavía. Unos sostienen que organizaciones como los camioneros no van a aceptar menos del 30%. Y otros aseguran que los dirigentes gremiales más veteranos ya probaron esta amarga medicina. "Cuando se den cuenta de que si piden aumentos de más del 30 por ciento, la variable de ajuste es el puesto de trabajo, van a tener que aflojar la presión, porque ni las bases los van a salir a bancar", me dijo un empresario de la industria automotriz, una de las más perjudicadas por el ajuste de Kicillof.
Los ministros de Economía de las provincias no sólo le están poniendo un límite a la aceleración de la altísima inflación. También les están enviando un mensaje a Cristina y a Kicillof: que dejen de emitir moneda a tontas y a locas, que bajen el gasto público por lo menos a la mitad, que no confundan gasto social con demagogia clientelista. E, incluso, los propios economistas "del palo" les reclaman que bajen el nivel de subsidios, que aumenten las tarifas a quienes pueden pagarlas y que dejen de distraerse con gastos tan innecesarios como el del Fútbol para Todos. Ahora que el equipo económico bebió un poco del brebaje de la realidad y se pegó un susto de marca mayor, sería bueno que dejara de acusar al resto del mundo y se pusiera a hacer los mismos deberes que sus colegas de la región. Acaban de conseguir una semana de gracia para, por fin, intentarlo. Cuánto antes empiecen, mejor. Porque nadie podría asegurar qué va a pasar con la economía, el dólar, los sueldos y la inflación la semana que viene. Eso sí: no vendan más la falsa idea de un proyecto nacional y popular con inclusión social, porque acaban de descerrajar un ajuste ortodoxo y de derecha. El reciente mísero aumento a los jubilados es sólo un botón de muestra del verdadero modelo. Y una cosa más: no insistan en la teoría de la conspiración para sacarlos del gobierno. No hay gobierno que pueda ser desplazado si antes no genera las condiciones para eso.