¿Recuerdan el cuento de pastor mentiroso que de chiquilines solían contarnos? El cuento trataba sobre un pastor de ovejas que, luego de tantos pedidos de auxilio, cuando en verdad los necesitó para protegerse de los lobos, los demás pastores no acudieron en su ayuda pensando que otra vez estaba mintiendo.
Ahora parece que habrá noticias favorables. Lo lamentable es que cualquier productor tendería a creer que algo parecido al cuento podría suceder frente a la eventual aplicación de una medida dirigida a revertir la desastrosa política que llevó a la Argentina a la peor cosecha de trigo en cien años.
En este espacio vale recordar que durante el 2012, nuestro país exportó casi 11 millones de toneladas de trigo como grano y casi 1 millón como harina, en tanto que ahora los dos conceptos bajarían a un tercio. Una caída que asusta.
Por ello, el gobierno buscaría aumentar la superficie de siembra de trigo. Porque la siembra arrancará definitivamente en tan sólo quince días y el ánimo de los agricultores está en el piso.
Con tal fin, dispondría que los importes correspondientes a los derechos de exportación de este cereal sean depositados por los exportadores en una suerte de fideicomiso, en lugar de entregarlos a las arcas oficiales.
El fondo constituido así, y bajo la órbita del Banco de la Nación, sería destinado, luego de la trilla, a devolver a los productores el equivalente a estos derechos.
Como vemos el sistema es complejo. Y dada la experiencia de los últimos años, lógicamente, pocos darán total crédito al anuncio.
Además no será fácil de cuánto dinero se habla. ¿Por qué? Pues porque si la cobranza se efectiviza luego de la cosecha, la inflación en ciernes pondrá en alerta a cualquiera. Es que si los importes correspondientes permanecen sin actualización, para la fecha de la devolución, el valor de tal dinero habrá de ser mucho menor.
También habrá que aguardar con saludable esperanza que tal devolución no venga condicionada a determinados parámetros discrecionales. Ni que se realice mediante bonos o que se obligue a la aplicación de pago de impuestos.
Si el propósito es alentar la siembra, antes que nada habría que normalizar el comercio pues el esquema de ROE es un espina gigante en el zapato de la producción.
Sea lo que fuere, la realidad es que cualquier medida de apoyo al menos en algo contribuirá a salir: aunque sea muy poco del pantano. Peor es nada, sin duda.
Es una lástima que no se diseñe un programa global que revertiese la situación. Lo bueno de todo esto es que las autoridades muestran algún grado de conciencia sobre lo que está pasando.
Algo es algo. Y frente a la imperiosa necesidad de rotar, cualquier medida favorable por pequeña que sea resulta alentadora. Ojalá que el Gobierno tome mayor conciencia de la gravedad del cuadro que, sin duda, excede a la industria del trigo. La baja en la superficie es un problema ambiental y ecológico en el territorio agrícola de nuestro país.
Salir de este cuadro debería ser una prioridad, sobre todo en el mundo actual ávido de este cereal ya que la oferta, hoy por hoy, tiende a declinar.
EE.UU. por ejemplo está en una campaña plena de angustia e incertidumbre. La sequía y el frío han hecho de las suyas, especialmente sobre el trigo de invierno. Tan sólo un tercio del área sembrada se halla en condiciones buenas o excelentes; cuando para la misma época del año anterior tal calificación cubría dos tercios.
Otro gran jugador, Australia, también está en vilo al momento de comenzar la siembra. El clima seco en la costa occidental atenta seriamente contra los rindes y, así, los operadores ya empiezan a contemplar un menor nivel de productividad.
Por ello, la demanda se encuentra en alerta frente a la posibilidad de afrontar graves cuellos de botella.
Para peor, los últimos datos del USDA fogonean la preocupación. Según sus proyecciones al 31 de mayo, los stocks mundiales llegarán tan sólo a 182 millones de toneladas. Se trata de una baja muy fuerte respecto el año anterior.