Y lo empacharon de poder. Es decir, Néstor Kirchner y Cristina. Cometeríamos un serio error si entendiéramos su partida como un cambio de la política económica o el estilo prepotente que impusieron el ex presidente y la Presidenta, en especial, desde 2006 hasta ahora, cuando decidieron dinamitar el Indec y manipular las estadísticas oficiales. En vez de aliviarnos, deberíamos estar muy atentos a las denuncias contra el ex supersecretario por abuso de poder y la sospechosa compra, con información privilegiada, de cupones atados al PBI que el Estado paga en dólares y cuyo valor depende de los datos que publica el Indec. Eso será más importante que la repetición de las anécdotas de color, el consabido "acá no se vota", la amenaza de cortarle el cuello a Martín Lousteau o el llaverito donde calificó a Sergio Massa de boludo.
Moreno fue un violador serial de leyes, maltratador de trabajadores del Indec, destructor de la cadena alimenticia de la carne y del trigo y coinventor del cepo cambiario. Pero fue, sobre todo, un soldado de Néstor y Cristina. Y la Cristina que apareció de blanco en el cortometraje de alto impacto que filmó Florencia, su hija, tampoco es otra. Es verdad que su dolencia la impactó. Que, una vez más, estuvo cerca de la muerte y se asustó. Pero no regresó transformada. Se trata de la misma presidenta que protagoniza los mismos juegos de marketing que inauguró tras la muerte de su marido, cuando utilizó, por primera vez, poco más de tres minutos para hablarles a los argentinos de su dolor y no de sus decisiones políticas. Aquella intervención, su brevísimo discurso de profunda tristeza, fue el primer hecho político que terminó en el histórico triunfo del 54% de los votos y con la oposicióngrogui, paralizada, sin decidirse a criticarla a fondo ni imponer una agenda alternativa.
Ahora, mientras los analistas tradicionales se horrorizan por la aparición del pingüino de peluche y de Simón, el perrito bolivariano que le regaló el hermano de Hugo Chávez, el cristinismo derrotado avanza en el Congreso a paso redoblado para imponer un Código Civil que, entre otras cosas, protege a los funcionarios corruptos y la emprende contra los pobres, que no podrán resarcirse del daño que les provoquen. Es decir: algo muy parecido a lo que pasó después de la derrota del oficialismo en las legislativas de 2009. Mientras nos distraemos, se dieron a conocer las declaraciones juradas de la Presidenta y sus ministros en su versión más acotada y oscura: ya no aparecen ni los bienes de los hijos, ni el porcentaje de las acciones que tienen en diversos negocios privados, ni los resúmenes de las inversiones de los plazos fijos ni los gastos de tarjeta de crédito. Sólo la cifra total y su evolución de un año al otro, con la falsa excusa de que se debe proteger la vida privada del funcionario y sus familiares más cercanos. Es decir: un escándalo ocultado por otros ruidos.
¿Estamos ante una nueva y potenciada versión del rush que protagonizaron Néstor y Cristina después de su primera derrota electoral y que hizo casi desaparecer a la oposición como por arte de magia? La respuesta automática es suponer que no, porque la Presidenta ya no tiene chances de ser reelecta. Además, lo que está pasando con la economía no tiene nada que ver con el repunte que se registró desde fines de 2009. Sin embargo, ¿habría que dar por descartada, de manera definitiva, el reinicio de la ruidosa pelea contra el Grupo Clarín para recuperar la iniciativa política mientras patean hacia adelante la bomba de tiempo del cepo cambiario y la enorme distorsión de los precios relativos de la economía?
El mismo día en que se anunció la renuncia de Moreno, la Presidenta recibió en Olivos al responsable de la Afsca, Martín Sabbatella. Quería escuchar, en detalle, los alcances del plan de adecuación del Grupo Clarín y de la compra, por parte de David Martínez, del paquete accionario que le permitirá tomar decisiones en Telecom. En el gabinete algunos piensan que con la aceptación del plan presentado por el multimedios se volvió a la situación previa a la aprobación de la ley. "¿Estuvimos todo este tiempo hablando de la madre de todas las batallas para terminar así?", se preguntó alguien muy cercano al desahuciado Juan Manuel Abal Medina. Los más desconfiados, como el vicepresidente Amado Boudou, suponen que existe un pacto o una tregua entre el Gobierno y el Grupo Clarín, y que el garante es el secretario de Legal y Técnica, el presidente sin votos y en la sombra, Carlos Zannini. ¿Se quedará la Presidenta de brazos cruzados, atrapada entre la letra chica de la ley de medios, o volverá a su original intento de desguazar a Clarín sea como fuere?
Tampoco habría que hacerse demasiadas ilusiones con el nuevo jefe de Gabinete ni con el nuevo ministro de Economía. Es verdad que Jorge Capitanich es un economista de perfil conservador y que no cree en la excesiva intervención del mercado. También es verdad que tiene peso político propio. Pero es más cierto todavía que los últimos escalones de su carrera política los construyó con el mismo estilo de Abal Medina: sobreactuando su lealtad absoluta a la Presidenta. Capitanich fue el primer gobernador que convalidó la pesificación pagando una deuda en dólares con moneda nacional. Es notable el esfuerzo que hace para poner sus pensamientos en sintonía con los de la jefa del Estado.
Con la misma vara se puede medir a Axel Kicillof. Es un dato importante que se trate del primer ministro de Economía con vuelo propio después de Roberto Lavagna. Crea expectativa que se haya sacado a Moreno de encima. Genera curiosidad cómo va a manejar la cartera el primer ministro que se reconoce abiertamente marxista y de izquierda, cuando la mayoría de los argentinos manejan su economía con un acendrado sesgo capitalista e individualista. Pero si se analizan los resultados concretos de su gestión como viceministro, los primeros datos que surgen son las amenazas con hacer desaparecer a Techint, la reivindicación de cómo se estatizó YPF sin reconocer el pésimo manejo de la empresa por parte del Gobierno, y los resultados negativos de todas las empresas del Estado sobre las que Kicillof decide. Es decir: algo parecido a lo que venía haciendo Moreno, aunque un poco menos estridente. Todo se mueve demasiado, pero nada parece cambiar de verdad.