El fenómeno se hizo palpable en todo el país –incluso en Santa Cruz– aunque sobresalió en los cinco distritos principales. Martín Insaurralde quedó encabezando la lista en Buenos Aires porque Alicia Kirchner resultó una decepción pre-electoral. Tan grande resultó esa decepción que resultó borrada de cualquier lista. Daniel Filmus será de nuevo la cara cristinista en Capital, donde ya perdió cinco veces contra el macrismo. Ahora promete nacer un tercero en discordia: los candidatos del centro izquierda (Elisa Carrió, Pino Solanas, Alfonso Prat Gay, Ricardo Gil Lavedra, Rodolfo Terragno y Martín Lousteau) han convocado a una primaria atrayente. El votante podrá conformar la lista final. El dedo, por una vez, quedó relegado.
En Santa Fe, luego de un fallido operativo de convencimiento con María Eugenia Bielsa, que no concluyó de buenos modos, la Presidenta optó por el reconvertido Jorge Obeid. Hasta hace un año, el ex gobernador fue motor de un frente anticristinista en el centro del país, junto a José de la Sota y Jorge Busti. Hay documentos que aún circulan elaborados por el propio Obeid con feroces críticas a Cristina. Pero suceden dos cosas: el peronismo santafesino no soporta la intemperie a la que lo ha condenado el socialismo, pilar del FAP, en la provincia y en las dos principales ciudades; Agustín Rossi, en sus años de liderazgo, trozó allí a ese peronismo en mil pedazos. La tarea de Obeid será también rehacer parte de esas ruinas para frenar el crecimiento del macrista Miguel Del Sel. El paisaje de cierta desolación se completó con Mendoza y Córdoba. Allí el cristinismo apeló, con escasas expectativas, al intendente de Guaymallén y a la rectora de la Universidad de Córdoba.
Podría decirse que esos cinco grandes distritos serían un espejo donde se reflejaría la extenuación del ciclo que cumple una década. Otro emblema lo representaría, sin dudas, Santa Cruz. El candidato de FPV será un ignoto, el camporista Mauricio Gómez Bull, cuyo casi único mérito político sería su amistad con Máximo Kirchner. El hijo de la Presidenta levantó, en última instancia, el lápiz rojo que hizo célebre en su tiempo el radical Eduardo Angeloz. Ese lápiz recorrió las listas de todas las provincias. Lo acompañaron en la tarea Cristina y Carlos Zannini, el secretario Legal y Técnico. Ese trío es lo que queda de verdadero poder cristinista.
Zannini es, en verdad, una compañía amable para la Presidenta. Convalida siempre, con su risa regordeta y achinada, las palabras de los Kirchner. Un hombre que aún milita en el oficialismo y que pasó un rato por la Casa Rosada durante el cierre de las listas quedó demudado con las instrucciones de Máximo. “Este es un traidor”, no va. “Este es un tipo de mierda”, tampoco. Por esos andariveles, poco académicos y acorde con la época de lunfardo cristinista, transitó el proceso de armado y selección de candidatos en el Gobierno.
Observando otras listas se comprendería por qué razón el cristinismo se acerca a la anorexia política. La centro izquierda ofrece dos hombres notorios del tiempo K: Prat Gay y Lousteau. Francisco de Narváez ha congregado lo más representativo del sindicalismo moyanista que fue hasta 2008 soporte oficial. Sergio Massa (titular de la ANSeS y jefe de gabinete K tras la renuncia de Alberto Fernández) armó casi un pic-nic político: exhibe en su lista intendentes de claro origen K (como Darío Giustozzi); un ex gobernador y diputado de la misma talla, Felipe Solá; empresarios que supieron defender a rajatabla el modelo, como Ignacio De Mendiguren y gremialistas clásicos, como Héctor Daer. A ellos sumó intelectuales y extrapartidarios. En este caso Adrián Pérez, que saltó desde la Coalición Cívica para disgusto de Carrió. Demasiados glóbulos rojos perdidos para pretender ahora una mejor salud del cristinismo.
Aún en su estado de pobreza, el cristinismo nunca atinó a levantar la mira u otear el panorama fuera de su estrecha comarca. Hubo tres casos de elección de postulantes a diputados nacionales –uno fue Verónica Magario, de La Matanza– resueltos por simple parentesco o añoranzas de la historia. Magario, por ejemplo, viene de una familia cuyo padre fue mucho tiempo tesorero de la organización Montoneros. El hombre que administró los fondos de secuestros y asaltos de ese tiempo. En Capital, se vetó a Jorge Taiana para incorporar, en el cuarto escalón, al intelectual de Carta Abierta, Ricardo Forster. El ex canciller milita con el Movimiento Evita, pero Cristina le hizo la cruz cuando –por maltrato–- se fue molesto del Gobierno. Mercedes Marcó del Pont se ilusionó con acompañar a Filmus para –aunque fuera por un momento– meterse en la campaña y alejarse en el Banco Central del fuego al que lo somete Guillermo Moreno. Pero le bajaron el pulgar para permitir el ascenso de la camporista Paula Español. Esta economista posee la bendición de Axel Kicillof.
A Cristina, es cierto, le ha quedado Daniel Scioli. Se trata para el cristinismo de un aliado incómodo e indeseado. Indeseado, en realidad, más por razones estéticas que políticas. El gobernador de Buenos Aires ha sufrido confabulaciones de parte del Gobierno, desaires personales, desprecios, pero se mantiene incondicional. No supo en todos estos años, como vicepresidente y mandatario provincial, convertir su popularidad en una herramienta política funcional a su proyecto.
Si es que ese proyecto existió, más allá de las palabras.
Tal vez la explicación a sus límites haya que rastrearla en alguna ciencia distinta a la política. Scioli se sintió cómodo en su carrera navegando siempre los conflictos.
Jamás los enfrentó. Y muchas veces logró superarlos por defección del adversario o su buena capacidad para victimizarse. La Presidenta, con sus provocaciones, lo obligó a desgastar ese libreto. Y cuando tuvo que tomar una decisión –romper con el cristinismo y transar con Massa o De Narváez–, terminó padeciendo el síndrome de Estocolmo. Es decir, cuando la víctima termina por aferrarse a su verdugo. “Mirá Daniel, tu imagen de hombre conciliador entre la gente es probable que cambie por la de un cobarde”, le espetó uno de sus asesores que lo instaba a un acuerdo con el intendente de Tigre. Sucedió después que el gobernador había desaparecido por horas y antes que comunicara el respaldo a la lista del FPV, junto a una foto con su nieta.
Tampoco Scioli, probablemente, vuelva a ser el que era antes del complicado cierre de listas. Nunca tuvo de puntal un sistema de intendentes.
Menos lo tendrá ahora, después que esos dirigentes han repartido sus preferencias con Cristina, De Narváez y Massa. Perderá también respaldo en la Legislatura por idénticos motivos. Apenas pudo colar hombres propios entre los postulantes al parlamento provincial. Y uno sólo entre los diputados nacionales, que ni siquiera le pertenece demasiado. Gustavo Arrieta, su ministro de Agricultura, ocupará el decimoquinto lugar de la propuesta cristinista bonaerense. Antes que él volverán Diana Conti, Carlos Kunkel y Edgardo Depetri, entre otros. Todos enemigos del mandatario provincial.
Habrá que ver ahora cómo Scioli encara la campaña como socio cristinista en el Frente para la Victoria. Las diferenciaciones sutiles, tal vez, ya no servirán. Habrá que ver también cómo se las arregla frente a las críticas que prometen dispensarle Massa y De Narváez. Habrá que ver cómo responde ante los nuevos embates de Cristina.
La sumisión no sería, esta vez, su salvavidas.