Y gastó grandes sumas de dinero estatal en ello, en nombre de exportar valor agregado. También subsidió usuarios residenciales. El gasto en esas subvenciones creció y creció, hasta generar un gasto público insostenible que llevó las cuentas públicas al desastre y generó una dependencia de la importación hasta ahora desconocida. Las empresas del sector, además, caminan al borde de la quiebra. El sistema amenaza con saltar por los aires en cualquier momento.
No es la Argentina. O más bien, no es sólo la Argentina. Es España. El esquema monumental de subsidios que terminó en el fracaso no lo instaló un gobierno autodenominado heterodoxo, sino el de José María Aznar, que quebró la alianza atlántica de la OTAN para acompañar a George W. Bush a la guerra contra Irak. Las leyes de la economía no cambian según quién las aplica. La semilla del desastre del sistema eléctrico español la sembró la derecha recalcitrante. Aquí, los que dicen ser todo lo contrario.
Es curioso, además, que la presidenta Cristina Kirchner se ufane de su "modelo" y chicanee frecuentemente por no aplicarlo a la que, según una de sus últimas muletillas, califica de "vieja Europa". Está mal informada. El sector eléctrico español tal vez anticipe el futuro del argentino. Y no porque las políticas hayan sido distintas, sino más bien porque han sido muy parecidas, según cuentan los especialistas españoles y, en su última edición, el semanario conservador The Economist.
En los dos últimos años las tarifas subieron 50%. Y es norma casi general encontrar sistemas que impiden que aun en los hoteles caros las luces queden prendidas inútilmente en baños, habitaciones y pasillos. La energía es hoy más cara que en Alemania y la industria española está lejos de ser más competitiva que la germana.
¿La casi rendición incondicional ante Chevron significará que la Presidenta aprendió la lección? No parece. Pero en todo caso el costo de la educación presidencial es de una magnitud tal que es difícil de imaginar. Además, los cambios de rumbo alocados, que van de la intervención estatal total a la cesión de derechos por 35 años a cambio apenas de una mezquina promesa de una empresa que estaba en retirada son más que dañinos para el futuro de un sector que necesita multimillonarias inversiones.
El Gobierno, si es que cambió de ideas y decidió tragarse toda su retórica estatista, no cambió los métodos. Guillermo Moreno abandonó la semana pasada los telefonazos y aprietes al sector alimentario, especialmente al de la cadena del trigo, y la emprendió contra las grandes compañías que pudieran tener dólares disponibles: deben comprar Baade, el Bono Argentino de Ahorro para el Desarrollo Energético, les dijo. Moreno aprieta para que, a la fuerza, las empresas lo suscriban, mientras la Presidenta, desde las teleconferencias, fustiga el ahorro forzoso de Raúl Alfonsín.
A algunas compañías muy perseguidas por la AFIP les habría prometido indultos si aplicaran dólares a la operación paralela al blanqueo de capitales con Cedin. Y siguió presionando a aceiteras y a otros grandes exportadores para que liquiden sus exportaciones para contener el blue. "Están en una encerrona; si se liquidan más divisas, el Banco Central emitirá más pesos para comprarlas y terminará alimentando la inflación o el blue", señaló un ejecutivo.
En el sector de harinas también avisan que "el problema no está resuelto, apareció un poco más de trigo, de mala calidad o con algún problema sanitario, nada importante, pero la situación de fondo no cambió: no es negocio sembrarlo por las intervenciones estatales; si eso no cambia, no cambiará la situación".
Moreno acumula fracaso tras fracaso. Con la carne, con la leche, con el trigo, con el gasoil. Pero Cristina Kirchner parece creer que si las barbaridades se hacen en nombre del progresismo, saldrán bien. Su ideario enfrenta nuevos desafíos. Piensan en su gobierno que el delito es producto de las malas condiciones sociales. Pero mientras aquí aumenta pese a las supuestas tasas chinas de crecimiento, en los países más ricos, con crisis y desempleo récord, el delito cae. The Economist se asombra de los resultados y llama a los gobiernos a no equivocarse. La clave es la prevención y no la represión, dice. El mundo es bastante más complejo de lo que cabe en la cabeza de Moreno.