Para administrar la relación con las audiencias buscó una alianza con Clarín. Para garantizar el orden entre los trabajadores ensayó un pacto con Hugo Moyano. Y para encolumnar al electorado detrás de su gobierno se apropió del aparato bonaerense. El primer ensayo fracasó con él en vida. La alianza con Moyano quedó cancelada en 2011, cuando su viuda alcanzó la reelección. El tercer divorcio acaba de producirse. La lista que encabeza Sergio Massa es la demostración de que la disciplina del PJ de la provincia de Buenos Aires se ha quebrado. Ese distrito ha sido la base territorial del kirchnerismo desde que la Presidenta se impuso sobre los Duhalde, en el año 2005.
Algo no está funcionando bien en los mecanismos de percepción de la Casa Rosada. Para aceptar que Massa presidiría una lista disidente debieron esperar a que Ignacio de Mendiguren comunicara a un ministro que había aceptado su candidatura a diputado. Fue el sábado, a primera hora. Hasta entonces, el entorno de Cristina Kirchner seguía confundido por las señales contradictorias que enviaba Massa. Pero el intendente de Tigre había confirmado su candidatura a su familia seis días antes, en la fiesta de cumpleaños de su hijo Tomás. Por supuesto, su secretario Ezequiel Melaraña y el secretario de Gobierno de Tigre, Eduardo Cergnul, conocían desde hacía rato que el paso sería dado. Son su sombra.
La expectativa por esta nueva oferta es otro síntoma de la gran patología que presenta la política argentina desde la crisis del año 2001: su baja competitividad, derivada de un llamativo desequilibrio de poder. La hegemonía que la señora de Kirchner alcanzó en las últimas elecciones, cuando ganó por 54 por ciento sacando sobre su segundo 37 puntos de ventaja, no se ve afectada por un desafío externo, sino por la descomposición de su propia arquitectura. Massa no es un remedio. Es una vacuna. En su composición lleva una dosis de aquello que pretende eliminar. Sólo así puede ofrecerse al peronismo como el agente de una nueva metamorfosis para retener el poder. El fenómeno habría hecho sonreír a José Ingenieros, quien hace 110 años escribió una tesis titulada La simulación en la lucha por la vida .
Massa quizás esté más dotado que otros para intentar esa transición. A diferencia de Daniel Scioli, Francisco de Narváez o Mauricio Macri, proviene de las entrañas del sistema. Se inició en el oficio hace más de veinte años, a la sombra de un concejal de la Ucedé de San Martín, durante el cenit del menemismo. Sus suegros, su esposa, su cuñado son militantes del PJ. Trabajó con Menem, con "Palito", con Duhalde y con los Kirchner. Desde el año 2007 está tramando una red territorial con intendentes. Sus interlocutores habituales, entre los que están Graciela Camaño, Juan Amondarain o "Juanjo" Álvarez, son profesionales del poder. En Massa parece haber una condición que en Scioli, De Narváez o Macri resulta dudosa, y que en la Presidenta aparece en exceso: la confianza en la capacidad de la voluntad para modelar las circunstancias y, de ese modo, generar poder. Malena Galmarini, su esposa, lo describe así: "Los proyectos de Sergio comienzan con una obsesión que se le instala en la cabeza, después busca los aliados y, al final, los argumentos".
Conviene recordar que Massa no se ha propuesto derrotar, sino heredar a Cristina Kirchner. Pero la encrucijada lo ha ubicado ante la posibilidad de ser su verdugo. Mantener esta ambigüedad es su más riesgoso desafío, sobre todo después del tenebroso identikit que hizo hace unos años de Néstor Kirchner, y que trascendió por WikiLeaks. Massa pretende sustraerse de la polarización que rige hoy la política. Es un objetivo muy audaz, que le exigirá no involucrarse en las polémicas cotidianas. Si por él fuera, su única referencia a la disputa nacional sería el rechazo a una nueva reelección de la Presidenta. Con esa declaración pretende desbaratar la principal imputación de De Narváez: haber armado una lista de diputados que, llegado el día, se arrancarán la máscara para votar a favor de una reforma constitucional.
Más allá de esa definición, Massa provincializará su campaña. En esta decisión hay más que una táctica proselitista. Su candidatura expresa también una vindicación de los dirigentes bonaerenses contra la colonización que llevaron a cabo transterrados como los Kirchner y Scioli. La participación de Felipe Solá encarna, en alguna medida, ese mensaje.
Hasta octubre será difícil ver a Massa salir del distrito o fotografiarse con dirigentes que no sean bonaerenses. No sólo aspira a correrse del eje kirchnerismo-antikirchnerismo. Se propone, sobre todo, impugnar a su verdadero adversario: Scioli. El conflicto se debe a la sucesión presidencial de 2015. Ésa es la razón por la cual cualquier acuerdo con el gobernador de la provincia estaría frustrado de antemano. Massa se ha propuesto derrotar a De Narváez porque ve en él al custodio de los intereses de Scioli en este tramo de la interna peronista. Lo explica uno de sus colaboradores más cercanos: "Si hubiera pactado con Scioli, varios intendentes que lo acompañan se irían espantados. El grupo que formó Sergio se originó en la oposición a la política de seguridad, de salud y de justicia de la provincia". Un signo: Massa sumó al gremialista de la CTA Fabián Alessandrini, mano derecha de Roberto Baradel, el dirigente docente que inspira las pesadillas del gobierno bonaerense.
Scioli quedó instalado en un no-lugar. Se trata del único jefe de distrito del país del que no se espera que salga a hacer campaña a favor de lista alguna. Cuando negoció con Massa, pidió por los candidatos de De Narváez, lo que lo vuelve un aliado inaceptable de la Presidenta. Si, como cree Massa, el gobernador simuló un intento de acuerdo para presionar a la Casa Rosada, no tuvo éxito: ni siquiera consiguió introducir a su jefe de Gabinete, Alberto Pérez, en la lista de diputados. Ofendido, el gobernador se refugió en La Ñata para descargar su furia con el método de siempre: intentando pegarle a la pelota en el futsal.
La próxima gran incógnita del crucial ajedrez bonaerense es quién saldrá segundo en las primarias del 11 de agosto. Es decir, qué candidato aparecerá como el más capacitado para derrotar al kirchnerista Martín Insaurralde en octubre. Si deseara menoscabar a Massa, Cristina Kirchner debería ubicar a De Narváez como su principal contradictor. Es decir: tendría que corresponder a la campaña "ella o vos" con la consigna "él o yo". El español Antonio Sola, gurú de De Narváez, llegará mañana con un diseño de campaña basado en esa contradicción a ultranza. Para él, la transversal que sueña transitar Massa es artificial respecto de la división blanco-negro en que ha quedado organizada la opinión pública.
Esa disposición de los objetos, que pertenece a la esfera del marketing, puede encontrar dificultades en la de la política. Porque la densidad de la lista de Massa es superior a la de De Narváez. El intendente de Tigre alineó a buena parte de la primera sección electoral, sobre todo después de que Mauricio Macri, incapaz de generar una oferta en la provincia, volcó allí a sus intendentes. En la tercera sección cuenta con Darío Giustozzi, que en 2011 ganó Almirante Brown con el 71,88% de los votos.
El pase de estos administradores a una opción opositora obliga a revisar uno de los postulados más recurrentes de esta época: la idea de que Cristina Kirchner ejerce una dictadura fiscal sobre toda la burocracia política debería ser revisada. La exposición de estos jefes comunales a perder los subsidios que reparte Julio De Vido filtra una duda sobre las explicaciones habituales para entender los alineamientos del peronismo.
Massa produjo, además, una fisura en la alianza sindical del Gobierno. A la amistad con Luis Barrionuevo sumó la de "los Gordos". La incorporación de Héctor Daer a esta lista significa que la CGT-Balcarce, que preside el metalúrgico Antonio Caló, se dividió. El artífice de la fractura fue Carlos West Ocampo, amigo de Amondarain y socio de Oscar Lescano y Armando Cavalieri. Hugo Moyano quedó al lado de De Narváez, desde donde lleva adelante una campaña inesperada: también castiga a Scioli, por "falta de carácter".
West fue quien sumó a De Mendiguren a la lista, ramificando la grieta del peronismo en el empresariado. Las negociaciones con De Mendiguren se desarrollaron en Ginebra, durante la cumbre de la OIT, en las narices del ministro de Trabajo, Carlos Tomada.
Además de producir desprendimientos en el bloque oficialista, Massa experimentó con algunas aleaciones. Arrebató a Adrián Pérez, de la Coalición Cívica, quien aceptó la candidatura el martes pasado. Con esa conquista, igual que con la del sindicalista de la CTA, espera dar a su propuesta un matiz izquierdista. Quienes conocen a Massa, bromean: "Para que alguien lo identifique con la izquierda necesitaría traer a Fidel Castro". Hasta anoche la cooptación de Pérez sólo servía para que, desde las filas de Stolbizer, crucificaran al candidato. El pase incluye una ironía: permite al trasplantado volver a estar con Felipe Solá, quien por un instante fue aliado de Elisa Carrió. Un reencuentro del tipo programa Gente que busca gente .
Cristina Kirchner respondió al cambio de configuración que introdujo Massa apelando a los recursos más cercanos. Insaurralde, el intendente de Lomas de Zamora, es un aliado de Amado Boudou y Diego Bossio, los dos sucesores de Massa en la Anses. Su promoción mortificó a otros caudillejos del conurbano, sobre todo a Fernando Espinosa, de La Matanza, que creía tener derechos demográficos para esa posición. Será la segunda vez, después de aquella gaffe de Harvard, en que la Presidenta tendrá que disculparse ante los simpatizantes de esa populosa localidad.
Si la principal característica de la lista de Massa es su heterogeneidad -los kirchneristas le llaman, con sorna, "mercado chino": ofrece de todo, pero no se entiende bien el orden-, la del oficialismo es un homenaje exagerado a la coherencia: Kunkel, Remo Carlotto, "Cuto" Moreno, Depetri, Diana Conti y "Papá" Recalde, grandes inválidos de guerra, reflejan el rostro de Cristina Kirchner. Sólo el fastidio de los intendentes evitó que las listas de concejales se plagaran de ignotos militantes de La Cámpora.
Esa composición, que reproduce un criterio adoptado por la Casa Rosada en todos los distritos donde tuvo intervención, hace justicia al personalismo extremo que domina al Gobierno: los votos son de la señora de Kirchner y, por lo tanto, la identidad de quienes integran las listas es aleatoria. En otras palabras, el oficialismo llamará a votar por Cristina, aunque ella no sea candidata. El corolario operativo de esta premisa es que la Presidenta tendrá que poner el cuerpo en la campaña como nunca antes. Es la dimensión física de un límite más delicado: el de un proyecto político que, si no consigue otra reelección, está condenado a enfrentarse con su fin.