Soplan vientos de cambio en el agro argentino. Tras varios años de un enorme crecimiento productivo basado en el paradigma tecnológico de la siembra directa y la soja resistente al glifosato, los campos dan muestras de que ese crédito se está agotando y de que son necesarios unos cuantos ajustes en el sistema.
Con la mira puesta en los próximos años, Clarín Rural dialogó con productores y técnicos de diferentes zonas del país para saber cuáles son hoy las principales encrucijadas y qué variables habrá que corregir en las campañas que vienen. Las malezas resistentes y la baja reposición de nutrientes y materia orgánica son señales de alerta, el esquema de arrendamientos a corto plazo aparece como un problema a combatir, y un profundo cambio cultural parece ser necesario en todos los actores del agro para que la palabra sustentabilidad no termine de vaciarse de significado.
Germán Fogante, productor con base en Marcos Juárez, en el sudeste cordobés, dice que el desafío de los próximos diez años es mejorar el ambiente para poder expresar todo el avance en genética y biotecnología, pero que antes hay que superar escollos que ya se están haciendo sentir en el campo.
“Preparar ambientes productivos adecuados nos dará la posibilidad de expresar la productividad, pero tenemos varias vallas que sortear. Por ejemplo, el problema de malezas resistentes o altamente tolerantes, o el cambio de la flora hacia malezas que no estaban contempladas hasta hace cinco años”, dice. Para el productor cordobés, el estándar productivo de los últimos quince años está dando un viraje importante. “En el tema malezas, pasamos de un proceso de multi principios activos a focalizarnos en una estrategia de un único principio activo que nos solucionó muchos problemas, y ahora estamos haciendo el camino inverso”, dice Fogante.
Mauricio Davidovich produce en Entre Ríos y cerca de la localidad de Chivilcoy, en Buenos Aires, y coincide con Fogante al poner a las malezas resistentes en el centro de la escena. “El problema está creciendo mucho en todo el mundo, no solo en la Argentina. La rotación de principios activos, no solo como molécula en sí sino en cuanto al sitio de acción sobre la planta, es lo más importante que tenemos que trabajar”, dice.
Otro que alerta sobre el problema es el chaqueño Leonardo Capitanich, que es algodonero pero también hace algo de girasol, trigo, maíz, sorgo y soja, cultivo que desplazó al algodón en gran parte de su provincia. “El tema de las malezas es fundamental, nos quita mucha producción. Como en estos años nos confiamos demasiado con el glifosato, ahora necesitamos nuevas fórmulas. Estamos volviendo a usar productos que se ocupaban hace años. Tratamos de balancear entre el costo y el beneficio”, afirma.
Mientras tanto, la biotecnología sigue avanzando y ya está en el país la soja tolerante a insectos lepidópteros. Con la experiencia reciente de los efectos colaterales de un uso reiterado del glifosato, cabe preguntarse si los productores serán suficientemente responsables como para evitar que en pocos años los insectos desarrollen resistencia a esta nueva tecnología, generando un problema similar al actual.
“Claro que en los próximos años puede haber problemas de insectos resistentes a los materiales Bt. Por eso, la promoción de los refugios es una necesidad real. Potencialmente se puede generar exactamente lo mismo que con las malezas resistentes. Estamos hablando de biología, de seres vivos que tienen la capacidad de mutar por la supervivencia de la especie”, dice Fogante, y remarca que las cuestiones de cuidado sobre la tecnología por parte de los usuarios son fundamentales. “Si se adoptan tecnologías en forma masiva e inescrupulosa, no me caben dudas de que esto puede suceder. Todos debemos ser conscientes de utilizar los refugios, rotar cultivos, no abusar de una sola tecnología. Creo que hay que poner en la balanza las nuevas herramientas tecnológicas y pesarlas en su real dimensión, teniendo en cuenta la cuestión ambiental”.
En este sentido, Davidovich dice que la soja Bt (resistente a lepidópteros) es una muy buena alternativa, pero que no hay que dejar de cuidar el medio ambiente. “Utilizar moléculas de nuevas generaciones en lo que es insecticidas y herbicidas, tratar de que sean banda verde, con un amplio espectro de insectos a combatir y con un período de carencia que no nos haga repetir aplicaciones”, explica. Y agrega: “El mayor desafío es la sustentabilidad. La rotación de cultivos, manejar bien el balance de nutrientes y, a través de la siembra directa y nuevas tecnologías que irán apareciendo, manejar muy bien la economía del agua para tener mejores rendimientos”.
Por su parte, Gastón Gaydou, productor de la localidad de Jovita, en el sur de Córdoba, relaciona el problema de la sustentabilidad con el sistema actual de arrendamientos, y abre un nuevo campo de discusión. “Yo siembro campos propios con un manejo a largo plazo tanto en malezas como en fertilización, por lo que hasta ahora no tuve grandes problemas de resistencia o de deficiencia de nutrientes. Pero el 60% de nuestra superficie está bajo arrendamiento, y ahí si hay un problema porque se llega tarde con los controles. Así es como se genera el problema de las malezas resistentes, porque hay que verlas y pegarles en el momento justo”, asegura Gaydou. Y agrega: “Si no hay una política de alquileres a largo plazo, con manejos más integrados de la fertilización -porque hoy se hace minería- y de su manejo de malezas, los problemas persistirán”.
Pero más allá de lo ambiental, el principal desafío que el cordobés ve para los próximos años es económico: mantenerse en el sistema. “Tuvimos una etapa muy buena pero ahora la rentabilidad se achicó muchísimo. En mi zona tocaron un par de años climáticos bastante malos y yo bajé varios cambios en cuanto a la inversión en tecnología. Hoy prefiero tener menor rendimiento, menor rentabilidad pero con menor inversión y menor riesgo”, dice Gaydou.
Laura Caravaca, de Tucumán, está de acuerdo con Gaydou en que la política de arrendamientos a corto plazo no colabora con la solución de los problemas agronómicos. “Si uno toma un campo en arrendamiento por un año, ¿qué perspectivas de manejo puede tener? Pero si uno tiene un arrendamiento de largo plazo lo ve casi como un campo propio”, dice Caravaca.
En tanto, Juan Radrizzani, asesor del CREA Arroyo del Medio, cerca de Pergamino, en plena zona núcleo, dice que el campo alquilado dejó de ser negocio. “Hay que ver cómo se sigue produciendo en esas tierras que dejaron los inquilinos. Está el riesgo de que se trabaje con menos tecnología y más necesidades financieras. Hoy estamos lejos de producir con esquemas sustentables”, asegura. Y Santiago Rodríguez, asesor del CREA Teodelina, en el sur de Santa Fe, lo avala. “Se agotó el modelo de hacer agricultura en campos alquilados sin continuidad, donde no se puede rotar, incorporar gramíneas y apostar a buenos rendimientos con sustentabilidad”, afirma.
Rodríguez dice que el nuevo modelo es crecer de forma vertical, apostarle más al campo propio con mucha más información y tecnología para mejorar los niveles de carbono en el suelo, haciendo rotaciones más intensivas. “Para esto hay que estar afianzado en lo técnico y en la gestión”, dice el técnico santafesino.
En este contexto, las rotaciones tendrán un fuerte protagonismo. Radrizzani advierte que hoy, sobre siete hectáreas de soja se hace una de maíz. “Las rotaciones de tercios o 50/50 no existen más. El aporte de materia seca al sistema está lejos del ideal, y todo pasa por la incertidumbre del mercado. Si tuviéramos mercados normales, en nuestra zona tendríamos rotaciones de tercios de soja, maíz y trigo, e incluso algo de arveja”, dice.
En el NOA, donde anualmente aparecen nuevas problemáticas en los cultivos, tampoco se está haciendo la rotación que se debería hacer. Allí, como explica Caravaca, la soja es la reina y el maíz es el primer ministro. “Para hacer soja necesito maíz, pero durante mucho tiempo el maíz no tuvo precio. Ahora se está tomando más consciencia y el área del cereal creció pero no lo suficiente. El desafío está en lograr una rotación de mínimo el 30% o hasta el 50% de maíz para que sea sustentable”, dice Caravaca.
Para la productora de Tucumán, la clave de los próximos años será tener gente capacitada, que esté acorde a las necesidades de cada situación. “Se va a requerir una mayor profesionalización. Se necesita gente proactiva, que esté aceptando el desafío, adaptándose al cambio, buscando herramientas”, remarca.
Una nueva modalidad de arrendamientos, tecnologías realmente amigables con el ecosistema, manejos más precisos, mayor uso de la información disponible y gente más capacitada. La agricultura se vuelve, inevitablemente, cada vez más compleja.
Los desafíos de los próximos años son muchos e involucran a los productores, las empresas de insumos y a un Estado que debe regular sin escatimar en recursos. Todos los actores deberán trabajar juntos porque lo que está en juego es el alimento y el medio ambiente, y ahí no queda margen para las especulaciones.