La confianza y el entusiasmo son insumos básicos para lograr el éxito en cualquier actividad, y potenciados con inteligencia pueden ser el trampolín para alcanzar un desarrollo duradero. Eso pensó Enrique Langdon, un productor mixto con campo en Roque Pérez, en plena cuenca del Salado, que durante los poco rentables años noventa decidió sumar los servicios de pulverización a su empresa agrícolo-ganadera, incorporando a su empleado, Marcelo Gracioso, como socio en la explotación.
Langdon puso el capital y el planeamiento estratégico, mientras que Gracioso aportó el trabajo y el contacto con la gente de la zona. Juntos lograron tener un flujo de caja más estable para aguantar las épocas difíciles del campo.
Hoy tienen tres pulverizadoras de última tecnología, hacen rollos de alfalfa para vender y continúan con las actividades de cría y agricultura en campos propios y alquilados. En medio del campo, contaron a Clarín Rural más detalles de esta historia.
Langdon es contador y vive en Buenos Aires, pero tiene un fuerte vínculo sentimental con el campo porque pasó gran parte de su infancia en una estancia en Rancul, La Pampa, propiedad de su abuelo. Por eso, en cuanto reunió algo de dinero por su trabajo no dudó en comprarse 150 hectáreas en la localidad bonaerense de Roque Pérez. Era el año 1984 y comenzaba a dar sus primeros pasos en la producción.
“Para mí, el campo siempre estuvo muy vinculado a la hacienda; por eso la mantengo hasta el día de hoy”, dice. Por las características de la zona, Langdon siempre hizo cría, y, en los lotes más altos, algo de agricultura.
Pero esa primera etapa no fue fácil. Por sus obligaciones en la ciudad, Langdon no tenía el tiempo suficiente para dedicarse al campo, y tampoco contaba con una persona capacitada en la que pudiera confiar el trabajo. Recién tras un par de años de intentos dió en la tecla al contratar a un jóven de apenas 23 años que vivía junto a su familia en el campo vecino, donde se había criado. Era Marcelo Gracioso, quien hoy, 27 años después, es junto a Langdon uno de los directores de una empresa sólida, que creció y se diversificó. Claro que en el camino tuvieron que superar juntos varios desafíos.
Los años noventa fueron un momento crítico en el que por la baja rentabilidad que tenía el campo Langdon se vio obligado a tomar una decisión que movió el rumbo de la empresa.
“Era muy difícil mantener toda la estructura de gastos, y además yo estaba a la distancia y con poco tiempo para dedicarle por mi propia actividad profesional. Necesitaba que alguien resolviera los temas de operación y que habláramos solo las cuestiones más importantes”, recuerda el contador y productor.
Entonces le propuso a Gracioso un nuevo esquema: dejar de ser empleado y pasar a ser socio en la empresa, incorporando a su vez una actividad de servicios. “Por mi experiencia sabía que los servicios son más fáciles de agrandar y achicar según el contexto de demanda. Además, nos daría un flujo de caja más periódico, porque sino, solo nos entraba plata cuando vendíamos los terneros y cuando vendíamos la cosecha”, explica Langdon.
Mientras posa para la foto junto a sus vacas, Gracioso cuenta que cuando recibió la propuesta no durmió durante varios días por los nervios que le generaba tomar una decisión así, pero que finalmente aceptó el desafío. Tras analizar el mercado, los socios decidieron comenzar a brindar servicios de pulverización. Langdon compró la primera máquina, una Metalfor para lotes chicos, y Gracioso aportó el trabajo y la vinculación con muchos clientes.
“La familia de Marcelo es muy conocida en esta zona, y el buen concepto que la gente tiene de ellos es uno de los capitales con los que cuenta nuestra empresa”, dice Langdon, y agrega: “Sin plata no lo hubiéramos podido hacer, pero sin una persona capacitada y honesta que haga el trabajo, tampoco. Esta es una sociedad capital-industria”.
Desde que se asoció con Langdon, Gracioso se casó, se mudó al pueblo y tuvo dos hijas que actualmente están estudiando en la Universidad de La Plata. En la empresa, él es quien decide y resuelve todo lo vinculado con la operación diaria y Langdon aporta su experiencia en la planificación y en los números. Con el tiempo incorporaron a dos empleados y, financiación mediante, ampliaron su flota hasta contar con tres equipos modernos de pulverización -uno de 2009, otro de 2011 y otro de 2012- equipados con tecnología de precisión, con los que pulverizan más de 20.000 hectáreas en cada campaña. Además, continúan con la cría y la agricultura y sumaron una enrolladora con la que fabrican rollos de alfalfa para el consumo de su propia hacienda y para vender a terceros. El campo sigue siendo de Langdon, pero todo lo demás es de los dos. El equipo lo completa, cuando es necesario, el padre de Gracioso, dando una mano en la supervisión de los trabajos.
Actualmente la empresa maneja unas 400 hectáreas entre propias y alquiladas. La agricultura ocupa unas 150 hectáreas, la ganadería otras 150 contando algunos lotes con praderas de alfalfa que entran en la rotación agrícola, y otra porción es destinada a las praderas exclusivamente para la producción de rollos. “También sembramos algunos pedazos de avena con doble propósito: consumo de la hacienda o cosecha de granos”, dice Gracioso, y continúa: “En los mejores lotes hacemos 4 o 5 años de alfalfa, donde sacamos unos cinco cortes anuales. Después, para limpiar el lote hacemos un par de años de soja, de la que sacamos alrededor de 3.000 kilos. También hacemos algo de maíz, que nos puede dar entre 7.500 y 9.000 kilos”.
En la pata ganadera, cuentan con 200 vacas madres y le venden toda su producción de terneros a dos feedlots de Roque Pérez. Pero en el horizonte cercano aparece la idea de empezar a terminar la hacienda en corrales, produciendo su propio alimento, para lo cual ya se compraron un mixer. “Hoy, el negocio ganadero está en hacer el ciclo completo”, dice Langdon. Al mismo tiempo analizan la posibilidad de comenzar a producir productos orgánicos para la exportación, o de emprender nuevas oportunidades aprovechando la experiencia y el capital social que ganaron tras veintisiete años de trabajo conjunto.
“Hoy tenemos una gran cantidad de clientes en la zona, lo cual nos permitiría incorporar nuevas actividades de servicios. Eso depende en gran medida de las necesidades y del entusiasmo de Marcelo”, dice Langdon. Y concluye, bien clarito: “Cuando uno se conoce y se genera confianza, se puede construir juntos”.