He aquí una posición privilegiada que Moreno sólo comparte con el viceministro de Economía, Axel Kicillof. La prueba es que el alejamiento eventual de cualquier ministro de Cristina no sería interpretado como una "crisis", en tanto que el alejamiento de Moreno o de Kicillof sería una señal de que algo grave, quizá decisivo, ocurre en el entorno presidencial. Al hablar de los dos "favoritos" de la Presidenta, no nos estamos refiriendo a sus supuestas conexiones personales con ella, sino al hecho objetivo de que ella les ha delegado poco menos que la conducción del Gobierno, lo cual fundamenta la conjetura de que la caída de Moreno o de Kicillof, de ocurrir, sería vivida por la opinión pública como un terremoto político.
Sin embargo, algunos observadores juzgan que lo último que haría la Presidenta sería desprenderse de sus favoritos, pese a lo cual los rumores acerca de su posible alejamiento arreciaron en estos días, particularmente en el caso de Moreno. Él ha sido, sin duda, el autor de diversos "aprietes" contra los ciudadanos que no piensan como él, particularmente contra los responsables de las consultoras privadas que desmienten cada mes las fantasías del Indec.
Moreno pretendió multar a las consultoras por decir la verdad, pero ellas bloquearon sus intenciones ante la Justicia, que esta semana se pronunció cuando el juez Claudio Bonadio decidió procesar al funcionario por "abuso de autoridad", un delito que es sancionado con dos años de prisión y el doble de tiempo de inhabilitación. En los considerandos de su sentencia el juez estima que Moreno pretendió "disciplinar" a las consultoras privadas para forzarlas a ocultar la verdad sobre nuestra situación económica.
La reacción de la Justicia ante el autoritarismo de Moreno llegará probablemente tarde para producir efectos valederos, lo cual hace recordar al gran tratadista de Derecho Penal del siglo XVIII César Beccaria, quien hizo notar que las sentencias deben conocerse al poco tiempo de los delitos que ellas condenan, para que tengan efecto disuasivo ante la opinión pública cuando está aún fresca la memoria de lo que pasó. Este ideal de Beccaria está lejos de nosotros porque pasa demasiado tiempo entre el hecho y sus consecuencias judiciales, un lapso de muchos años en los cuales lo que reina no es el escarmiento por lo que se hizo sino el olvido de lo que pasó.
La tardanza en los pronunciamientos de la Justicia equivale, lamentablemente, a la denegación de justicia. El otro remedio contra el censurable activismo de Moreno podría ser más rápido; estamos pensando en el pronunciamiento electoral. El próximo 27 de octubre, los argentinos votaremos de nuevo. ¿Qué pasaría si, como es probable, la Presidenta llegase a perder por cifras aún más contundentes que las del 11 de agosto? ¿Habría en este caso un "castigo" presidencial a Moreno, como uno de los principales responsables de la nueva derrota electoral?
Si a esta pregunta siguiera una respuesta positiva, el gobierno de Cristina podría aspirar a un aterrizaje "suave" de aquí a dos años, lejos ya de la ilusión re-reeleccionista, pero todavía no tan lejos de un reconocimiento colectivo. ¿Está la Presidenta decidida a largar lastre en los dos años de mandato que le quedan?
Si lo hiciera, estaría obedeciendo a la lógica política, al sentido común e incluso al espíritu republicano, de acuerdo con aquella famosa frase de Mitre según la cual "cuando todo el mundo se equivoca, todo el mundo tiene razón". Tres de cada cuatro argentinos le han dicho que "no" a la Presidenta el 11 de agosto. Aun así, ¿no podrá dudar alguna vez de lo que ha hecho, de lo que propone, y prestar oídos a lo que le dice esa gran mayoría de argentinos que ya no la respalda? ¿Cuál es, para ella, el límite entre la perseverancia y la soberbia?
Dos guillotinas se han montado, decíamos al principio, sobre las cabezas de Kicillof y, sobre todo, de Moreno. Una de ellas, la guillotina judicial, se demora en los tiempos cansinos de nuestra Argentina. La otra caerá fulminante el mes que viene. Estaríamos a tiempo para corregir gravísimos errores en los dos años finales del kirchnerismo. Cristina se retiraría en este caso en paz, quizás homenajeada por su mesura final. ¿Es éste el espectáculo que nos prepara para un discreto "mutis" que, de ocurrir, nos reconciliaría con nosotros mismos y, sobre todo, con la república democrática a la que todos, de un lado y del otro, hemos adherido? "Un bello morir -dice una sentencia italiana- toda una vida colma de honor." Si Cristina escogiera esta humilde senda, ¿cuántas cosas, además, le perdonaríamos?