En la economía argentina de precios cada vez más distorsionados, el lomo es más barato que las hamburguesas congeladas, estacionar en una playa privada cuesta diez veces más que en los parquímetros públicos y se paga casi lo mismo por la factura de gas de todo un año que por un suéter.
Detrás de este profundo proceso de distorsión no hay una sola causa: influyen diferentes factores, como la política oficial de subsidios, las trabas a la importación, el costo de la mano de obra y el peso de la intermediación en la cadena comercial. Sin embargo, en todos los casos, en el fondo también subyace el problema de la inflación, que, coinciden los economistas, tiene un efecto distorsionador en toda la economía.
El kilo de lomo, que en una carnicería de un barrio de clase media cuesta entre 60 y 70 pesos, termina siendo más barato que las hamburguesas congeladas, que se venden en cajas de cuatro unidades y pesan poco más de 300 gramos: cotizan a 27 pesos o más, lo que da un valor promedio del kilo por arriba de los 80 pesos.
El problema se repite cuando se comparan los precios de otros alimentos industrializados. El kilo de helado artesanal de las marcas más exclusivas de Buenos Aires se paga entre 90 y 100 pesos, es decir, al menos 30% más barato que productos industriales de una calidad que no es la misma, como el postre Chomp, cuyo envase de 180 gramos cuesta en un supermercado 28 pesos, lo que implica más de 150 pesos por kilo.
Por su parte, la caja de medallones de pollo Listtos, de Granja del Sol, de 360 gramos, se ofrece arriba de 40 pesos, con lo cual el kilo cotiza prácticamente lo mismo que el salmón rosado entero del Pacífico que se importa desde Chile.
Las distorsiones de la economía argentina también provocan otras paradojas, como que a nivel local el kilo de pan sea más caro que en otros países que no son grandes productores de trigo. En Buenos Aires, y por más esfuerzos que haga el secretario Guillermo Moreno, el kilo de pan no baja de los 16 o 17 pesos, lo que al tipo de cambio oficial implica aproximadamente tres dólares, mientras que en Santiago de Chile -que importa más de la mitad del trigo que consume- el mismo producto se cotiza a 1000 pesos chilenos, es decir, un par de dólares.
"En muchos casos los precios más altos se explican a partir del costo salarial, que tiene un impacto mayor en los productos más industrializados, aunque también hay que tener en cuenta la menor intermediación que, por ejemplo, hay en la venta del helado artesanal", explicó el economista Camilo Tiscornia.
Servicios retrasados
La distorsión de precios también se hace sentir con fuerza en el caso de los servicios públicos, cuyas tarifas están muy retrasadas como producto de los subsidios oficiales. Hace no muchos años, un consejo paternal repetido en muchos hogares de clase media era que antes que encender una estufa -y alimentar la onerosa boleta de gas- era preferible ponerse un suéter.
Con las tarifas congeladas desde hace más de una década, este consejo quedó completamente desactualizado. Hoy el precio de un suéter de marca, pero no de los más caros, no baja de los 250 o 300 pesos, lo que implica aproximadamente dos tercios de la factura promedio de 409 pesos que paga un hogar porteño que tiene su consumo subsidiado, de acuerdo con los datos aportados por las distribuidoras del área metropolitana.
La tarifa de luz es otra muestra de retraso y disparidad de precios. Según los datos de las distribuidoras eléctricas, hoy el gasto promedio mensual de una familia porteña con tarifa subsidiada -aproximadamente el 90% de los hogares de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires- ronda los 90 pesos por bimestre, es decir 45 pesos mensuales, lo que no alcanza para comprar cuatro pilas medianas para cargar una linterna cuando se corta la luz (que cotizan a 51 pesos), como producto precisamente de la misma política de subsidios.
"El retraso de las tarifas de los servicios públicos es un clásico de todos los controles de precios y ya pasó en los 70 y en los 80, con la única diferencia de que antes el Estado era el propietario de las empresas. En este sentido, el episodio más traumático se vivió en 1975 con el Rodrigazo, cuando al gobierno de Isabel Perón no le quedó otra alternativa que autorizar los aumentos que mantenía congelados todos juntos y de una única vez, con un fuerte impacto", advierte Jorge Todesca, director de la consultora Finsoport.
La brecha entre los precios alcanzados por la inflación y los servicios públicos también se siente a la hora de estacionar en el microcentro. Los parquímetros que tiene concesionados el gobierno porteño están cobrando $ 1,40 la hora, con lo cual para dejar estacionado un auto durante ocho horas hay que desembolsar menos de 12 pesos, es decir, casi diez veces menos de lo que cuesta la estadía en una playa de estacionamiento del centro de la ciudad, que supera los 100 pesos.
Las causas de la distorsión
Cada vez es más difícil conocer los valores reales
Subsidios oficiales
Los servicios públicos están cada vez más retrasados frente al resto de bienes y servicios
Cepo importador
Para proteger a la industria nacional se frena la competencia importada
Cadena comercial
Los costos de la intermediación impactan en especial en los alimentos más industrializados