El ingreso de Kicillof al ministerio de Economía asegura, en gran medida, la puesta en práctica de mayores políticas económicas, con un incremento en el grado de intervención estatal en los mercados.
Admirador de Keynes, no parece que él se atemorice frente a cualquier propuesta de aumento del gasto público para incentivar la demanda. Se trata de una actitud que podría incrementar más adelante la tasa de inflación.
Tampoco, podría decirse que vaya a dejar de lado las tradicionales estrategias de desdoblamiento del mercado cambiario, algo que contaría con el apoyo del jefe de gabinete Capitanich.
En cuanto a las reservas, ambos son conscientes de la gravedad de la situación. Las reservas del Banco Central han evolucionado en caída libre desde fines del año pasado. Concretamente, bajaron más de un 25% desde fines de diciembre del 2012. Hoy apenas -aún con los artilugios practicados por las autoridades- rozan la cifra de 30.000 millones de dólares.
Como sabemos el nivel de reservas es un recurso estratégico vital, pues el Gobierno las requiere para cancelar sus deudas en divisas, para afrontar la enorme brecha energética y para apaciguar el mercado de cambios a fin de imposibilitar una devaluación acentuada de nuestra pobre moneda.
Se supone que la autoridad del Banco Central se dispone a imprimir un ritmo de depreciación del peso más elevado. Es posible que la tasa pase a ser de aproximadamente un 45% al año. Entonces, no deberíamos extrañarnos si para fin de año el dólar oficial se acerca a $6,50. Quizás algo menos, pero no mucho…
Con esta medida, siempre y cuando el mercado confíe en las autoridades, se apuntaría a achicar la diferencia entre lo que se ha dado en llamar el dólar blue y el dólar oficial. En este caso, la confianza en el programa económico –una vez anunciado- es vital.
Pero para revertir la caída en las reservas es probable que se aplique una política de desdoblamiento cambiario.
Para ello, en primer lugar acentuaría las actuales restricciones para la utilización de tarjetas de crédito en el exterior. No olvidemos que viajar al exterior está premiado por la actual política económica, de tal forma que el consumo de los argentinos en el exterior es uno de los principales factores que afectan la balanza comercial.
En segundo lugar, es factible que se disponga de un tipo de cambio más elevado para las importaciones. Un dólar más caro en las importaciones, castigaría la entrada de bienes y servicios del exterior, al tiempo que mejoraría la cuenta corriente de la balanza comercial. Claro que tal medida no es neutra, en términos de producción, pues afecta el precio de todos los insumos del exterior. Además un dólar más elevado para las importaciones podría elevar la tasa de inflación.
A esta altura de la página, ustedes se estarán preguntando qué tiene que ver lo analizado con los granos…
La verdad es que la respuesta no deja lugar a dudas. Como los granos se exportan, el tipo de cambio pasará a quedar más retrasado en términos relativos. En suma, los ingresos de los productores desde un punto de vista relativo pasarían a reducirse.
Así, los insumos importados subirían de precio, entre ellos los combustibles. Porque el campo exportaría con un dólar bajo -y con derechos de exportación- e importaría, para cumplir sus necesidades productivas, con un dólar más elevado.
Y si no se logra generar un adecuado marco de confianza, las políticas pueden derivar en mayor inflación.
Lo urgente hoy para las autoridades se concentra en revertir la tendencia negativa en el nivel de reservas. Los nuevos aires en el gobierno nacional podrían traer cambios relativamente positivos, pero con muchísimos interrogantes para lo no tan inmediato.
Y justo es decirlo, los cambios por venir no parecen destinados a favorecer la producción de granos. Porque lo que gravita es el corto plazo; en el largo plazo –dirían- estamos todos muertos…