La vida animal ofrece sugestivas metáforas para describir o explicar comportamientos humanos. Hace poco, en un artículo extraordinario, Luis Alberto Romero decía que el momento en que el peronismo cambia de líder tiene la carga dramática de esos documentales de la National Geographic en los que una manada de leones consagra nuevo jefe. A mí el proceso en cuestión me recuerda aquellos episodios no menos dramáticos que narran un tema clásico en el género: las grandes migraciones. Sólo hay que alejar la cámara y tomar un plano general. Observar la manada. Piensen en los renos que al llegar el frío escapan del invierno polar y emprenden increíbles travesías hacia tierras bendecidas por el sol, donde crece el verde, movidos por el más elemental de los instintos: el de supervivencia.
Los herederos de Perón, que de migraciones saben más que las golondrinas o las tortugas de mar, lo ilustran con un aforismo tan brutal como poético: "Los peronistas huimos hacia el futuro". La frase provino de un dirigente histórico que prefiere el anonimato, y tiene lo suyo: el ambicioso destino de los fugitivos absuelve la maniobra furtiva que supone toda huida. Pero se trata de un alarde, a juzgar por lo que vemos en estos días. Lo cierto es que los que escapan del invierno kirchnerista huyen adonde pueden. Algunos, a Tigre. Otros, a Tigre también, aunque más precisamente a Villa La Ñata. Se han formado así dos clubes que más que por la camiseta se diferencian por el momento en que sus jugadores dejaron o empezaron a dejar a Cristina, pues todos, antes o después, vienen o vendrán de allí. De todos modos, ambos son destinos provisionales, escalas de un viaje inacabable ("Cuanto más voy pa allá, más lejos queda", decía Serrat del horizonte). La alcaldía de Tigre y Villa La Ñata están a un paso de distancia, además. Hay vías de doble mano. Y llegado el caso, son lo mismo. Ya lo dijo el dirigente histórico: no se trata de lugares, sino del futuro.
Toda migración implica graves peligros. Hay depredadores interesados en que los renos no lleguen a su tierra prometida. La escena terrible en que un ejemplar rezagado es perseguido por una jauría de lobos hambrientos guarda más de una similitud con un Carlos Kunkel que, armado de coraje, ensaya el primer paso: "Yo nunca fui kirchnerista, siempre fui peronista". Anteayer, Milagro Sala fue un poco más explícita. Como ocurre con los buenos documentales sobre la vida animal, aquí llegamos a la parte que deja enseñanza y templa el espíritu: los inagotables recursos que despliegan los migrantes para alcanzar el futuro y no perder la vida en el intento.
Cuando la única divisa es sobrevivir, vale todo. La naturaleza es cruel y exige grandes sacrificios. Lo primero que se sacrifica es la verdad. Al efecto, los migrantes cuentan con la experiencia de haber revistado durante años en el Gobierno. Como su líder hasta hace cinco minutos, han comprendido que la misma mentira que antes confería poder se convierte de pronto en el grillete atado al tobillo que impide avanzar. Entonces la sueltan. Y afirman, con cara de recién llegados, que la inseguridad no es una sensación sino "un problema". Y hablan de "la locura de la re-reelección" cuando ayer le prendían velas a la Cristina eterna. El incauto cree que han abierto los ojos a la realidad, pero no. Empiezan a huir hacia el futuro.
Otro sacrificio: quien escapa al futuro abandona el presente. Pero otra vez: algo habrán aprendido al respecto del gobierno al que dejan atrás. Si algo caracteriza al oficialismo es la incapacidad de reconocer los errores y, consecuentemente, de hacerse cargo de las cosas. Cada vez que los males se vuelven inocultables, el kirchnerismo elige evadir la responsabilidad y acusar de ellos a la prensa crítica, a las corporaciones o a la oposición. Ahora que la realidad le pasa factura al relato, a los migrantes deberían clausurarles las puertas del futuro para que se quedaran con Cristina a la fuerza. Con ella, deberían hacerse cargo del presente.
A pesar de la carrera por la supervivencia en la que se empeñan tantos peronistas, hay quienes dicen que el país, cíclicamente atrapado en el mito del eterno retorno, no tiene futuro. Que los migrantes, en realidad, no se mueven de donde están y todo es una ilusión de los que asistimos a la función desde el llano. Que las caras son siempre las mismas. Que cambian los gobiernos, pero los protagonistas vitalicios de la vida política y sindical argentina, lejos de cambiar, han conformado una casta inamovible que se hizo fuerte al calor de las cajas del Estado. Una casta que no está dispuesta a perder sus privilegios, su poder y su impunidad.
Pero un dirigente histórico del peronismo sabe lo que dice. De acuerdo con los ciclos migratorios y con la dinámica de estas huidas, todo hace suponer que muchos de los que tanto colaboraron en acrecentar los problemas que hoy padece la sociedad argentina -la inseguridad, la inflación, la corrupción, la desigualdad- son los mismos que les pondrán solución. En el futuro, claro. Al que llegaremos pronto. A diferencia de los renos, los peronistas tienen dos piernas, pero se desmarcan y corren como si tuvieran cuatro.