Soy el papa Francisco." La frase encabezó, días atrás, el llamado a las oficinas de un encuestador de primera línea. Jorge Bergoglio en persona sorprendía con el agradecimiento: le acababan de enviar al Vaticano, sin que lo pidiera, resultados de un sondeo de opinión pública bonaerense. "Por favor, no deje de mandarme este tipo de material", redondeó.

La atención sobre encuestas que, a simple vista, desvelarían más a intendentes que a un sumo pontífice no tendría que sorprender tanto si se repara en la historia de la Iglesia, que debería tomarlas con equidistancia y lógica teologal: de una aplastante derrota plebiscitaria como la de Cristo frente a Barrabás provino la Crucifixión y, así, la salvación del mundo.

Pero el momento y la situación argentina son proclives a interpretaciones. Y, por lo pronto, abonan una idea que envalentona a empresarios: Francisco estará más encima de lo que se supone de las contingencias locales y lo demostró en uno de sus primeros gestos, cuando se comunicó con su diariero para decirle que, de ahí en más, no le enviara más LA NACION a su casa.

Esta noción tiene sentido si se advierte el último temor de corporaciones y dirigentes políticos, que es la reforma judicial. "Si alguien no está preocupado es porque es un marciano", dijeron ayer en una cámara. Quedó claro el jueves en la embajada de Francia, durante un almuerzo que reunió a los condecorados por la Legión de Honor, en donde el jurista Daniel Sabsay y el radical Federico Storani coincidieron en que una próxima conformación parlamentaria o un nuevo gobierno deberían derogar las leyes que violaran principios constitucionales.

Esas encuestas que interesan a Francisco consignan, así, lo único capaz de equilibrar antojos de poder que se producen, para peor, en medio de un escenario de malestar social creciente e instituciones frágiles. "Vamos a un país de peor calidad institucional", pronosticó el jueves ante Nelson Castro, por TN, Alberto Fernández, el hombre que proclamaba en la campaña de 2007 a Cristina Kirchner como "un salto en calidad institucional".

El escepticismo del ex jefe de Gabinete podría fundarse también en pequeñas arbitrariedades que, desde fuera del poder, son bastante más perceptibles e incomodan a empresarios en el momento más crítico de la economía desde 2009. La más reciente es conocida: los llamados desde el Gobierno para vetar la candidatura de José Urtubey a líder de la Unión Industrial Argentina. Hace dos semanas la preferencia tenía nombre y apellido. Cristina Kirchner quería extender por un año más la gestión de José Ignacio de Mendiguren, que sin embargo se negó a seguir. Lo reemplazará Héctor Méndez, que podría ser ungido el martes.

Otra inquietud tuvo menos exhibición: los pedidos de Guillermo Moreno para recaudar fondos para los inundados no incluyen factura. Desde hace días, después de un llamado a Fernando Rodríguez Canedo, director ejecutivo de la Asociación de Fábricas de Automotores (Adefa), las terminales discuten si aceptar o no el incremento de la presión. Pensaban poner 200.000 pesos por empresa, pero Moreno elevó la exigencia a entre uno y dos millones de pesos. "No es fácil justificarlo en la casa matriz", se preocuparon en una compañía. Ya habían mandado colchones por pedido de la ministra de Industria, Débora Giorgi.

Moreno trabaja las 24 horas y en simultáneo. "Vamos, amor con amor se paga: una vez en la vida seamos buenos", dijo el martes de la semana pasada ante 230 ejecutivos a quienes instaba a pactar negocios entre proveedores y petroleros. Había definido el pedido sobre el cierre como un "aviso parroquial", y especificó que los montos serían según las posibilidades. "Claro, no todos tienen la de Bulgheroni", tranquilizó, ante las sonrisas de Alejandro Bulgheroni, de Pan American Energy, y Javier Rielo, de Total.

"Vamos a abrir una cuenta en el Banco Nación, Bulgheroni ya me la pidió", ordenó entonces. Esa desenvoltura no se prodiga sólo a empresarios. No fue casual esa tarde su explicación sobre lo que pasaba, dijo, cuando determinadas gestiones caían en manos de radicales. Una módica provocación interna: Débora Giorgi, ex funcionaria de la Alianza que acababa de utilizar en su exposición la palabra "compañeros", bajó inmediatamente la mirada hacia la mesa y no sonrió.

Hay que reconocerle a Moreno cierta docencia entre sus pares. El subsecretario Roberto Baratta, otro de los presentes, cerró esa exhortación a aceptar proveedores nacionales con un "que nadie se haga el pícaro". Está todavía lejos, es cierto, de conseguir gestos empresariales que Moreno obtiene casi sin proponérselo, como la costumbre de ser aguardado de pie cuando entra. Una leve demora en ese hábito escolar le valió ese día al metalúrgico Juan Carlos Lascurain una amonestación: "Vamos, Lascurain, parate, estás pesado porque sos de Independiente", bromeó Moreno, hincha de Racing.

Exitosa hasta ahora, esta lógica podría resultar inoportuna cuando escasea la paciencia social. Fue lo que entendieron quienes postergaron el festival musical a beneficio de los inundados que el secretario estaba organizando para el martes pasado con la colaboración de Andrea del Boca. La inminencia del cacerolazo hizo repensar todo. Tal vez se haga el 8 de mayo en el Luna Park.

Estas iniciativas deberán atender también un comentario ya instalado en el establishment. Cualquier cruzada recaudatoria podría sonar irritante frente a las revelaciones recientes del equipo de Jorge Lanata. No se trata de gente desconocida al oído empresarial. Federico Elaskar, trader financiero involucrado en la investigación, era señalado tiempo atrás por hombres de negocios como alguien que hacía operaciones de contado con liquidación de manera muy expeditiva por razones más que entendidas: trabajaba con respaldo del Gobierno.

¿Cómo moverse entonces mientras reverbera, para peor, el enojo por las indundaciones? Un sondeo de imagen que Daniel Scioli acaba de recibir es impiadoso con todo el espectro de responsabilidades. El intendente Pablo Bruera, por ejemplo, que tenía 47% de imagen positiva y 20% de negativa meses atrás en la provincia de Buenos Aires, dio vuelta la ecuación: su rechazo llega al 50%. La presidenta Cristina Kirchner, que registraba 38% de positiva y 35% de negativa antes de la catástrofe, tiene ahora 50% de reprobación y entre 35 y 40% de aprobación. Y Scioli cayó de una imagen positiva del 50 al 40%, mientras es rechazado en un 35%, indicador que antes de la lluvia oscilaba en el 25.

El descenso de las aguas en La Plata ha ido dejando sedimentos de un nuevo escenario político que todavía nadie parece capitalizar. Menos aún la militancia kirchnerista, cuyas pecheras han ya abandonado puntos de distribución neurálgicos de esa ciudad que, hasta la semana pasada, tenían custodia policial y cámaras de televisión. Algunas amenazas de punteros políticos bonaerenses lograron arrinconar a la gran mayoría de ellos en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social, una meca local militante. Allí sí, el modelo es imbatible.