Tampoco está mal que el secretario de Cultura, Jorge Coscia, instale su escritorio en la villa 21 de Barracas. Lo que está mal es que se quieran presentar ambos hechos como un "cambio de paradigma" y un signo de progresismo político y social. Sería una muestra de desarrollo verdadero, por ejemplo, que los habitantes de las villas pudieran vivir en casas o departamentos, con todos los servicios esenciales, y que los pudieran pagar con tarifas sociales y con el fruto de su trabajo. Sería un dato auspicioso que la mayoría de los hijos de esas familias pudieran asistir a la escuela primaria y al colegio secundario y se anotaran en la universidad pública para recibirse, por ejemplo, de ingeniero, por citar una especialidad que tanta falta le hace a la República Argentina. Hablaría muy bien de nuestros gobernantes que muchos habitantes de esos barrios precarios no vivieran colgados ni del cable de la luz ni de la televisión por cable y que pudieran recibir los mismos servicios y beneficios que la clase media, pero en condiciones regulares, y no por la generosidad o la prebenda del puntero de turno.
Los datos de la realidad, como siempre, desmienten el relato del gobierno nacional. Tomemos, por ejemplo, sólo las cifras del último censo sobre el crecimiento de los asentamientos en la ciudad de Buenos Aires, que va de 2001 a 2010. El aumento llegó al 52,3%. Las villas con más habitantes son la 21-24 de Barracas, la 31-31 bis en Retiro y la 1-11-14 en el Bajo Flores. Sólo esos tres barrios tenían, en 2001, 50.000 habitantes. Nueve años después llegaron a 80.000. Más impactantes son las fotos de Google Earth cuando se comparan las imágenes aéreas de 2000 con las de 2010. Allí se puede ver el crecimiento exponencial de una de las villas en Ingeniero Budge o de la Rodrigo Bueno, a pocos metros de Madero Center, donde la Presidenta se pudo comprar departamentos y cocheras para alquilar. Volvamos a los datos del último censo. El número de extranjeros que se vino a vivir a la ciudad subió casi el 20%, lo que explicaría casi la mitad del crecimiento de la población total. En promedio, en cada una de esas casitas precarias viven más de cuatro personas, aunque en algunos asentamientos llegan a convivir más de siete.
El fenómeno se puede presentar de distintas maneras. Una, la que elige el Gobierno, es afirmar que los extranjeros provenientes en su mayoría de Paraguay, Bolivia y Perú llegaron a la Argentina gracias a las mejoras económicas y sociales de los últimos años. Otra, cargada de prejuicio, es que estamos "importando" pobres que hacen colapsar nuestras escuelas y nuestros hospitales públicos y que, como si esto fuera poco, reciben DNI, planes sociales y otros beneficios a cambio del voto o la participación política para el oficialismo de turno. Que las villas miseria están creciendo a un ritmo vertiginoso es indiscutible. Impactan, por su dimensión y su rápido "desarrollo", no sólo las de la ciudad y el Gran Buenos Aires. También las de Gran Rosario, Mar del Plata, Resistencia, Comodoro Rivadavia, Río Gallegos, Trelew y El Calafate, el lugar en el mundo de Cristina Fernández.
El secretario de Seguridad, Sergio Berni, tuvo que ir allí a declarar la emergencia de seguridad, para cuidar, entre otros propietarios, a los centenares de funcionarios públicos, amigos y parientes de la familia Kirchner que obtuvieron enormes terrenos a precio de bicoca, en otra muestra de ascenso social que resulta por lo menos difícil de explicar. Pero reducir o estigmatizar a quienes viven o trabajan en los barrios pobres también es un error mayúsculo. En las villas de la Argentina conviven los "narcos" que en Rosario "contratan" a los llamados "soldaditos" y los mandan a vender droga bajo amenaza de muerte, con mujeres de hierro como Margarita Barrientos, en Los Piletones, o Pelusa. El caso de "la Pelu" es bien real, pero no sale en los noticieros ni se le da manija por cadena nacional, quizá porque no "hace política". Ella comanda el centro comunitario La Hormiguita Viajera, en el barrio Presidente Illia en la villa 1-11-14, del Bajo Flores, hace veinte años. Allí dan de comer todos los días a 200 personas, tienen una salita para más de 40 bebes, niños y niñas y un espacio de alfabetización para adultos. En las villas argentinas, también, se mezclan militantes de La Cámpora que hacen un verdadero trabajo social, menos ruidoso, más efectivo y sin necesidad de ponerse pecheras, con dirigentes "ventajeros" de casi todos los partidos políticos que reproducen el esquema de prebendas y de corrupción de los dirigentes que salen por televisión de saco y corbata.
Pero adjudicarse como un símbolo de "la década ganada" el aumento de abonados de DirecTV en las villas, reivindicarse como una fan que mira Game of Thrones y sugerir que en el contenido que ofrece la multinacional está la verdadera libertad de expresión es, por lo menos, una muestra de frivolidad que haría sonrojar a Juan Perón, a Eva Perón y a los líderes sociales que gastan su energía en conseguir que los vecinos del barrio donde militan tengan agua corriente, luz, gas, cloacas y educación primaria y secundaria.
Lo mismo se puede decir de las anteriores afirmaciones de la Presidenta, quien presentó como otra muestra de progreso estructural el hecho de que el cartón con el que se construían las casas en las villas se haya cambiado por ladrillo y cemento. La sobreactuación y la mentira son dos de los pecados con los que también se puede explicar la derrota de las últimas elecciones primarias. Sobreactuar es mostrarse empática con los pobres, con el remanido discurso de que a la clase media le molesta ver en las villas la parabólica de DirecTV, mientras la pobreza en la Argentina sigue creciendo a pesar del aumento del PBI a ritmo de "tasas chinas", desde 2002 hasta 2010. Y mentir es ocultar a los pobres, a los ricos, a los cuentapropistas, a los profesionales registrados y no registrados, ocultar que la inflación es por los menos el triple de lo que afirma el Indec "trucho" de Guillermo Moreno, a quien el juez Claudio Bonadio acaba de procesar por abuso de autoridad. Mentir es disfrazar el severo déficit de vivienda, poniendo en el mismo concepto de "soluciones habitacionales" no sólo las nuevas unidades, sino también a otras miles que ya habían sido construidas y fueron "intervenidas" para cortar el pasto o pintar puertas y ventanas. Sobreactuar es mudar la oficina del Ministerio de Cultura a los barrios carenciados como una medida aislada, marketinera, sin desandar el camino que lleve a los habitantes de las villas de su hogar a la universidad o a un empleo digno. Es la diferencia entre decir y hacer. Nada más y nada menos que eso.