A pocos días del vencimiento del plazo para inscribir alianzas con vistas a las próximas elecciones legislativas, hay pocas dudas entre analistas de opinión pública y dirigentes de que el oficialista Frente para la Victoria (FPV) será la fuerza que obtendrá más votos y que incluso podría mejorar relativamente su número de diputados nacionales. Pero la pregunta que debe responderse es si eso alcanzará para considerarlo un triunfo.
Hoy, el kirchnerismo tiene 116 bancas de diputados, que llegan a 136 considerando habituales aliados de otras fuerzas menores. Concentra así alrededor del 53% de la Cámara baja. Para llegar a los dos tercios que exige la Constitución para poder reformarla e imponer una eventual segunda reelección presidencial, el oficialismo y sus aliados deberían renovar las 51 bancas que pondrán en juego en las elecciones y sumar otras 36. Para alcanzar ese número, el oficialismo debería reunir no menos del 55% de los votos válidos.
La situación del cristinismo no es mejor en el Senado si se piensa en una reforma constitucional. Hoy, el oficialismo posee 32 senadores y seis aliados, equivalentes al 52,7% del cuerpo. Para obtener los dos tercios, precisaría renovar las 13 bancas que expondrán el FPV y sus aliados en octubre y sumar 10 de los 11 senadores restantes que serán elegidos. Un objetivo prácticamente imposible.
La aritmética no ayuda a Cristina Kirchner para pensar en una reforma constitucional y en una reelección que, por otra parte, es rechazada por alrededor de dos tercios de los argentinos, según todas las encuestas.
Se podría imaginar igualmente una buena elección del oficialismo, prescindiendo del objetivo reeleccionista. Un 45% de votos sería considerado una excelente elección de medio término.
Pero el problema para alcanzar un porcentaje semejante radica en las dificultades que el oficialismo exhibe en los cinco distritos que reúnen a algo más del 70% del electorado: Buenos Aires, la Capital, Santa Fe, Córdoba y Mendoza.
Tanto los recientes cambios en el gabinete como los para muchos incomprensibles enojos presidenciales con Daniel Scioli hablan de la preocupación de Cristina por el escenario electoral. La llegada de Agustín Rossi a Defensa fue una elegante maniobra para sacarlo de la vidriera electoral en Santa Fe. Y las críticas a Scioli, un intento anticipado de endilgarle al gobernador la culpa por un resultado electoral adverso en el distrito bonaerense. La seria posibilidad de que Sergio Massa lidere una lista que se diferenciará del kirchnerismo aunque no haga antikirchnerismo le complicaría más las cosas a Cristina. El gran problema de la Presidenta, sin embargo, pasa por su dificultad evidente para hallar respuestas sólidas ante la catarata de denuncias de corrupción y las demandas sociales relativas a la inseguridad, la inflación y una lenta pero persistente caída del nivel de empleo.