La Presidenta no presume nada bueno para las legislativas del 27 de octubre y decidió recurrir de nuevo a una vieja receta que le rindió altísimos dividendos: la victimización, aderezada con pinceladas de la presunta épica que ayudan a templar el ahora alicaído espíritu cristinista.
El desarrollo de esa estrategia, en estas horas, reconoce dos escenarios. El Congreso, donde hoy comenzará a debatirse en Diputados el Presupuesto 2014. La Asamblea de las Naciones Unidas, donde anoche Cristina volvió a plantear el conflicto con los fondos buitre como una maldición, sólo como un ataque artero de los especuladores poderosos, sin detenerse a pensar en la impericia de su Gobierno que, en seis años, desdeñó la búsqueda de una solución final para la deuda externa.
Como durante el 2009 y, en especial, el 2010, la Presidenta puso también ahora a la oposición bajo su mira. En aquel tiempo, el cambio de composición parlamentaria ya era una complicación para el Gobierno. Esa reiteración promete llegar en diciembre, cuando asuman los nuevos legisladores. Pero Cristina apeló a la misma frase de entonces: llamó a la responsabilidad de la oposición para que no la deje sin Presupuesto en el 2014. La titular del bloque de diputados del FPV, Juliana Di Tulio, fue aún más explícita: “Ya vivimos este escenario, pero los opositores deben saber que no dejan al Gobierno sin Presupuesto sino a todos los argentinos”.
La jugada tuvo en el pasado múltiples efectos favorables para la Presidenta. Le permitió exhibirse como una mujer atacada y desguarnecida, cuando recién empezaba a procesar el dolor de su luto. En octubre del 2010 murió Néstor Kirchner y entre noviembre y diciembre del mismo año se frustró el acuerdo con la oposición por el Presupuesto. La pelea terminó dejando, además, cicatrices incurables entre los dirigentes de esas fuerzas.
Cristina convirtió su supuesta debilidad en un gesto de autoridad. Y anunció que gobernaría, de todos modos, con los instrumentos legales a su alcance. Prorrogó el Presupuesto del año anterior, reasignó ingresos por vía de los decretos y, con esa misma herramienta, vetó los intentos opositores de avanzar con proyectos de ley molestos para el Gobierno.
Fue también un éxito del relato K. La oposición apareció en la escena como responsable del desacuerdo cuando, en realidad, la Presidenta ordenó a sus legisladores cerrar cualquier negociación y dejarse las manos libres. Pero la famosa frase de “los palos en la rueda” estigmatizó a aquel heterogéneo conglomerado de opositores.
El Gobierno apura ahora el Presupuesto y otras leyes económicas para que queden aprobadas antes del 27 de octubre. Pero la estrategia desempolvada podría perder efectividad: si el Presupuesto no progresara, difícilmente la oposición quede otra vez como única responsable frente a la mirada pública. Esa oposición ha tomado ya sus previsiones.
Por lo pronto, al dictamen de mayoría del oficialismo se le opondrán 6 dictámenes de minoría, donde sobresalen los de la UCR, el FAP y el PRO. La expectativa será observar también el papel que desempeñará el Frente Renovador de Sergio Massa. Las principales espadas, en ese campo, son Graciela Camaño y Felipe Solá. El intendente de Tigre está dispuesto a que sus representantes den en el recinto todo el debate necesario. Que objeten la infinidad de inconsistencias del texto enviado por el Poder Ejecutivo. Pero que no impidan la aprobación –por caso haciendo tambalear el quórum– si el kirchnerismo contara con los votos necesarios. Pretende no facilitarle a Cristina la carta de la victimización, como en el 2010.
Tal vez el mayor ardor no corresponda al Presupuesto. El foco está colocado, además, sobre otro par de leyes: la emergencia económica y el impuesto al cheque. La emergencia resulta ya insostenible y vergonzosa luego de una década de crecimiento. Más todavía con los números que el Gobierno incluyó en el Presupuesto.
Un crecimiento económico establecido en el 6,2%. Una inflación anual del 10,4% y la paridad cambiaria en $ 6,33 por cada dólar. Un PBI de $ 3,2 billones y un aumento de la inversión de 8,5%.
¿Cómo podría justificarse la prórroga de la emergencia en ese contexto? El interrogante lo formula todo el arco opositor aunque los caminos por adoptar no asomen similares. La emergencia muestra tres dictámenes de minoría diferentes. La prórroga del impuesto al cheque encontrará a esa misma oposición con cinco dictámenes. El del Frente Renovador, por ejemplo, promueve la eliminación total de esa carga para los sectores de las pequeñas y medianas empresas.
Ni aquel Presupuesto ni la prórroga de las leyes excepcionales que el Gobierno persigue, parecieran condecirse con esa caracterización de “víctimas seriales” de los intereses económicos internacionales que Cristina hizo de la Argentina al hablar sobre el pleito con los fondos buitre en la ONU.
No pareciera haber dudas de que en la definición presidencial existirían dos planos: es imposible defender a los especuladores que, como ocurrió en nuestro país, se aprovechan de los momentos de las grandes crisis económicas; pero también la Presidenta debería explicar por qué razón su Gobierno no buscó zanjar el pleito en momentos más propicios en lugar de dejarse arrastrar al punto de depender ahora de un fallo de la máxima instancia judicial en Estados Unidos. Habría que reclamarle, a lo mejor, otras cosas: por qué motivo el kirchnerismo utilizó con perseverancia ese diferendo con fines de política interna. Para adobar, con indisimulable frivolidad, el relato político.
El problema con los fondos buitre ocurre también en un contexto difícil de soslayar. El aislamiento que la administración de Cristina fue fomentando con el mundo quedó reflejado, con cierto dramatismo, en el apenas par de agradecimientos que la Presidenta pudo formular en esta coyuntura financiera mundial compleja. Logró mencionar la solidaridad de Francia y, además, la de la ex titular del Fondo Monetario Internacional, Anne Krueguer. El resto es pura cautela y silencio, incluso en el plano regional.
Tal vez la historia pudo haber tenido otro rumbo si la Argentina, como insinuó después del 2008, hubiera cancelado, por caso, su deuda con el Club de París. Pero el mezquino interés por política doméstica pudo siempre más que la racionalidad.