La publicación de un estudio sobre buenas prácticas agrícolas, aportado por una valorada empresa privada, suma esfuerzos a favor de un crecimiento de la productividad del campo argentino, reiteradamente desconocido por decisiones intervencionistas y populistas del gobierno nacional.
La tecnología aplicada a los cultivos agrícolas, que irrumpió abruptamente entre 20 y 30 años atrás, no cesa de proveer instrumentos que abren nuevos rumbos, conducentes a mayores aplicaciones más productivas y competitivas. Su origen en gran proporción se encuentra en los Estados Unidos, sin perjuicio de otras contribuciones europeas y también de nuestro país.
Recientemente se ha conocido una interesante descripción de cinco grupos de tecnologías, denominadas buenas prácticas agrícolas, provenientes de las áreas de investigación y desarrollo de la empresa Nidera, cuya dirección técnica ejerce el ingeniero agrónomo Fernando Vilella. Un primer grupo de prácticas se refiere a la conveniencia de evitar el laboreo constante del suelo, con presencia de una cobertura permanente del cultivo y del propio rastrojo. Esta práctica da lugar a nueve efectos positivos, entre los que se cuentan una menor erosión del suelo, una mayor actividad biológica y mayor fertilidad, menor costo de producción en parte por menor uso de combustible y menores costos de producción con aumento del rendimiento y su estabilidad.
Un segundo grupo se refiere a la rotación de los cultivos, tema tan enfáticamente recomendado por Manuel Belgrano en sus escritos sobre temas rurales. Mejora las condiciones, físicas, químicas y biológicas del suelo, permite la diversificación de riesgos de los cultivos, el uso balanceado de los nutrientes y un mejor uso de los recursos financieros de la empresa rural.
El tercer grupo se refiere al manejo de las plagas, sean malezas, enfermedades o plagas en general, para reducir los efectos fitosanitarios, considerando elementos económicos como sociales y ambientales. Ya no se habla de eliminar una plaga, sino de mantenerla debajo del daño económico.
El cuarto grupo se refiere a un manejo eficiente y responsable de los agroquímicos, un tema de frecuente preocupación de esta columna editorial, lo cual exige una elección adecuada de los productos tóxicos por utilizar, su mayor selectividad que permita controlar la plaga sin afectar a otras especies. Se agrega a ello una aplicación responsable, que cumple con los reglamentos existentes y los intervalos necesarios entre la aplicación y la cosecha, para cuidar la salud de los trabajadores, almacenar y transportar los productos en formas seguras, así como también sus envases y residuos.
El último grupo de tecnologías, denominado Nutrición estratégica, se asocia con un programa que contemple no solamente la calidad de los fertilizantes, sino también los requerimientos de cada cultivo, así como también sus consecuencias ambientales. La salud química del suelo debe ser mantenida o recuperada, lo cual exige el análisis de los suelos.
La Argentina aplica en una importante proporción las tecnologías aquí expresadas. Lo ha hecho y lo sigue haciendo por conducto de Aapresid, a tal punto que el 90% del área cultivada con granos reconoce como pilar del sistema de conservación de suelos la labranza mínima, con el aporte del rastrojo, condición inapelable para conservar el suelo, retener el agua de las lluvias, facilitar su penetración y disminuir su evaporación. Se cuenta en esta indispensable misión con el INTA y con los grupos CREA. Cabe expresar que el trabajo comentado posee el mérito de contribuir a explicar de modo breve y simple las razones por las cuales conviene la adopción de las prácticas analizadas.