Si Mauricio Macri, Francisco de Narváez y Sergio Massa no terminan estableciendo un mínimo acuerdo que les permita poner un límite a Cristina Fernández es probable que la Presidenta se salga con la suya y quede muy bien parada después de las próximas elecciones de octubre. Y también es probable que Ella se sienta con el "derecho" político de plantear una reforma constitucional que incluya su propia reelección. El que aparezcan peleados, egoístas, especulativos, tirando para un solo lado y sin la grandeza necesaria como para deponer cuestiones personales mientras el Gobierno trabaja con el objetivo inamovible de perpetuarse en el poder, les hará pagar, a ellos tres, entre otros, un costo político enorme, mucho mayor del que ahora pueden imaginar, inmersos como están en una fuerte puja por los lugares en las listas.

Deberían aprender un poco de las organizaciones de centroizquierda en la ciudad de Buenos Aires, cuyos dirigentes eligieron competir en la gran interna de las PASO para no dispersar los votos y terminar siendo funcionales al Frente para la Victoria (FPV). Al cierre de esta columna, todo parecía indicar que tanto Macri como De Narváez y Massa inscribirían hoy, el último día posible, a sus propios partidos, cada uno por separado, sin establecer ninguna alianza formal entre ellos o sus referentes más importantes. Según una fuente muy cercana al jefe de gobierno de la ciudad esto no significaría, necesariamente, una ruptura. Ni siquiera la imposibilidad práctica de ir juntos, en la provincia de Buenos Aires, con De Narváez o con Massa. "Sólo significa que hasta el día de hoy no pudimos encontrar un camino común y por eso no aparecieron los nombres para las alianzas. Pero tenemos tiempo hasta el 22 de junio, cuando se cumpla el plazo para presentar las listas. En el caso de que la negociación termine bien, podremos ir a elecciones bajo el sello de Pro, el de el Colorado o el de Sergio. Eso, al final de la película, será lo de menos", aclaró la fuente. ¿Podrán arreglar en menos de dos semanas lo que no pudieron recomponer en los últimos cuatro años?

Resultados de encuestas cualitativas que tienen casi todos los candidatos de la oposición demuestran que los votantes anti-K, en la provincia de Buenos Aires, quieren ganarle al oficialismo sea como sea. Que no les importa tanto quién será el candidato, sino si está en condiciones de superar al postulante que designe la Presidenta para competir en nombre del FPV. A ese nivel de hartazgo llegó más del 50% del padrón bonaerense. El que sepa interpretar semejante estado de ánimo podrá capitalizarlo en beneficio propio. Massa, ganador en cualquier encuesta previa, podría hacerlo. Sin embargo, duda. Los que lo escucharon esgrimir sus argumentos más de una vez sienten que, para lanzarse, busca más "reaseguros que un acorazado en el medio de una guerra". Parece que a él no le alcanza con ganar. Quisiera hacerlo como se le da en Tigre, con cerca del 70% de los votos. Con vecinos dispuestos a elegirlo estén a favor o en contra de Cristina Fernández. Desearía que el tiempo se adelantara y que 2015 estuviera a la vuelta de la esquina, para que su labor como diputado nacional no le diluyera su mejor perfil: el de gran gestor en el medio de una provincia difícil. Daría lo que no tiene para evitar que Ella y sus muchachos no empezaran a esmerilarlo, como lo hicieron con el propio Macri, Daniel Scioli, Elisa Carrió y todos los que amenazaron, por diferentes motivos, la supervivencia del kirchnerismo en el poder. Pero nadie, en la política y en la Argentina actual, es capaz de ganar mucho si no arriesga algo de su capital o de su comodidad. Es cierto que la mayoría de la gente no está al tanto de la interna de la política. Pero también es verdad que si Massa elige el camino de apoyar una lista "gris" en la que él no figure, toda la oposición lo acusará de haber jugado a favor de su proyecto personal y en beneficio indirecto de la Presidenta, porque le quitará así algunos votos de De Narváez, el dirigente que hoy le ganaría a cualquier postulante del cristinismo.

De lo mismo van a terminar de acusarse mutuamente Macri y De Narváez si al final no le ponen la firma a su contrato de convivencia. Cuando todavía no se sentaron a negociar cargo por cargo, los operadores del jefe de gobierno porteño acusan al diputado nacional de "trabajar para Scioli, que es kirchnerista" y cobijar en su hipotética lista a dirigentes del gobernador de la provincia. A su vez, quienes le son fieles a De Narváez denuncian a Macri por haber convenido un pacto no escrito con la propia Presidenta y dicen que una evidencia de ese acuerdo espurio sería el pago de una buena parte de la deuda que el Estado nacional mantiene con la empresa de un primo del jefe de gobierno. "Si todavía no terminaron de negociar y ya se tratan como traidores, ¿te imaginás lo que pueden llegar a ser gobernando, cada uno con una cuota de poder?", me dijo un ex ministro de este gobierno, quien también fue duhaldista y menemista, en el momento en que cada uno de ellos estaba en la presidencia de la Nación.

Los kirchneristas de paladar negro suelen comparar los intentos de la oposición por acordar con la fallida experiencia de la Alianza, cuando las diferencias entre el presidente Fernando de la Rúa y el vice Carlos "Chacho" Álvarez aceleraron la caída de un gobierno aquejado por una crisis económica, social y política sin precedente. Sin embargo, el momento político es muy diferente. Y la demanda de una buena parte de la sociedad no es para que se junten a cualquier precio, sino detrás de reivindicaciones muy precisas y concretas. Que el Gobierno no se lleve por delante a la Justicia y la Constitución es una de ellas. Que se ocupe de la seguridad en serio es otra. Que no alimente la inflación con decisiones delirantes como el cepo cambiario y el control de precios por parte de militantes rentados. Que no utilice el Fútbol para Todos para hacer propaganda política exagerada con fondos públicos derivados de los impuestos que pagamos todos. Que no ataque a los miembros de la Corte Suprema que no le responden como le gustaría a la Presidenta. Que se desmienta, con los papeles en la mano, cada una de las denuncias de corrupción que ponen bajo sospecha a la jefa del Estado, al vicepresidente Amado Boudou y a algunos de los ministros y secretarios del gabinete. Que no se gobierne con la idea de hacer una revolución contra "los poderes concentrados" y "las corporaciones", sino de manera sencilla y práctica, como lo vienen haciendo, por ejemplo, los gobiernos de países vecinos como Brasil, Perú, Uruguay y Chile, donde la economía crece pero con mucha menos inflación. Que no se hable de la pobreza, sino que se la ataque en serio. Un gobierno que no se llene la boca con el aumento del presupuesto para la educación y al mismo tiempo impulse un paro de docentes en la provincia de Buenos Aires. Para satisfacer esa demanda sostenida, no es suficiente con quedarse toda la madrugada "poroteando" para ver qué fuerza opositora obtiene mejores lugares en las listas de diputados y senadores. Hace falta, también, un poco de grandeza y de generosidad.