Se va del escenario central del kirchnerismo el artífice de seis años de mentiras mensuales que se publicaban desde el Indec como oficiales y que terminaron por sacar al país del mundo de los negocios. Se va el bravucón estatal que se paseaba por la Plaza de Mayo con matones a sueldo. Se va el encargado de ejecutar uno de los pilares de la gestión de Néstor y Cristina Kirchner: infundir miedo, agredir y someter al empresariado argentino.

Desde su cargo de secretario de Comercio Interior hizo de todo. Maltrató a cuanto empresario se paró en su despacho; vapuleó al campo y a quienes apoyaron aquella movilización de 2008; intervino compañías y negoció precios con supermercados argentinos, franceses, chinos, norteamericanos o chilenos. Demandó sin piedad a quienes lo enfrentaron y perdió -también sin piedad- en cada uno de los casos judiciales que inició. Militó, gritó y no escuchó ninguna voz excepto la de sus jefes: Néstor y Cristina. Prohibió exportar carnes; exigió renuncias de ejecutivos; gobernó los precios de todos los sectores posibles; manejó la crisis energética y les apagó los hornos a las empresas que gastaban mucho gas. Repartió guantes de boxeo en una asamblea de Papel Prensa y viajó a Angola en un avión empapelado con cotillón anti-Clarín, rodeado de un centenar de empresarios que festejaron el cotillón mediático del funcionario.

Administró el nivel de los diques; pugnó por la construcción de una refinería de petróleo; ilusionó a miles de inquilinos con créditos hipotecarios para que pudieran convertirse en dueños; bregó por la instalación de puestos de ropa barata en los shoppings y se trenzó con el campo. Intervino el mercado cambiario para los ahorristas y pugnó para que llegaran dólares al país sin importar si fueron originados en el delito o en el trabajo.

Pero hubo una obra con la que coronó su trabajo. El soldado más osado del kirchnerismo en el mundo económico obedeció sin dudar cuando bajó la orden de la Casa Rosada: intervino el Indec, desplazó a empujones a empleados de carrera, trajo su tropa y mintió una vez por mes cada vez que se publicaron las estadísticas de la inflación.

Fue en el anterior cargo de secretario de Comunicaciones -que ejerció desde que asumió Néstor Kirchner hasta que su jefe político lo nombró en la Secretaría de Comercio Interior- cuando los empresarios empezaron a conocer sus particulares formas. "Les voy a explicar una cosa: esta nueva gestión se va a manejar con pelotas y el que tiene las pelotas más grandes soy yo. ¿Me escucharon?", gritó Moreno frente a tres ejecutivos de una firma de telecomunicaciones.

En aquellos años, en Canadá y sin licitación, alquiló por 2,1 millones de dólares el satélite Anik E2, un aparato que daba vueltas alrededor de la Tierra desde 1991. Nunca funcionó, pero igual lo bautizó Pueblo Peronista (PP) Sat 1, en honor a la unidad básica que fundó en Las Cañitas, en Belgrano.

El "Napia", economista y ferretero, obediente como pocos, fue un cruzado que no admitía la disidencia. Ni siquiera la propia. "Soy un soldado", repitió hasta cansarse mientras obedecía cada uno de los pedidos de los Kirchner.

Rodeado de cotillón sacro, Moreno intentó crear una realidad paralela en un mundo que está gobernado por la oferta y la demanda. Jamás creyó en los mercados, aunque confía en que se debe usar el poder del Estado para equilibrar la economía. Y así lo hizo.

Su pelea con el campo lo cegó. Confeccionó listas de precios máximos de la carne y los controló el Mercado de Liniers. En 2012, la Argentina, históricamente uno de los mayores abastecedores de carne vacuna del mundo fue, de los cuatro socios originales del Mercosur, el que menos carne exportó, por detrás de Brasil, Uruguay y Paraguay. Metió mano en el mercado del trigo y, con el paso de los años, ,cada vez se siembra menos cereal, se elabora menos harina y el precio del pan no deja de subir.

Compuso un personaje que poco tenía que ver con aquel joven economista que fue funcionario del ex intendente porteño Carlos Grosso. "Si hace frío, pone el aire acondicionado del despacho al mínimo para que su interlocutor esté incómodo. Y si hace calor, al revés: lo hace transpirar", contó una fuente que lo conoce de cerca.

Pero hubo una tarea a la que se dedicó con paciencia: fue el encargado de pisar los precios de servicios públicos, combustibles o productos de consumo masivo. Así logró depreciar muchos activos y propiciar así la llegada de empresarios amigos en busca de saldos de ocasión.

Más allá de los fracasos, la intervención del Indec fue el trofeo que ofrendó a sus jefes. "El ahorro que Moreno hizo al fisco es importante. Por cada punto de dibujo en el índice de inflación, el Estado deja de pagar cerca de US$ 300 millones que le correspondería pagar por los títulos indexados por CER. Póngale el porcentaje que quiera a la inflación; digamos 10 puntos más por año. Hay un ahorro anual de US$ 3000 millones de dólares. ¿Le parece poco? -se preguntó un economista cercano a Moreno. Y luego finalizó-. Ahí tiene la verdadera razón de la intervención del Indec. Y la fidelidad de los Kirchner".