La matriz energética del país depende en un 50% del gas y en un 35% del petróleo. La producción de estos insumos estratégicos estuvo en crecimiento durante la mayor parte del siglo XX, y alcanzó a abastecer las necesidades internas y a exportar excedentes a partir de 1989. Sin embargo, hace 15 años la producción hidrocarburífera empezó a mostrar señales de estancamiento y entró desde mediados de los 2000 en una curva sostenida y cada vez más pronunciada de caída libre.

Durante 2013, la demanda de naftas, el principal combustible utilizado por los automotores particulares, se incrementó respecto al año anterior en un 8,35%. El gasoil, principal combustible utilizado por el transporte y el agro, aumentó un 0,27%. Sin embargo la demanda de gasoil para la generación eléctrica, ante la insuficiencia crónica del suministro del gas natural, se incrementa a un ritmo alarmante: 21% anual acumulativo en los últimos cuatro años.

De esta manera es lógico que se incrementen las importaciones de gas desde Bolivia o de destinos más lejanos, en forma de GNL (gas natural licuado) en barcos metaneros. La proyección de importaciones para este año, junto al resto de los combustibles, indica un valor cercano a los 13.000 millones de dólares, un 36% superior a las erogaciones del año anterior, según informó el diario El Tribuno de Salta.

A pesar de la suba de los precios de los combustibles, la Argentina se permite “disfrutar” de las tarifas consideradas entre las más bajas de América del Sur. Es por eso que el ministro de Planificación Federal, Julio De Vido, garantizó que los precios de los combustibles en el país seguirán siendo “los más baratos de Sudamérica”.

“Los combustibles en la Argentina son los más baratos en Sudamérica. Subió el precio, pero son los más baratos. Están prácticamente por debajo de cualquiera de los países de la región, salvo Bolivia y Venezuela”, remarcó De Vido en diálogo con el canal de noticias RT, de los Estados Unidos.