A partir del lunes la novedad será la vuelta de la presidente al ejercicio de sus funciones. Todavía no sabemos cuánto trabajo podrá absorber, pero lo que sí sabemos es que Cristina Fernández de Kirchner tendría que tener un dominio absoluto de sus nervios porque el lío económico que la espera es el mismo que dejó pero más grande, solo por el transcurso del tiempo.
Mi visión es que la economía argentina tiene por delante dos grandes problemas. Uno, el de solucionar la cuestión estrictamente económica. Déficit fiscal, inflación, distorsión de precios relativos, tipo de cambio real, etc. El otro es la política económica de largo plazo. Dicho en otras palabras, uno podría suponer que alguien asume el costo político de corregir la distorsión de precios relativos mediante una llamarada inflacionaria para licuar el gasto público en términos reales y bajar los salarios para contraer el consumo, pero sin hacer reformas de fondos.
Algo tipo 2002, para volver a las andadas populistas luego de la llamarada inflacionaria. La otra opción es la de cambiar por completo la política económica apuntando a crear las condiciones necesarias para atraer inversiones, incrementar la productividad de la economía, generar más demanda de trabajo y así comenzar un ciclo de crecimiento de largo plazo.
Pero claro, esas condiciones necesarias para atraer inversiones requieren de algo que he repetido hasta el hartazgo: calidad institucional. Me refiero a las reglas de juego, códigos, leyes, normas, costumbres que regulan las relaciones entre los particulares y de éstos con el Estado.
Lo que hoy tenemos es un sistema de saqueo generalizado. El Estado es el gran saqueador que luego decide a quien le da parte del botín. Es el que, a su antojo reparte el botín del saqueo. Pero ojo, esto no es nuevo en Argentina. Nuestra larga decadencia tiene como germen esta “cultura” por la cual todos pretenden vivir a costa del trabajo ajeno y usan el monopolio de la fuerza del Estado para que saquee a otros y luego les transfiera a ellos parte del botín.
La diferencia con los gobiernos anteriores, emulando a Durán Barba, es que los Kirchner han sido “espectaculares” porque han llevado esta cultura del saqueo a niveles insospechados.
¿Qué quiero decir con la cultura del saqueo? No me refiero solamente a la legión de gente que recibe los llamados planes sociales y se siente con derecho a ser mantenidos por el resto de la sociedad, también a que buena parte de la dirigencia empresarial local (de capitales argentinos y extranjeros) pretenden parte del botín pidiendo proteccionismo, créditos subsidiados y otros privilegios que les evite competir. Quieren un mercado cautivo para vender productos de mala calidad y a precios que no podrían cobrar en condiciones de una economía abierta, para obtener utilidades extraordinarias.
Sectores profesionales que actúan como corporaciones, dirigentes políticos, sindicales, etc. pretende también vivir de ese saqueo generalizado.
La política económica que impera en nuestro país se basa en esta regla por la cual diferentes sectores recurren al Estado para que éste, utilizando el monopolio de la fuerza, le quite a otro para darles a ellos. Es todos contra todos. Una sociedad que vive en permanente conflicto social porque el que es saqueado por el Estado pide algo a cambio y, entonces, el Estado saquea a un tercero para conformarlo y ese tercero protesta y el Estado saquea a un cuarto sector para conformar al tercero y así sucesivamente. Claro que los que menos poder de lobby tienen son los perdedores de este modelo de saqueo generalizado.
Con este esquema de saqueo generalizado el país no puede nunca crecer en base a inversiones porque nadie invierte para ser saqueado. En todo caso hace un simulacro de inversión para luego saquear a otro. Pero inversiones en serio, aquellas que tratan de conseguir el favor del consumidor son mínimas. Es más, casi tienden a cero. En consecuencia, no tenemos un sistema de cooperación voluntaria y pacífica por la cual un sector solo puede progresar si hace progresar a sus semejantes produciendo algún bien que la gente necesite, a precio y calidad competitivo. Por el contrario, tenemos un sistema de destrucción de riqueza. De destrozo del sistema productivo. Y eso se traduce en menos bienes para ser saqueados y repartidos. Cuanto más saquee el
Estado, menos se produce, menor es el botín a repartir y mayor la conflictividad social.
Es en este punto cuando la gente empieza a ver al Estado, el saqueador, como ineficiente y deja de recibir el apoyo en las urnas. Obviamente que la duración del saqueo puede durar más o menos tiempo dependiendo de factores exógenos a las reglas de juego. Ejemplo, el aumento del precio de la soja que se produce a partir de mediados de 2002 dio lugar a que el saqueo pudiera durar más tiempo.
De lo anterior se desprende que no me preocupa tanto el lío de precios relativos que ha dejado el kirchnerismo, aunque no es un tema menor. Lo que más me preocupa es si luego de la próxima crisis cambiará esta cultura del saqueo generalizado o la gente buscará a otro saqueador en reemplazo del actual creyendo que el problema no está en la cultura del saqueo sino en la eficiencia del saqueador.
Las recurrentes crisis económicas argentinas son el fruto de esta cultura del saqueo. Cuando se acaba el botín viene la crisis y empezamos de nuevo, pero no cambiamos la cultura de fondo.
Por eso, no sé si ante la crisis económica que ya olemos y se avecina, hemos entendido que para poder crecer en serio la gente tiene que vivir de su propio trabajo y el empresario de su riesgo buscando el favor del consumidor. Cuando entendamos que este modelo de saqueo generalizado nos lleva a la destrucción como país, entonces podremos empezar a confiar que Argentina tiene un futuro de progreso.
Fuente: Economía para Todos