La política de los últimos días fue pródiga en el conocimiento de proyectos presidenciales con miras a 2015.

El curso del proceso electoral, las elecciones primarias de agosto pasado y el fin de la ilusión reeleccionista de la Presidenta parecen haber apurado a los candidatos a sucederla. Ninguno de ellos, y ésta es la novedad, promete más kirchnerismo o cristinismo después de 2015. De manera enfática o sólo gestual, todos buscan una forma de diferenciarse del ciclo político que comenzó su fase final. Ésta es, tal vez, la conclusión más objetiva de las recientes elecciones: lo que viene será políticamente distinto.

Mauricio Macri aprovechó el fin de semana para convertirse en el primer político en lanzar formalmente su candidatura presidencial. El sábado, Daniel Scioli admitió, ante Mirtha Legrand, que su proyecto consiste en postularse a la Presidencia dentro de dos años. Por esas mismas horas, Sergio Massa hacía trascender que será candidato a la sucesión de Cristina si las elecciones de octubre confirman las encuestas previas y le gana al kirchnerismo por un margen mayor que el que obtuvo en agosto. En el espacio no peronista, Hermes Binner, Julio Cobos y Ernesto Sanz comenzaron ya a imaginar candidaturas y alianzas probables para cuando finalice el actual mandato presidencial.

Quedan dos años sólo formales. La campaña presidencial comenzará dentro de un año, pero antes deberán estar resueltas las candidaturas definitivas y las coaliciones electorales. En rigor, el proceso electoral por la próxima presidencia se iniciará a comienzos de 2014. La propia Presidenta no podrá estar mucho tiempo ausente, por más que se lo proponga, de esas negociaciones ni de sus correspondientes decisiones. ¿Elegirá un delfín leal a su espacio, aunque para ello deba resignarse a una candidatura testimonial? ¿O, en cambio, se inclinará por el menos malo para ella y su facción? Ni siquiera Cristina se ha contestado esas preguntas.

Scioli y Macri tenían una vieja competencia por un electorado más o menos parecido. Esa rivalidad por la conquista de un mismo trofeo impidió siempre que una buena relación personal se transformara en un proyecto político compartido. Massa los sorprendió ahora a los dos, porque es similar a ellos cuando plantea las cuestiones políticas y las soluciones económicas. Tanto Macri como Scioli son conscientes de que deberán enfrentar los próximos meses sufriendo el eclipse al que los condenará un eventual triunfo de Massa en el principal distrito electoral del país. Los dos confían en que, al final, prevalecerá la experiencia de gobierno de ellos sobre la de Massa.

Macri descubrió después del 11 de agosto que el peronismo no lo necesitará, por lo menos en las próximas elecciones. En verdad, el jefe del gobierno porteño nunca quiso ir a buscar al peronismo. Que el peronismo lo buscara a él, en todo caso. Pero ahora apareció Massa. Y Scioli no ha muerto. Macri desarrolló entonces una vieja teoría, suya y de su equipo, sobre una potencial fatiga argentina de la eterna opción entre peronistas y radicales. "Gran parte de la sociedad está cansada de 30 años de fracasos peronistas y radicales", aseguran a su lado.

Sin embargo, Macri está enhebrando alianzas con dirigentes radicales y peronistas de la segunda línea. Asume de esa manera que todavía debe formar una estructura partidaria nacional en condiciones de soportar una campaña presidencial. Ha hecho avances en Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos, además de varias provincias más, pero le faltan un liderazgo y una organización en la decisiva Buenos Aires. Su acercamiento a Massa fue una imposición de las circunstancias más que un proyecto político. La "tercera vía" de Macri, supuestamente superadora del peronismo y del radicalismo, requiere con urgencia una solución política y electoral en el distrito donde reside casi el 40 por ciento del electorado nacional.

Cuando decidió alejarse de Massa, a Scioli no le quedó otra alternativa que jugar con la Presidenta. La otra posibilidad que tenía era la quietud o la indiferencia electoral. Pero éstas lo hubieran sepultado bajo victorias ajenas y ni siquiera hubiera podido aspirar a convertirse en el delfín no querido, pero indispensable, de Cristina. La estrategia del gobernador consiste en cosechar lo que quedará del kirchnerismo (¿un 20 o un 25 por ciento de los votos nacionales?) para enfrentar el fenómeno de Massa. En elecciones internas peronistas o en una eventual segunda vuelta electoral en 2015. Scioli no renunció a sus propuestas de pacificación y diálogo, que son los ejes de su oferta electoral, para sumarle votos propios a la herencia electoral del cristinismo.

El capital de Scioli es que, a pesar de todo, sigue apareciendo entre las tres figuras más populares del país. Diez años en puestos cruciales del país lo hacen más confiable para los líderes comarcales del peronismo. También eso es cierto. No obstante, su problema es que el peronismo privilegia, en última instancia, el poder electoral y no la confianza de sus dirigentes. ¿Le tenían confianza a Néstor Kirchner? No ¿Confiaban en Cristina? Tampoco. Sin embargo, el peronismo los acompañó a los dos hasta que la Presidenta empezó a prometer sólo tercas derrotas.

Dos años agotadores

Massa pensó alguna vez en pasar por la gobernación bonaerense antes de aspirar a la Presidencia. Ahora ya no piensa eso. Con 41 años, quiere ser el líder de una auténtica renovación política argentina. Su objetivo es la Presidencia. ¿Quién estaría en condiciones de discutirle esa aspiración si batiera ampliamente al cristinismo en octubre? Nadie. Tendrá detrás de él a los intendentes del conurbano, tan decisivos en el peronismo, o más, que los gobernadores. El desafío que deberá enfrentar es que lo aguardan dos años agotadores: deberá llevar al resto del país su hazaña bonaerense. Tiene buena imagen en el interior, pero allí lo conocen sólo por las noticias que llegan de Buenos Aires.

Los gobernadores preferirían contar con Massa y con Scioli para negociar con una alternativa en la mano. El propio Macri necesita que los dos sobrevivan para cosechar de ese forcejeo y poder ilusionarse con entrar en una segunda vuelta dentro de dos años.

El no peronismo no podrá sustraerse de Binner y Cobos, si éstos repitieran en sus provincias las muy buenas elecciones que hicieron en agosto. Los dos son conocidos en todo el país, pero entre ellos hay una antigua distancia que nadie pudo acercar. La alianza radical-socialista es indispensable para agrupar al electorado no peronista.

El radicalismo pareció inclinarse por Cobos cuando le pidió que fuera en auxilio de Ricardo Alfonsín en la provincia de Buenos Aires. El alfonsinismo fue siempre renuente a Cobos. Hasta ahora. Binner prefiere a cualquier otro radical antes que a Cobos. ¿Hasta ahora también?

Sanz tiene mejor manejo de la estructura partidaria que Cobos y su papel fue valorado en la última campaña electoral. Se hizo cargo entonces de las provincias que elegían senadores. Pero Sanz siempre choca con Cobos y, sobre todo, con la suerte de éste. Mendocinos los dos, Cobos fue gobernador cuando le tocaba a Sanz. Cobos fue vicepresidente como aliado kirchnerista cuando Sanz lideraba el bloque del radicalismo opositor. Y ahora Cobos se le interpuso a Sanz con un importante triunfo en la provincia común.

Todos esos candidatos presidenciales tienen algunas cosas en común. Cultivan las buenas formas políticas. Saben escuchar. Detestan los fanatismos. Frecuentan a economistas clásicos. Imaginan una Argentina más homologable en el mundo. Eso es lo que pronostica el fin de kirchnerismo, más allá de las personas y de las ideologías.